• Andar, una filosofía que no exige técnica ni dinero

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería 

    La salud es un concepto multidimensional difícil de definir. Una perspectiva que me resulta interesante es la aportada por Juan Gervas, que viene a decir que estar sano es estar vivo, ser consciente de ello y disfrutar de la vida con  sus innumerables complicaciones. Y que la salud no se percibe, pues es como el aire que respiramos, que solo se echa de menos cuando falta.

    Ya Juvenal, cómico romano del siglo II, percibía la relación entre mente (espíritu) y cuerpo, que hizo famosa con su célebre frase. Más recientemente, el neurocientífico Blakemore nos comunicaba evidencias de la relación entre el funcionamiento del cerebro y estar activo física y mentalmente. Así pues, la relación entre el funcionamiento del cerebro y el desempeño de actividad física y mental es clara, tanto para optimizarla como para contener en mayor medida su deterioro.

    Una de las modalidades de estar activo es realizar ejercicio físico, entre las que sobresale andar. Como dice Gros, andar es una filosofía que no exige aprendizaje, técnica, ni dinero. Solo requiere cuerpo, espacio y tiempo. Y entre sus beneficios se encuentran estar interconectado con la naturaleza, la calma y el bienestar. Su propio enfoque invita a valorar las ventajas de la lentitud, ir mas despacio (movimiento slow), y andar es lo mejor que hay para ello. Así desde estas crónicas nos proponemos hacernos participes de actividades de senderismo que realizamos en contextos muy diferentes, ya sea en una etapa planificada para un grupo numeroso como una actividad cotidiana que realizamos algunos amigos para deleite de nuestros espíritus.

    Al Cabeza de Mahoma, ¡ritmo, ritmo!

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    Fotografía: Luis Enrique Aguilar.

    Eran las 10,15 de la noche y el grupo de andarines que habíamos respondido a la convocatoria salimos desde San Pedro a Cañada Juncosa para iniciar la etapa. Una circular de 14 kilómetros, que pasa por Fuente Lipe, El Robledillo, hace cumbre en el Cabeza de Mahoma, y regresa por el camino del Sahuco.

    Dejamos los coches a la entrada de la aldea y nos pusimos a andar inquietos, tal vez, por el influjo de la luna, que aún no se dejaba ver. Hicimos la foto del grupo en las escaleras de la ermita. Algunos “cañicoseros,” tomando el fresco se sorprendían por nuestra presencia. Otros salían de sus casas a curiosear y a desearnos buena noche.

    Atravesamos la aldea y ya en el camino, ¡oscuro como la boca de un lobo!, empezamos a oír el grito de guerra de la noche ¡Ritmo, Ritmo!, que un bromista iba marcando. De repente una estrella fugaz recorrió el cielo, con una cola tal que nos dio tiempo para formular nuestros deseos.

    Y las incipientes estrellas iban componiendo un mosaico extraordinario y dio pie para que alguien iniciara una historia que provoco el silencio grupal : “Zeus tuvo un hijo ilegitimo, Hércules, pero para que pudiera  ser un inmortal debía de ser amamantado de la diosa Hera, esposa de Zeus, que enfadada por este desaire de su esposo no lo permitió. Así que Zeus mando a su mensajero Hermes, par que llevara a Hércules hacia Hera cuando ésta dormía para que se alimentará de su leche divina; pero se despertó en un instante y arrancó al niño de su regazo del que mamaba con tanta fuerza que derramó de esta manera, leche por todo el Universo, dando lugar a la Vía Láctea”.

    Entre tanto, pasito a pasito y cuando parecía que aquello se estaba alargando mucho, aparecen los restos fantasmagóricos de Fuente Lipe, ¡buen lugar para abrevarse el bocadillo!, aliñado con  variedades que venían escondidas en las mochilas. Retomamos la marcha, calenticos, y siguen sonando las historias…¡que si el vino de misa lo hacían con uvas de aquí, que si los maquis estuvieron por estas tierras!…

    La cosa iba tomando cuerpo. Y como si no quisiera perdérselas, la luna  se asoma por detrás del cerro  y ya no nos dejaría en el resto de etapa. Camino adelante llegamos al Robledillo, y bebemos de una estupenda fuente que mana sin parar y mantiene llena la piscina, que si fuera necesario, haría de nodriza a los helicópteros apagafuegos. Estamos en el campamento base para subir al Cabeza de Mahoma, 1.280 metros, punto más alto del término de San Pedro. Se fantasea con reivindicar aquí un centro de naturaleza, dado que esta finca publica es  una masa forestal imponente, y todos estos picos y valles estimulan a ser visitados.

    Llegados al corta fuegos, se nos corta la respiración ante la sugerencia de subir por el pero, afortunadamente, el camino bueno se escondía a su derecha, y serpenteando nos subió hasta la mojonera que delimita los términos de los tres pueblos, San Pedro, Casas de Lázaro y Pozuelo, ayudándonos a no perdernos hasta la cumbre,  aunque sacándonos los sudores que nos empaparían para el resto de la etapa. Y, pasito a pasito, llegamos muy cerca de la luna, desde donde divisamos infinidad de puntitos de luz de todas formas, colores y tamaños, cercanos y distantes.

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    Fotografía: Luis Enrique Aguilar.

    Desde esta posición privilegiada  divisamos los llanos y la sierra de Albacete, y un buen número de aldeas y pueblos. Numerosas cadenas y agrupaciones de luces rojas parpadeantes delatan las molinetas que aspavientan por doquier. Con esta impresionante visión caemos en la cuenta de que ¡rasca un bris que…!

    Y bajamos buscando algún lugar más amable para desenredar las esterillas y seguir observando el cielo y contando historias, aunque el cansancio nos calla y así hasta que algunos ronquidos nos despiertan, y una rápida asamblea toma la decisión de continuar la marcha para no quedarnos más helados. Dejamos para otra ocasión que las primeras luces del alba, y sus tonalidades violáceas, nos hipnotizaran y la visita a la Morrica de Oriñuela, yacimiento del bronce, que nos retrotraerían a 5.000 años o más… pero será en otra ocasión.

    Y proseguimos para encontrar, siempre entre pinos, el camino del Sahuco. La señal de que lo hemos encontrado es una cadena, que incomprensiblemente han puesto en una finca pública. Ahora a la izquierda donde el valle se va abriendo, y ya con la noche clara y calma, pasito a pasito, nos acercamos a la aldea durmiente,  y creemos oír “los pajaritos”, novena cantada por los lugareños en las fiestas de San Antonio, ¡bella tradición que no debería perderse!,  hasta llegar a nuestros coches. Y tras la despedida, algunos  nos vamos a almorzar, y a retomar el sueño de que esta noche éramos hombres y mujeres lobo ¡Ritmo, ritmo!