• Asumirlo con la dignidad de Bimba Bosé

    El Autor

    Antonio M. Ñúñez-Polo Abad

    Abogado

    Confieso que me sobrecogí cuando el otro día y preguntada por su estado de salud, escuché a la joven modelo Bimba Bosé reconocer en televisión que padecía “metástasis en huesos, cerebro e hígado” como consecuencia de un inicial cáncer de mama que le fue detectado hace dos años. Sentí un escalofrío al escucharla y he de confesar que desde entonces, a menudo, me viene a la mente su imagen de mujer joven, independiente, reivindicativa, transgresora, poseedora de una ambigüedad plena de sensualidad y erotismo, la imagen de una mujer llena de vida.

    Lo más sobrecogedor de sus declaraciones era la naturalidad con la que comunicó la metástasis que padecía, la normalidad con la que parecía sufrir esa terrible enfermedad abocada sin remedio a un final de todo menos feliz. Y resulta sobrecogedor porque, en estos tiempos patéticamente postmodernos que corren, vemos como personas enfermas de cáncer parecen querer exhibir a todo el mundo el talante positivo, optimista y hasta alegre con el que afrontan su mal y su tremendo tratamiento. Hemos sido testigos de cómo un cantante de un grupo pop ha colgado en las redes sociales fotos suyas justo antes de someterse a la quimioterapia queriendo dar la sensación de que, en vez de enchufarse a tan dañina máquina, en realidad iba a montar en el dragón khan.

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    Perfil de Twitter de Bimba Bosé.

    El culmen de la ridiculez son esos enfermos hospitalizados, hechos polvo, consumidos por el tratamiento de radioterapia y/o quimioterapia, que se hacen un selfie con el rostro pálido, el pijama del Sescam y un patético cartelito sujetado entre sus manos con un mensaje de autoayuda escrito con rotulador expresando cosas tales como “seguimos luchando”, “ganaremos la batalla” o tonterías similares.

    Da la impresión de que, imbuidos en la gilipollez de la positividad postiza, ya no somos capaces de llevar una enfermedad grave con dignidad. El que está enfermo, está enfermo, está jodido, padece terribles dolores, el tratamiento al que se somete le deja efectos secundarios y secuelas, tiene fiebre, no duerme o duerme mal, tiene a toda su gente pendiente de él y, si su enfermedad es irreversible, avanza irremisiblemente hasta el fin de sus días.

    En este ridículo mundo de power flowers edulcorado con sacarina se quiere hacer como que la muerte no existe. No hay nada más decadente que esto, pretender jugar al escondite con la muerte sabiendo o debiendo saber que tienes el juego perdido. Hay que recordar a Thomas Mann, que en su magistral novela “La montaña mágica”, dejó escrito que vivir no es otra cosa que irse muriendo. Un pensamiento lúcido pronunciado en 1924, hace casi cien años.

    He sido testigo de la lucha digna, humana y natural contra terribles enfermedades de familiares y amigos. Recuerdo a una amiga que, tras casi dos años de pelea contra la leucemia sucumbió, y fui testigo de su dolor, de su progresivo y terrible deterioro físico, pero también de la naturalidad con la que llevaba sus padecimientos, de la normalidad con la que convivía con el terrible tratamiento y con los largos períodos de hospitalización, del dolor de sus familiares y amigos cuando falleció y del vacío que dejó después de irse. Nunca se hizo un selfie, nunca una foto antes de la quimio, nunca exhibió ningún ridículo cartelito. No era postmoderna, tenía dignidad. Como Bimba Bosé.