
El lirio blanco en la Semana Santa y en la ciencia
En esta época de Semana Santa se entrelazan la tradición, la fe y las costumbres. Y es que en muchas ocasiones, la línea entre lo que dicta la cultura -y por lo tanto es herencia de la tradición basada en el uso- y lo que marca la fe, es muy delgada. En el caso de la planta que nos ocupa en estas líneas, podemos decir que su uso, que se pierde en los siglos, se ha ligado estrechamente a estas fechas. Tanto es así que, en los países anglosajones, la azucena -de la que vamos a tratar- se conoce como el «lirio de Pascua» o Easter Lily.

La azucena, o Lilium candidum, cuyo nombre podría traducirse como “lirio blanco puro” o “sin impurezas”, es una planta cultivada desde la antigüedad. Su procedencia silvestre se encuentra en el Oriente Próximo. Pero ya se cultivaba como planta ornamental en macetas en la Europa mediterránea siete siglos antes de Jesucristo, como bien queda representado en un vaso cretense de dicha época.
En cuanto a su simbología cultural, esta flor representa la pureza y la honestidad. Los antiguos romanos la colocaban en las tumbas como símbolo de renacimiento, pues también estaba asociada a la maternidad sagrada. Desde tiempos muy antiguos, esta planta bulbosa que florece en mayo ha sido vinculada con la figura de la Virgen. Se ha convertido en símbolo de la maternidad y de la pureza inmaculada por excelencia en la cultura católica. Es una pieza fundamental en la decoración de los pasos de Semana Santa. Sus grandes flores perfumadas, formadas por seis pétalos ligeramente curvados hacia afuera, ocupan un lugar destacado.
Canciones populares
Incluso en canciones de cuna o villancicos encontramos referencias a esta relación:
- “Duerme que el lucerito brilla en la mañana… tu madre que era tan buena, más pura que la azucena”. (Nana tradicional dedicada a Jesús y a su madre).
- “En lo más azul del cielo se divisa una doncella, en la frente una corona y en la mano una azucena”. (Romance tradicional de la Virgen Romera, que ha cruzado el Atlántico y aún se escucha en Hispanoamérica).
Pero, ¿podemos encontrar detrás de estas implicaciones culturales alguna base científica que las justifique, al menos en parte? Pues bien, este lirio blanco posee en su epidermis antocianinas, liliosterinas y oxidasas. Ya en el siglo I, Dioscórides mencionaba que la flor de este lirio -muy común en guirnaldas- se utilizaba para preparar un ungüento llamado lirino. Era útil para afecciones nerviosas, quemaduras por fuego y mordeduras de serpiente.
En el siglo XVI, Laguna vuelve a referirse a su utilidad contra afecciones dermatológicas, especialmente manchas y quemaduras. Esta tradición continúa vigente en la literatura de principios del siglo XX, donde se reitera que el aceite de azucena se utiliza sobre todo para curar culebrilla, quemaduras, úlceras, granos, hinchazones, manchas cutáneas (especialmente de origen micótico), pecas, grietas del pezón y numerosas imperfecciones de la piel. Todo ello pone de manifiesto, de algún modo, su asociación simbólica con la eliminación de manchas o impurezas, es decir, con lo inmaculado.
Ciencia y tradición
No obstante, en la actualidad, aunque se ha observado que su actividad fungicida o antimicótica podría deberse a la presencia de gamma-metileno-butirolactona -o que posee también un efecto inhibidor contra el virus del herpes simple tipo 1-, lo cierto es que existen pocos estudios que hayan determinado con rigor las bases científicas de estos y otros efectos medicinales.
Esto demuestra, una vez más, que la cultura y el conocimiento tradicional en ocasiones se dan la mano con la ciencia. Y aunque hoy no todo tiene aún una explicación científica, sí podemos encontrar en la tradición rastros o pistas que podrían llevarnos a descubrir usos basados en la evidencia científica.