• Doctor, ¿puedo beber vino?

    El Autor

    Luis Jiménez

    Enólogo

    Reproduzco en este artículo el título de un libro que me encanta, del doctor Fernando Giménez, de recomendable lectura para todo el mundo. Mi intención es ir desgranando poco a poco, y de una forma básica y natural los efectos saludables del vino, siempre tomado de una forma moderada y cultural.

    No es mi ánimo polemizar, ni establecer disquisiciones, ni controversias científicas, respeto absolutamente todas las opiniones, pero mis convencimientos están cimentados en algo tan sólido y a la vez utópico, como la embriaguez de mi absoluta pasión, el vino.

    El vino esta definido como: “el producto obtenido a partir de la fermentación natural del zumo de uva”, es una bebida que ha ido asociada al hombre desde hace más de 6.000 años, y que en España está legislada y definida como “alimento”, y como tal está incluido en la dieta mediterránea, y reconocida como alimento saludable consumido de forma moderada y ligada a los hábitos nutricionales sanos. No en vano, Luis Pasteur ya definió el vino como: la mas higiénica de las bebidas”, y Galeno, el padre de la medicina moderna, postulaba las dosis medicinales del vino en su momento.

    Todo esto no se podría asimilar si no interpretamos un fenómeno que se desarrolló a finales del siglo pasado, y que fue el detonante de la investigación sobre los  efectos cardiosaludables del vino, este es La Paradoja Francesa.

    La observación de este fenómeno es el resultado de las conclusiones del estudio MONICA (Multinational Monitoring of Trends and Determinants in Cardiovascular Disease). Este proyecto, coordinado por la OMS, y en el que participaron alrededor de 30 centros de 16 países europeos, se realizó entre los años 1985 y 1991. En este estudio, se intentaban analizar las posibles fluctuaciones de tipo geográfico de la morbimortalidad por patología cardiovascular (fundamentalmente coronaria).

    Los resultados obtenidos fueron  sorprendentes, ya que en Francia la mortalidad por patología coronaria era la menor de los países que participaron en el estudio exceptuando a Japón, la cuarta parte que en los países nórdicos, menos de la mitad que Alemania y otros países de centro Europa, curiosamente, además, la dieta francesa es de las más ricas en grasas saturadas (foie, mantequillas, quesos o carnes rojas).

    Efectivamente, el estudio deriva en que el efecto diferenciador que explica esta paradoja es, que en estos centros franceses existe un consumo muy alto de vino, sobre todo tinto. Ésta es la clave y, dentro del vino, los compuestos polifenólicos que se encuentran en la piel de la uva y están en mayor proporción en el vino tinto.

    Después, numerosos estudios epidemiológicos han ido desgranando los mecanismos científicos responsables del efecto saludable de estos compuestos llamados polifenoles: su efecto antioxidante, la influencia de otra molécula llamada procianidina, impidiendo la formación de la placa de ateroma, o también el efecto de la delfinidina en la formación por las células arteriales de óxido nítrico, que genera acción vasodilatadora, o qué decir del famoso resveratrol del que luego hablaremos, pero lo que a mí más me fascina son los últimos estudios que demuestran que la combinación de alcohol (efecto vasodilatador) y polifenoles es mucho más eficaz, y en conjunto refuerza los  efectos cardiosaludables.

    Por tanto, eviten el esfuerzo de sintetizar determinados compuestos, ni en preparar brebajes horribles y nauseabundos, bajo la etiqueta de “naturales”, qué mejor posología que disfrutar de cada dosis en una copa, apreciar su complejidad aromática, hacer de tu ritual saludable una exaltación edónica de los placeres de la degustación del preciado elixir. Todo esto unido a su efecto tranquilizante y por supuesto su componente socio-cultural, hacen del vino el alimento saludable estrella que, salvo contraindicación, casi todos los médicos recomiendan, siempre de forma moderada y en la dosis adecuada (lo que todavía no hemos conseguido es que lo cubra la Seguridad Social).

    De ahí mi pregunta inicial, y la primera que hago preocupado a todos mis facultativos: “Doctor , por favor, puedo beber vino?”.