• Adaptándonos a nuestros avances

    El Autor

     Gonzalo Luis Alonso Salinas

    Residente de Cardiología del Hospital Universitario Ramón y Cajal 

    Antes de empezar a escribir esta columna le pido al lector que haga un pequeño ejercicio de memoria. Recuerde la última vez que acudió al hospital, no quiero que recuerde el lugar, no quiero que recuerde la atención que obtuvo, ni siquiera al facultativo que le atendió. Recuerde a los pacientes que allí había.

    ¿Cuántos años podrían tener los que se sentaron más cerca de usted?, ¿cuál podría ser su edad media? Sería lógico apostar por una edad superior a los 70, e incluso a los 75 años. El lector no estará en modo alguno sorprendido por ello.  Sin embargo, ¿creen ustedes que la sociedad médica se adapta a esta realidad de pacientes añosos?

    El envejecimiento de nuestra población es un hecho fácilmente constatable. Probablemente si la pregunta que les he formulado se hubiera hecho hace 25 años, la respuesta habría sido otra diferente. Hoy en día el avance médico hace que muchas dolencias inexorablemente fatales hace 25 años puedan ser curadas. Ejemplos fácilmente identificables son el cáncer de mama o el infarto agudo de miocardio. Esto hace que nuestros ancianos, además de ser más ancianos, hayan pasado por más enfermedades que se han ido “cronificando” con el avance de la medicina.

    Y aquí llegamos al quid de la cuestión, el avance médico hace que nuestros pacientes sean mayores y tengan un mayor número de dolencias, sin embargo, el propio avance no se adapta a la situación de comorbilidad del paciente. Un ejemplo de fácil entendimiento podría ser el trasplante cardiaco. Si alguno de los lectores quisiera buscar en Google “contraindicaciones para el trasplante cardiaco”, dentro del primer enlace que aparece encontrarían la primera contraindicación: “Edad”, y es que el tener más de 65 años hace que dejemos de ser candidatos para un trasplante. Este ejemplo se podría extender a otros casos como las limitaciones para tratamiento en una Unidad de Cuidados Intensivos u otros tratamientos agresivos en pacientes subsidiarios de ello.

    Así pues, podríamos decir que el avance médico, que hace que seamos capaces de superar más enfermedades, que hace que seamos más añosos y con más enfermedades, se autolimita, no dejando que nos beneficiemos del mismo a partir de una edad

    Y nos podemos preguntar, ¿todas las personas mayores de 65 años son iguales? pues la respuesta, probablemente de acuerdo con el lector, es un no rotundo. Igual que a los 40 o a los 50 años, a los 70 dos personas pueden ser completamente diferentes, y dónde un paciente no sería capaz de tolerar un trasplante, otro paciente podrá hacerlo sin que ello supusiera un percance para su estado de salud. ¿Es lógico pues que la edad sea una barrera “infranqueable” para algunos tratamientos médicos?

    La medicina moderna tiende a la individualización, el tratamiento de cada paciente debe tener en cuenta además de su patología sus circunstancias y su entorno, por ello hay que concluir que la edad es tan sólo una cifra o un número. Hoy en día la limitación de ese número está de sobra superada y no deberíamos tenerla en cuenta. La negación de medidas agresivas debería residir en la propia biología, la propia constitución de cada paciente, pues así individualizaremos su terapéutica y conseguiremos los mismos resultados o incluso superiores independientemente de su cifra de edad.