• La Atalaya de Liétor para divisar Alcadozo

    El psicólogo Rigoberto López y el dentista Manuel Martínez proponen La Atalaya, entre Liétor y Alcadozo

    El Autor

    Rigoberto López y Manuel Martínez

    Profesor de Psicología en la Facultad de Enfermería y dentista licenciado en Cirugía y Medicina

    Llegamos a Casablanca y atravesamos la aldea buscando el camino de la derecha para iniciar la ruta. Nos cruzamos con Manuel que va con su cubo de desperdicios para las gallinas y se interesa por nuestro destino. Al oír que pretendemos subir a la Atalaya se sonríe y dice ¡ahhh la Morra, pero que necesidad tenéis! Nos cuenta que subía todos los días con el ganado pero que ahora  ya no puede (tiene 87 años).

    Atalaya Liétor Alcadozo
    Desde la Atalaya de Liétor se puede ver Alcadozo.

    Una de las mejores vistas de la zona

    Nos cambia el itinerario y nos manda hasta el lavajo para coger la senda que nos marca con su garrota, por la Umbría de Casablanca hasta el collado y sube al pico Atalaya de Liétor (1130). Una senda de libro, que estaba exactamente dónde dijo, y que además de subirnos sin dificultad nos va mostrando una naturaleza brava, pletórica de colores y paisajes, con Alcadozo y el Castillo de Las Peñas siempre de fondo; está bien marcada y blandita de las últimas lluvias.

    La brisa de una tarde un poco nubosa es el acicate para ensimismarnos en un sentimiento de quietud y bienestar. Y cuando nos damos cuenta, ante nosotros la Morra, que a pesar de sus mil ciento y pico….casi ni nos hemos enterado. Desembocamos en un camino a la derecha, que viene de Alcadozo y nos llevará a la cresta de la Sierra de la Atalaya. Ha pasado menos de una hora. Y tras volver a sorprendernos de los tantas veces vistos, picos, valles y llanos, andamos por las escarpadas piedras con Moriscote a tiro de piedra.

    Es hora de reposo; gajos de jugosas naranjas, frutos secos, té del campo, y el sabor del aire fresco, nos recuerdan que estamos aquí para disfrutarlo. Maritere saca sus dos mangas, y comparte una conmigo, porque la humedad de la sudación se hace presente. Y no tenemos prisa por continuar.

    Una de las mejores vistas de la zona y esta tarde con especial claridad, ¡fantástico! Regresamos para subir a la morra, punto geodésico. No comprendemos el interés de coronar tantas de ellas con antenas, como en este caso, sabiendo que son yacimientos que están protegidos. Unas piedras de grandes dimensiones, como de sillería, permanecen emparedadas e identifican las casas de los antepasados en su cara sureste, en cuya base hay una sima, ahora utilizada por las cabras.

    Atalaya Liétor Alcadozo

    Pico de la Nava

    En la cara noreste hay un buen desnivel aunque por ella descendemos, por La Solana y desde el arroyo subimos hasta el collado que deja a la derecha el Pico de la Nava (1084). Enfrente, Alcadozo y el Castillo. Una pareja de lagartijas  parecen también disfrutar de la tarde y es que nada mejor que la toma de tierra para estar en contacto con la naturaleza. Cresteamos varios picos de la Umbría, y seguimos ampliando el círculo para disfrutar del paseo monte a través y finalmente regresar a Casablanca entre monte bajo, pinos y almendros.

    Ya en la aldea cambiamos el itinerario para llegarnos al coche, visitamos la fachada de la ermita y vemos patios  con flores y hasta un níspero que abrazado a la pared que lo protege nos ofrece sus frutos, un poco ácidos pero aguanosos y de buen pelar. Y llegando al coche nos encontramos con Higinio, de verbo fácil. Nos enteramos de algunas incidencias sucedidas en la aldea y de cuando subía con su yunta a un bancal arriba en el collado de donde acarreaba la mies a cargas. O del huerto que cultiva en  Moriscote (87 años). Indagando, nos dice que el secreto está en la actividad, en no parar. Y que tiene una mujer más joven que él y una enfermera y médicos que se preocupan por ellos. 

    ¡Un auténtico baño de campo!

    Ha sido una tarde primaveral, de las flores, variadas, coloridas, olorosas. Una ruta sin apremios, a pesar de subidas y bajadas, ¡un auténtico baño de campo!, hemos  experimentado un sin fin de sensaciones, escuchado sonidos que solo la naturaleza ofrece, la brisa de la tarde, el crujir de las ramas, el canto de algún pájaro, que nos recuerdan el hayku de Basho 

    Silencio

    La voz de las cigarras 

    Penetra las rocas

    Los colores, predominantemente verdes, vivos y una profusión de flores con muchas tonalidades de amarillos nos alegran. Mari Tere va encantada con que yo vaya delante, lo que voy removiendo le parece esencias de los dioses y sin saber porque compartimos recuerdos, sabores, aliños, y hasta el Timiaterio de la Quéjola, ¡una gozada! Nos hemos ido arriba, nuestro estado de ánimo pletórico, subimos y bajamos como las cabras que nos acompañaron por los escarpados acantilados.

    Higadillos y setas

    Tal vez influenciados por el tentempié que también ha sido parte del shinrin-yoku, unas agujas jóvenes de pino, junto a unas pizcas de tomillo y romero que han posado durante unos minutos en el agua caliente del termo, nos han proporcionado una mezcla de sabores entre resina y limón que creo que si insistimos finalmente nos estará bueno y, como dice el Dr Li, refuerce hasta nuestro sistema inmune.  Hemos echado de menos a nuestro socio habitual y para hacerle un homenaje, en el bar de Rafa (Alcadozo) pedimos higadillos y setas y le mandamos algunas fotos del evento. Dejaremos que se resarza la próxima semana y nos lleve al Castillarejo, a tiro de piedra del Aulladero. 

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