• ¿No conoces al árbol aspirina?

    El Autor

    Dr. Alejandro Santiago González

    Conservador del Jardín Botánico de Castilla-La Mancha

    www.jardinbotanico-clm.com 

    ¿Qué sería de nuestros dolores de cabeza si no pudiéramos contar con una aspirina? Como decía el gran filósofo español José Ortega y Gasset, vivimos en la Era de la Aspirina. Este medicamento, del que casi ningún hogar carece y que ha sido el más vendido de la historia, es el nombre del compuesto ácido acetil-salicílico. Purificado por Arthur Eichengrün, fue desarrollado para su comercialización por Felix Hoffmann y patentado por Bayer en 1934.

    La salicilina se encuentra de manera natural en la corteza del sauce (o Salix, en latín), así como en otras especies como los Populus (chopos y olmos) y en la Filipendula o Spirea ulmaria M. (llamada reina de los valles). Precisamente la Spirea fue la primera especie de la que fue extraída en 1826 por el químico italiano Ludovico Brugnatelli, de ahí viene el nombre de la marca aspirina: “A” de acetilo, “spir” de Spirea, con la terminación típica de los medicamentos “-ina”.

    Pero el conocimiento de los efectos de la salicilina, que se encuentra en la corteza machacada de sauce, es anterior a la patente de Bayer, a Eichengrün, Hoffmann y anterior al descubrimiento de Brugnatelli. Debemos remontarnos al 1534 a.C. para encontrar las primeras noticias de su uso como analgésico y febrífugo, en un pergamino de los antiguos egipcios. En él se hablaba de las virtudes del Tyeret, o sauce blanco (Salix alba L.) que crece en las orillas del Nilo.

    Para profundizar en el descubrimiento de ésta y otras tantas plantas medicinales en la Antigüedad, debemos tener en cuenta que la medicina en el Egipto de los faraones, como la de otras muchas culturas, estaba íntimamente ligada a la religión y a la magia, que en muchas ocasiones, interpretaba los mensajes de los dioses en las propias plantas. En este contexto, imagine el paciente lector que fuera un esforzado trabajador que tuviera un insufrible ataque de lumbago después de un largo día levantando piedras para hacer pirámides. Pues bien, ¿Qué hay más sugerente que las flexibles ramas del sauce meciéndose al viento? En estas circunstancias, se machacaba la corteza del sauce y con grandes dosis de fe y la conveniente participación de algún esclavo que probara primero, no por falta de fe, sino por si acaso…Y ¡Milagro!, los magnánimos dioses habían transferido la flexibilidad del sauce a la espalda agarrotada y doliente.

    Así se hacían los descubrimientos, ensayo y error. Nuestra obligación como científicos, al igual que hicieron Hoffmann y compañía, es anotarlos y encontrarles utilidad.