• Botox, la bacteria que cura

    La toxina botulínica, más conocida por una de las marcas que la comercializa, Botox, se ha hecho famosa como tratamiento estético, pero sus aplicaciones van más allá. Esta bacteria se ha ganado la fama a base de ‘rejuvenecer’ rostros conocidos, pero los médicos que trabajan a diario con ella en la sanidad pública no son precisamente los cirujanos plásticos.

    Imagen de un laboratorio.

    El Complejo Hospitalario Universitario de Albacete invierte más de 95.000 euros anuales en el suministro de esta toxina, que aplica a patologías tan diversas como el estrabismo, la sudoración excesiva o hiperhidrosis, en las lesiones medulares y parálisis, en el tratamiento del dolor, la migraña crónica, la incontinencia urinaria e, incluso, la tartamudez.

    Recurren a ella desde el otorrino hasta el dermatólogo, pero los servicios que más demandan la toxina botulínica son Neurología, Rehabilitación y Dermatología.

    Se conoce desde el siglo XVIII como la toxina que causa el botulismo, pero no se aprobó como producto terapéutico hasta 1989

    Esta bacteria se conoce desde el siglo XVIII como la toxina que causa el botulismo, pero no se aprobó como producto terapéutico hasta 1989, cuando se dio luz verde al Botox en Estados Unidos. Sus aplicaciones terapéuticas se comenzaron a investigar en 1968 y en 1980 fue cuando el tratamiento se aplicó por primera vez en humanos para tratar el estrabismo o bizquera infantil.

    Enfermedades neurológicas

    Con el paso de los años, se fueron investigando otros usos, en su mayoría enfermedades neurológicas, como las contracciones musculares involuntarias o la rigidez. Su aplicación en problemas estéticos, que fue lo que le supuso el salto a la fama, no llegó hasta 2002 y en Dermatología, para el tratamiento de la hiperhidrosis, no se autorizó hasta 2004. En la actualidad, ya se aplica en el tratamiento de la migraña crónica y la incontinencia urinaria.

    Lo que hace esta bacteria es paralizar el músculo de forma temporal. Su efecto persiste hasta que se forman nuevas terminaciones nerviosas, entre cuatro y seis meses, lo que llevará a repetir el tratamiento.

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