• Agua y epidemias en Albacete

    Con motivo del centenario de la inauguración de los Depósitos del Sol, la Biblioteca Municipal de Albacete ha organizado una serie de actividades para conmemorar dicha efeméride, ya que, como sabemos, hace también veinte años esas instalaciones que depositaron agua ahora guardan libros. El ciclo de actividades se abrió con la inauguración de una exposición denominada «Del agua al libro. Cien años de los Depósitos del Sol» y con la conferencia de Miguel Lucas sobre «Agua y epidemias en Albacete», de la que hacemos un breve extracto.

    El Autor

    Miguel Lucas Picazo

    Antropólogo y miembro del Instituto de Estudios Albacetenses

    Zona pantanosa, Albacete tuvo en el agua estancada el germen de mortíferas epidemias que atacaron a la población hasta que las autoridades se decidieron a actuar

    El agua es, como dicen los clásicos,  fons et origo de todas las cosas pero también ha sido, además de un símbolo, el medio en el que se han desarrollado muchas enfermedades y epidemias. Para que esto último ocurra se ha necesitado que el ser humano intervenga y modifique los espacios del agua, es decir, nuestros ríos, mares o acuíferos. Albacete nos puede servir de ejemplo de cómo una ciudad, que nace en una zona pantanosa, tuvo a lo largo de la historia numerosos episodios epidémicos con el agua como medio o agente principal.

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    La Laguna de Acequión fue el origen

    Efectivamente, el origen más remoto de Albacete lo encontramos hace más de cuatro mil años en la llamada Laguna de Acequión, en la que un pueblo de la Edad del Bronce allí instalado vivía gracias a las aguas endorreicas de la zona. Esas mismas aguas que originaron las primeras culturas prehistóricas en los llanos albacetenses, fueron a partir de la época bajo medieval el motor de nuevas prácticas agrarias y, como consecuencia, del desarrollo de nuevas enfermedades.

    El incremento de la producción y el sistema de explotación capitalista de la tierra fue modificando el ecosistema de la llanura con la consiguiente circulación de las enfermedades ligadas a los cambios. Un microorganismo no crea, como sabemos, por sí solo una enfermedad, ni esta una pandemia, ya que para ello es necesario un contexto socioeconómico favorable que las desarrolle.

    Un repaso de la actas municipales, de los informes médicos y de otras crónicas del Albacete antiguo nos detalla minuciosamente la situación ambiental tan degradada del territorio por el estado putrefacto de las aguas y por la escasa atención de las autoridades para mejorar la higiene.

    El mismo monarca Carlos IV, a su paso por Albacete en 1802, percibe este estado y autoriza los primeros trabajos de lo que después será el Canal de María Cristina tras reunir en el popular «Palo» los canales de la Laguna del Salobral, del Albaidel, de Hoya Vacas, de la Fuente del Charco y de los Ojos de San Jorge. El objetivo era controlar la aguas pantanosas y enviarlas hacia el Júcar con el doble fin de evitar los permanentes encharcamientos y de ganar más tierras para los cultivos de secano y regadío.

    “Pestilentes y mortíferas aguas”

    “Sin el Canal, Albacete no existiría”

    Después de muchos años de obras y de mala gestión durante todo el siglo XIX, las calles bajas de Albacete seguían inundándose periódicamente, el Val General (río Piojo) apestaba y la línea de ferrocarril encharcaba todo el barrio de San Antón (charco de don Juan) donde, además, estaba el cementerio. A ello habría que sumar las más de cien cuevas de las barriadas periféricas que se anegaban con las lluvias, la contaminación de los pozos y de los aljibes y los muladares que aparecían en cualquier espacio de la ciudad.

    A pesar de ello, como nos dice Antonio Cano Manuel, el gran impulsor del Canal Real, «sin el Canal, Albacete no existiría en la actualidad, en cuyas pestilentes y mortíferas aguas solo vivirían los insectos portadores de las fiebres, que durante muchos años fueron el azote de sus habitantes».

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    El agua fue el origen de epidemias de cólera, viruela y paludismo en Albacete

    Los datos demográficos indican que las enfermedades hídricas (enteritis, paludismo, fiebre tifoidea, disentería, cólera, etc.) fueron causa de una elevada mortalidad desde épocas bien tempranas, especialmente de la mortalidad infantil. Durante el siglo XIX hubo brotes de cólera en 1834 que causaron más de 350 muertes y en los años 1855, 1865 y 1885  la bacteria vibrio cholerae infectó a miles de albacetenses. Por otro lado, la epidemia de viruela de 1844 y otras enfermedades endémicas, como el paludismo, hacían imposible la modernización demográfica.

    Con este panorama, la búsqueda de la salud se afrontaba con los medios y recursos disponibles en esos momentos que provenían, los menos, de la medicina biológica (lazaretos, vacunas o medicamentos) y, la mayoría, de los remedios divinos y populares (rezos, procesiones, sahumerios, pucheretes, etc.).

    Doctores Elías Navarro, Octaviano Griñán y José Pérez Mel

    A pesar de las dificultades para luchar contra las enfermedades y epidemias, hay que destacar el esfuerzo de los profesionales de la sanidad. El historiador J. M. Almendros, en su trabajo sobre la sanidad pública en el siglo XIX en Albacete, destaca la labor de los doctores Elías Navarro y Octaviano Griñán desde una óptica higienista.

    Y ya en el siglo XX, el impulso de la medicina social llevada a cabo durante los años de la II Republica, se personifica en nuestra provincia en la figura del doctor José Pérez Mel, un becado de la Fundación Roosevelt, que realizó un proyecto de organización sanitaria que priorizaba la atención primaria y las mejoras sociales.

    Hemeroteca

    Pérez Mel y los médicos olvidados

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