• Bogarra y el Cortijo del Avellano

    El psicólogo Rigoberto López y el dentista Manuel Martínez proponen Bogarra para llegar al Cortijo del Avellano y cambiar el sedentarismo por el senderismo

    El Autor

    Rigoberto López y Manuel Martínez

    Profesor de Psicología en la Facultad de Enfermería y médico dentista

    Después del parón veraniego, retomamos las salidas de los miércoles. Respondemos a la convocatoria de tarde los 5 magníficos, donde María Dolores nos recoge para visitar el Cortijo del Avellano, junto al Río Mundo. El look de cada uno y la conversación de viaje, fluida y excitante, reflejan que algunos de los presentes no han dado un palo al agua, en el sentido que nos ocupa, y algunos otros han seguido sumando pasos a lo largo del verano, aunque el color de la piel y las barrigas nos reflejan uno u otro extremo.

    Viajes realizados y otras lindezas aderezan el trayecto, hasta desviarnos hacia Potiche (Bogarra), pasar por los Vizcaínos y seguir por el carril hasta el Cortijo de San Martín, con cuidado de no dejarnos los bajos en el trayecto. Aparcamos junto a los restos de lo que, según cuentan, era “la zona” de jóvenes de los pueblos y aldeas  cercanos. Y al bajar del coche reeditamos la sensación que tantas veces hemos experimentado, que nos abre el pecho y nos regocija, naturaleza brava. Pequeños grititos, consciencia de la hora y algunas cajas de abejas cercanas, nos apremian a ponernos las botas y salir tirando.

    Salimos de una hoya rodeada de pinos y cortados de piedra, con fragancias variadas. Seguimos el carril que nos llevaría al Griego, pero que abandonamos en el primer collado para orientarnos a la derecha al Corral de Cano, a veces por un antiguo carril, otras por senda, casi insinuada, y otras por donde la intuición y el sentido común, del GPS, nos indican.

    Como referente, los cortados de piedra del Infierno y pequeños mojones de piedra que en una andada anterior hicieron algunos sosquiles.

    La ajedrea florida, exfoliada por las botas, motivan al silencio. De cuando en cuando, algún mirador al Mundo, encajonado, con el Guardian de la Sierra al fondo, y la loma de La Albarda, muy cercana, al otro. Un águila planea entre las nubes aborregadas, según creemos, para darnos la bienvenida a su territorio. Por la cuerda, damos con la senda que baja a Los Luisos, que aplazamos para otra ocasión, y giramos en busca del Cortijo del Avellano.

    La tarde está estupenda, a veces con sol, otras encapotada y aunque resuenan los truenos, se presume eléctrica y sin agua. Un nuevo mirador, antes de empezar el zigzagueo descendiente por una senda de herradura, nos parece el lugar idóneo para la merienda. Como la tarde anterior fue de feria, algunos presentes confían en la providencia para el aprovisionamiento.

    Entre chopos, agua e higueras frente a la Cueva del Niño

    Magdalenas de la tía Isabel y chocolate, frutas escarchadas y té blanco. Un placer compartido. Y, destellos del agua que fluye por el Mundo, altos chopos autóctonos que buscan la luz, y empiezan a amarillear, acantilados de piedra con abundantes cuevas e impregnaciones rojizas en sus paredes, el resto de la paleta de verdes variados y algodonosas nubes que van cogiendo fuerza. Silencio.

    Retomamos. Llegamos al Avellano, con muchas precauciones y algún culatazo; no damos con el árbol de referencia, pero sí con higueras generosas, almeces, olivos y hasta algún laurel; bajamos al río entre pasadizos de cañas, enredaderas y terrazas de oliveras. Aunque no se dejan ver, olemos las cabras. Más higueras, ahora blancos con su gota de miel.

    Seguimos junto al río, dejamos atrás el vado para subir a la Cueva del Niño, otro objetivo futuro, y vamos saliendo del encajonamiento para llegar a la zona de baño. Algunos nos damos un chapuzón en una fresca y reparadora agua, y mecidos por la corriente, tras unos gritos de júbilo y frío, retomamos para andar el último tramo. Nuevas higueras, nuevos colores. Otro poco carril y senda y llegamos al punto de inicio. Las tripas de las nubes se hacen notar con más intensidad.

    Potiche para acabar en el bar de Maribel con el tío Idolino

    Ya en Potiche, experimentamos una gran alegría al comprobar que el bar de Maribel está abierto. En la terraza, con galería de luces al atardecer, repetimos con los tomates poticheros, huevos ecológicos y otros manjares, en compañía del tío Idolino, que nos confirma la historia de “la Casa del Amor”, y cuenta chistes malos con mucha gracia. Por el camino nos cae la de dios, el parabrisas no da para achicar, y la temperatura desciende. El parabrisas se empaña y hay que buscarse las mañas para hacer pequeños observatorios. Las situaciones vividas producen tanta hilaridad, que las barrigas y gargantas terminan afectadas.

    Han sido casi 6 kilómetros de distancia, con un desnivel de 250 metros, en tres horas y media. Un extraordinario inicio de la temporada de otoño-invierno. 

    📍Aquí puede consultar la ruta en Wikiloc

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