• La ruta de los cucos, para vivir sin prisa

     

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería 

    ¿Por qué hemos de vivir con tanta prisa y malgastando la vida? Thoreau (Walden)

    Iniciamos la etapa interesados en visitar las construcciones etnológicas más antiguas de nuestro pueblo, los cucos. Por el camino de Tiriez empezamos la marcha, y después de pasar el Cerrico giramos a la izquierda para encontrarnos con el primero de ellos, el de Don Federico. Este, bien conservado, era habitual refugio de “El Manco” cuando guardaba las viñas de la zona.

    Nuestros antepasados los construyeron para resguardarse y descansar en sus largos días de trabajo y, al igual que hacían con los majanos, para ir colocando las piedras que quitaban del terreno, incluso podría relacionarse con el simbolismo de la propiedad, y parece funcionar puesto que aún se nombran después de 100 o 150 años: José Tolin, Juan Rufo, El Volante, Morote, La Coja del Civil, etc. Algunos de ellos siguen en familia, otros han cambiado de dueño pero no de nombre.

    Muchos se construyeron en zonas de viña y árboles (almendros, olivos, higueras, ¡aquellos higos de culo mula!) como los que hoy visitamos, pero también hay en zonas más dadas al cereal y las legumbres o en zonas de huertos. Sea como fuere, estas construcciones en “piedra seca”, muchas de las cuales necesitan cuidados y rehabilitación, deberían ser catalogadas y protegidas, para el conocimiento de generaciones futuras. La concejal de Cultura, andarina de pro, ha tomado buena nota para gestionar este propósito.

    senderistas

    Autores: Luis Enrique Aguilar y José Martinez.

    Salimos de la Poza Marzo, cruzamos el Camino de Tiriez y subimos al Cerro Guijarral, “el punto más alto” (geodésico, 980 m) como dicen los excursionistas más jóvenes de mi casa, y a modo de “flash back” nos encontramos vendimiando bajo la batuta de Baleares y Seroja; estas uvas llenaban de mosto las tinajas del Secretario y eran la base de los bollos que, recién horneados, Marita nos  traía a los “pisaores”. Bajamos del Guijarral y bordeando los Entredichos cogemos el camino del Cuco para subir a la Morra, doblemente interesante por ser un yacimiento de la edad del bronce y “la montaña hueca donde habita la Encantada”, y contemplando la vega, nos comemos el bocadillo antes de acceder a la Vía Verde. Solo afea la basura que descuidados visitantes van arrojando, y que ¡no cuesta nada llevarse!

    Y caminamos encantados hasta que el silbido de la locomotora nos hace levantar la cabeza y contemplamos la nube de humo que sale de la Cueva de Ortega, arrastrando un pequeño convoy de contenedores llenos de inmensas piedras, y hasta de algunos operarios a los que saludamos efusivamente, hasta que en el próximo túnel desaparecen, junto con el incansable “chaschaschas” de la máquina cada vez más débil, para siempre.

    Ahora, de nuevo en ruta, nos topamos con una valla que nos desvía a la orilla de la carretera de Jaén hasta que termina la finca, donde regresa al itinerario original, probablemente para que la propiedad de La Torre De Alvar-Ruiz, pueda hacer uso de ella sin molestias para su caza, ¡o lo que le plazca! Los intereses de los propietarios son comprensibles, pero que los políticos que debían conseguir la mejor opción medio ambiental no lo hicieran no, ¿amiguísimo?, y sería de justicia que las administraciones competentes devolvieran este tramo de camino para la Vía Verde: ¡expropiación por motivo de interés general!

    Y tras recorrer este tramo de Vía Verde cogemos el Camino de La Torre, subiendo “la cuesta de los pedos”,  por donde los sampedreños iban y venían con sus yuntas, aperos y cargas a cultivar los bancales que la Señorita de La Torre les arrendaba.