• El milagroso balneario de La Pestosa

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería. Crónicas de un caminante

    Llegando a Tobarra circunvalamos hacia la carretera de Pozohondo y el Rincón del Moro. Al pasar el camino de Polope dejamos el coche y comenzamos a andar por el primer camino de la derecha. A 1 km nos encontramos con las ruinas de los antiguos baños de  Abenuj,  el  balneario de La Pestosa. Y que una crónica de principios del  siglo XX firmada por  Luis Toboada relata:

    «La vida es allí deliciosa. Por la mañana el baño; a las doce la comida; por la tarde el paseo a orillas del arroyo y por la noche la cena; después baile, concierto, juegos de prendas y charadas que suele poner un chico de Tobarra…a fin de darle brillo y convertirlo en uno de los más animados de la Península».

     «El agua sabe a demonios, no tanto por lo que tiene de sulfurosa, cuanto porque en ella se bailan los animales domésticos, y esto es motivo más que suficiente, para que la beban con fruición los enfermos de la provincia. Según el médico del balneario, merced a aquel líquido milagroso registrase curas notabilísimas”.

    Desde lejos el recorrido parece fácil. Ahora, frente a nosotros cambia la cosa,  números valles que ascienden  rápidamente hasta la cresta. Nos decidimos por tirar barranco arriba hasta la cuerda. El terreno es de conglomerado, abundando el esparto, enebros de la minera con dos rayas blancas en la hoja, sabinas albar, espino negro, pino carrasco, y torvisco, romero y té de roca. Terreno propicio para las serranas, caracoles muy preciados, cuyos esqueletos abundan y nos hace pensar en el curso natural de la vida, y en otras acciones humanas menos naturales. Apenas pájaros, ningún otro animal, ni siquiera conejos? y aunque vemos cagarrutas de cabras ni las olemos.

    Después de un buena tirada, con pequeños descansos para no subir mucho el ritmo cardiaco y calmar la respiración, llegamos a lo alto de la cuerda y nos sorprende una extraordinaria vista de dos valles circundantes e innumerables cadenas montañosas que se van alejando progresivamente. Antes de llegar al objetivo nos topamos con una sima que nos da yuyu, porque esta exhalando aire calentito. Desplegamos el brazo con el móvil y hacemos algunas fotos en su interior, con miedo de que nos arrastren adentro, y quedamos en volver pertrechados para explorarla, ¡pero otro día!. Continuamos  en dirección al punto geodésico, pico Abenuz según el mapa de 987 m, para recrearnos, descansar y merendar (bocata de tortilla con jamón y tomate, melón, nueces nuevas, vino monastrel, té verde y grosellas).La Pestosa

    Entre bocado y bocado creemos identificar el Mugrón, montañas rojas de Cancarix y una meseta desafiante, el Reyes, las sierras del Carche por Jumilla, la Pila  y Ricote en Cieza, sierra Espuña, el Cambrón entre Bullas y Totana, el Mentiras,  el Porrón, la Albarda, el Padrastro, el Castillo de las Peñas… Pensamos que las montañas más alejadas  son la Sierra de las Cabras y  estribaciones de la de Alcaraz. Los dos valles que nos rodean, Tobarra-Hellín y Pozocañada-Pozohondo,  parecen muy productivos, viñas, árboles frutales y almendros, y bancales de productos vegetales, especialmente brócoli. Estas tierras son de regadío por goteo y aspersión, abastecidas por numerosas valsas. La Pestosa

    Ahora, cambiando el programa, elegimos otra arista por la que descender casi rectos, dirigiéndonos hacia la Casa de la Bodega. Han sido escasamente  7 km, pero con un desnivel de más de 300 m, que hacemos en los tres primeros km.

    Y una cañita con riñones en el restaurante de Carmelo, Frontera, que da de sí para hermanar pueblos e historias. Y escuchar la sabiduría de Carmen, su madre, barera de pro, que nos cuenta anécdotas que va recuperando de sus archivos mentales, como la los visitantes pudientes de los baños, de los maquis que se escondieron en la sima y ya no se les vio salir, o de las travesuras de sus hijos a los que metió en el seminario. Tarde sorprendente que nos gratifica y ratifica en la suerte que tenemos de podérnoslo permitir. ¡Así es la vida!