• ¡No se lo diga doctor, la verdad, no!

    El Autor

    Raúl Godoy Mayoral

    Neumólogo, presidente de la Sociedad Castellano Manchega de Patología Respiratoria

    Muchas veces cuando vas a pasar visita a un paciente te encuentras con diferentes actitudes:

    • El familiar espera en la puerta de la habitación como un centinela sólo para pedirte que a su padre o esposo o hermano no le puedes decir la verdad de su diagnóstico, porque eso lo mataría.
    • El familiar te hace gestos desde el otro lado del enfermo, como si su pariente estuviese en Babia (comarca española de la provincia de León) y no se enterase de nada.
    • O directamente te dice, a pesar de las protestas del paciente, que por favor no le comentemos nada.

    Cuando me pasa a mí, no dejo de pensar en lo profundamente injusto que es ésto. El paciente pasa de controlar su vida, a que se le mantenga engañado con unas esperanzas inexistentes, o, como pasa en muchísimas ocasiones, nota que se le oculta algo y empieza a desconfiar de familiares, amigos y personal sanitario, además de estar preocupado haciendo cábalas sobre su situación real.

    Recuerdo un chico de 33 años (la edad de Cristo) y un cáncer de pulmón extendido. Yo era residente, inexperto y con buenas intenciones. Su mujer me abordó (guapa, viva e inteligente) llorosa, y me pidió por favor que a su marido no le contase nada, ella no quería verlo sufrir por ningún malestar psicológico, ya que el físico no lo podía evitar. A partir de ese momento se sucedían las miradas entre nosotros dando a entender la situación real, los comentarios seguidos de un puedo hablar con usted a la esposa (para hablar de la situación sin tapujos), los silencios (nunca engaños activos), etc.

    Miguel (que así voy a llamar al paciente) no era tonto. Un día me cogió en el pasillo, antes de que llegara su mujer, y me dijo:

    • Doctor, independientemente de lo que le haya dicho mi mujer, yo tengo una hija pequeña, una situación económica, y si quiero dejar a mi mujer y mi hija en la mejor situación posible, tengo que saber mi pronóstico.

    Hablé y hablé, se lo conté todo, y me di cuenta que YO había sido injusto decidiendo que una persona no tenía derecho a saber o decidir.

    Miguel me escuchó, entero, firme, sereno. Sé que habló con su mujer, sé que empezó a gestionar su situación.

    Cuando Miguel murió, su mujer vino a decirme que, gracias a lo que había hecho, su marido había podido solucionar ciertos problemas y dejarles a ella y a su hija una posición desahogada. No sabía como agradecerme que no le hiciera caso, pues ella no sabía los negocios de su marido.

    Desde entonces me cuesta mucho negarle la libertad a un paciente y no contar la verdad, es injusto no dar la oportunidad de tomar las decisiones sobre su vida y su enfermedad, robarle su capacidad de encarrilar sus asuntos.

    Por supuesto, si el paciente no quiere saber y, así te lo dice, es su decisión. Y siempre intento atenerme a la verdad, sin especulaciones, pero manteniendo la esperanza.

    Nos debemos al paciente, no podemos engañarle por acción o por omisión.