• Balazote, de las trincheras al cuco

    El profesor de la Facultad de Enfermería, Rigoberto López, propone Balazote, hasta las trincheras, para combatir el sedentarismo

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería

    Desde Balazote a San Pedro y en la aldea  La Chivana nos desviamos por el camino hasta llegar a la Casa Don Jorge y sus pistachos. Hoy no viene el hombre brújula que ha preferido la pesca. Y se estrena Pilar, mi hija, de 10 años. Cesi, Dolores y yo completamos el cupo. Por el camino bandadas de tordos revolotean en los sembrados de cebada, ya espigando. Aparcamos, cogemos los paraguas y  seguimos el camino que hay detrás de las naves, a la izquierda, y después una senda que utilizan los ciclistas hasta  la Vía Verde.

    Una ruta tan fácil como interesante

    Un poco más adelante nos desviamos a la derecha para subir, campo a través, a lo más alto de este monte, El Hito (828 m) y divisar los llanos de Albacete y una panorámica de Balozote y su vega. Abunda el esparto, romero, tomillo, aliagas, retamas y chaparros y pintan de blanco los caparazones de caracol. Hemos dejado atrás algunos bancales de oliveras y almendros. Desandamos para cruzar la senda y subir al próximo cerro, donde buscamos unas trincheras de la Guerra Civil hasta dar con ellas.

    Son zanjas de casi dos metros de anchura, excavadas en  este suelo pedregoso, que van dibujando líneas quebradas orientadas al suroeste. Algunos tramos están enlucidos con la greda del lugar, y tal vez uno de los espacios observados pudiera ser un lugar de mando. Dicen que  en su construcción trabajaron brigadistas que habían llegado a la provincia de Albacete. Y que nunca llegó a usarse, porque cuando las tropas sublevadas pasaron por aquí las fuerzas republicanas ya habían caído. La verdad es que pone los pelos de punta pensar que en otros tiempos de nuestra historia reciente hubieran de solucionarse los conflictos con esta virulencia. ¡Nunca más a la guerra!

    Descendemos y bordeamos una gran balsa; algunos patos levantan el vuelo y nosotros nos arrastramos para pasar al otro lado de la valla y acceder a la Vía Verde, cerca de la Edar de Balazote. Los restos de una estación de tren nos hablan de la desidia  en la gestión de bienes públicos, espacios caídos que hubieran podido ser utilizados con variados fines,  como albergues o centros de naturaleza. 

    Más allá La Vega, regada por el Río Balazote mediante acequias y en tablares, con sembrados de cereales y ajos, así como  huertos con crecidas habas. Y antes de la carretera de Jaén (N-322) el Molino del Conde. Pero la imagen más tradicional son los esbeltos chopos, que delimitan el recorrido del río o se amontonan en choperas.

    Bajo las nubes

    Y qué decir del olor del campo, estimulado por nuestras botas y algunas gotejas que van cayendo de vez en cuando. Y entre las flores que nos encontramos, las amarillas intensas de aliagas y retamas y las moradas de lirios adosados a las ruinas del apeadero, que en nariz saben a gloria bendita.

    Cerro de los Anteojos

    Salimos de la Vía Verde entre el Cerro de los Anteojos (867 m) y el Monte de la Encomienda (862) para abordar por la cara sur la Cueva de La Encantada. Es un frontal de piedra en uno de los extremos de una Morra que, dicen, esta hueca por dentro. Desde la parte baja de la pared puede subirse arrastrándose por un hueco, en ocasiones poco mayor que el propio cuerpo. Mi hija estaba muy motivada para su descubrimiento, pero lo dejamos para la próxima. Arriba hay un banco de madera donde nos sentamos para tomar el té con pastas de la tarde y abrigados contemplamos los parajes tan vistosos de la zona. Un ramo de rosas secas forman parte del paisaje.

    La Dehesa del Cuco

    Comprobamos la abundancia de diferentes variedades de arcilla, y con cuidado por los agujeros que perforan la superficie, bajamos al camino que nos lleva hasta La Dehesa del Cuco, una finca de labor, pastoreo y caza, cuyo nombre se debe a un cuco de grandes dimensiones, que al decir de José Ángel, Sosquil de pro, nació su Madre. Hoy estaba abierto el patio donde se encuentra y nos hemos atrevido a ojearlo, desde luego un señor cuco, ahora tiná y palomar, pero aún en buen estado.

    Atravesamos la era y seguimos una rambla por el monte en paralelo al camino de San Pedro a Balazote. Otra vez en el coche, nos adentramos al pueblo para buscar el bar que una señora que andaba por el campo nos ha recomendado para tomar higadillos. Pero hoy el aperitivo será trabajado. Hemos recorrido Balazote, visitado la iglesia del Rosario, nos asomamos al futuro centro de salud y circundamos la Casa de Arriba, antes de los condes de Balazote, y quien sabe si una domus romana al final de una gran vía, o hasta un templo  fenicio. 

    El Maroto

    Seguimos olfateando nuestro objetivo. Y tras varios intentos fallidos damos con El Maroto, junto al campo de fútbol, y aunque no tenían, nos ofrece otras posibilidades, caracoles en salsa, morro y magra con tomate que suplen con nota nuestras iniciales pretensiones. A la salida, en la conversación con algunos lugareños, nos cuentan de otras trincheras por los aledaños del Cerro de San Cristóbal, que se merecen otros caracoles.

    Ha sido una tarde fácil, interesante y variopinta. 6,7 km en tres horas. Pero lo mejor ha sido la sintonía que las tres mujeres han tenido, que ha hecho que la más pequeña se sintiera acogida y piense en la próxima ruta. Un placerazo.

    📍 Pinche aquí si quiere seguir la ruta en Wikiloc

    ▶️ Aquí puede consultar la sección de ‘Senderismo’

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