• San Juan y Picayo: caminar cura el alma

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería

    Aparcamos en una plaza de Pozohondo, junto a la iglesia, donde destaca una casa, probablemente, de rancio abolengo. Nos acercamos al Candil para que Amparo nos prepare un café. Volvemos para pertrecharnos e iniciamos la ruta, dirigiéndonos hacia el cementerio, recreándonos en nuestra conciencia de finitos.

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    Fotografías: Manuel Martínez Vergara.

    Cruzamos la carretera y seguimos campo a través buscando la ladera del San Juan. Un anciano almendro, repleto de flores rosáceas donde liban las abejas, hoy activas, nos alegra en nuestro caminar pensante. Como tantas otras veces conversamos de la muerte. Dejamos a la izquierda una escombrera, ruidosa y polvorienta y entre esparto, pinos y piedras calizas amontonadas, nos vamos acercando a la base de la montaña.

    A la derecha una aldea, el Corral de la Sierra, en cuyo patio cerrado una barbacoa en la que suponemos resuda la panceta de vez en cuando. Nos miramos y seguimos rectos hacia arriba, hasta la cima, para seguir a la izquierda por toda la cuerda.

    Los resuellos nos animan a parar y contemplar. Los búhos, que sigue retándonos, Abenuj, Berrueco, Ontalafia, el Carche, Mugrón, Montpichel. Un dátil y cuatro chochos nos energetizan. Y de cuando en cuando un olor que contrasta con el abundante tomillo y romero.

    Aunque los estímulos acústicos, visuales y olorosos podrían enturbiar la tarde, nos orientamos en otra dirección, en el camino hacia sí mismo. Ya arriba, descubrimos un nuevo yacimiento del bronce, otra morrica, tan abundantes en esta zona. Encontramos cerámicas variadas, refinadas, negras, ocres, redondeadas, pulidas y vastas. Oteamos como nuestros antepasados, desde las rocas privilegiadas y reconocemos espacios recientemente explorados.senderismo_ruta_pozohondo

    Recordando a Siddhartha, “el mundo se nos presenta curioso y enigmático. Aquí azul, allí amarillo, allá verde, el cielo y el monte mezclan su belleza misteriosa y mágica… El mundo es bello si se contempla con la sencillez de un niño”. Nos desiluminamos y continuamos hasta el pico más alto (San Juan, 997 m), donde un cuco medio derruido nos permite escudriñar cómo se construía en  piedra seca, y se ha mantenido cientos de años.

    Avanzamos y pasamos por delante de la montaña ruidosa devorada por las máquinas, que la taladran y se la llevan en un constante ir y venir de camiones. Seguimos la cuerda hasta el final. La dirección del aire favorece que el ruido vaya perdiendo fuerza. Ahora las aspas de las molinetas adquieren protagonismo. En un abrigo ponemos la mesa, tortilla con jamón, con huevos de las gallinas de Juana de Bogarra y escalibada ¿con bacalao? El vino, garnacha joven de maceración carbónica de la cooperativa de Alpera. Aprovechamos para sentirnos dichosos, y repasar los horizontes. La Sierra de las Cabras, la Albarda, el Padrastro y, enigmática, resplandeciente y nevada La Almenara.senderismo_ruta_pozohondo

    Descendemos hasta la carretera de Los Pocicos y volvemos a subir, ahora hasta el Picayo. Un nuevo parásito de los pinos, arceutobio, que se mece casi tocando el suelo,  y las piedras que reflejando la presión de capas tectónicas nos suben hasta la cima, hasta un nuevo sembrado de molinetas.  Nos espera la puesta del sol que florece en el cielo nublado y gris, flanqueado por el Castillo de las Peñas, La Peña del Roble, y la morra del Pozuelo.

    El fotógrafo hace malabares para no sacar las aspas y obtiene alguna composición que merece airearla. Bajamos campo a través para entrar a Pozohondo cerca de la plaza de toros, y embobarnos con un cielo aborregado de color rojo intenso y el embrujo de una pequeña construcción, ¿un palomar? En una callejuela cercana, una terraza en lo alto de una casa, nos hace pensar en la brisa de la tarde y la contemplación privilegiada de tantas puestas del sol manchego.senderismo_ruta_pozohondo

    Pero aún tenemos que regresar hasta el Candil para apagar el nene, tras 11 kilómetros, con 355 metros de desnivel acumulado, con 3 subidas y tres bajadas. Comprobamos que el morbo de estos últimos días sigue encendido. Con unas cervecitas y unas aceitunas partidas damos por buena la etapa. Ya de vuelta, aflojamos nuestras corazas para contarnos algunas intimidades sobre la vida y la muerte. Y la próxima, posiblemente La Rambla.