• Caminar, el calor no es excusa

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería

    En verano, el cuerpo también pide caminar, pero con la luna, de ahí que hoy cuente la subida nocturna a “El Guijarral”.

    A las 10 de la noche vamos llegando a la puerta del Ayuntamiento de San Pedro. A la convocatoria hemos respondido un grupo variopinto, 62 andarines, pequeños y grandes, padres, hijos, amigos, del pueblo, Albacete, Ituero y Casas de Lázaro. Las más pequeñas ponen el ritmo de la etapa, cerrando la cordada Daniela y Laura, que ante el bullicio de la quedada ha arrastrado a su padre a la marcha en el último instante.

    Salimos por la carretera de La Rambla, y giramos por Miguel Servet para coger el camino de las eras; después de la casita de La Pilarín, cruzamos la carretera y seguimos por el camino del Cerrico. Dejamos a la derecha la nave de La Anica, llegando a la loma, a la izquierda, fantasmean los restos del chozo, que en su día construyó Luisito para guardar su viña. Seguimos el camino junto a los almendros de Juan Ramón, y en lo alto del Collado del Cojo, giramos a la derecha siguiendo una pequeña loma. A la izquierda queda el hueco de las viñas, el camino de Tiriez, y al fondo el tintineo de luces rojas de las naves extraterrestres y molinetas, y a la derecha las luces de todos los pueblos circundantes, San Pedro, Pozuelo, Casas de Lazaro, Peñarrubia, y un sinfín más en dirección a Albacete.

    Ascendemos El Guijarral hasta el punto geodésico, donde nos aposentamos en corrillos para descansar y comernos el bocadillo, muy cerca del chozo hundido de Juan Palotes, aunque no lo descubrimos para evitar riesgos en excursiones imprevistas. Ahora tenemos un buen punto de observación de todas las luces, no estamos seguros de si algunas de ellas son las del Pardal.

    Apagamos casi todas las linternas, obsequio del Ayuntamiento a los más pequeños, para seguir con la observación de… la constelación de Escorpio, Júpiter, la Osa Mayor, la Polar, la Vía Láctea…con las que Alberto, del pueblo de las cabras , nos obsequió. La bota de Jose nos ayuda a pasar el trago. Y la armónica de Ubaldo va repasando melodías mientras llegan las historias. Este es capaz de darnos un concierto en el cultural San Pedro.

    “Eto era una vez Tito Pulo, y va bobo y dise, ¡ay tito pulo ahora momo! (amenazante). ¡Anda no momas y te dido ande hay una nina ando ninos! (suplicante). Fue bobo y eran algos y rieron taos pulo, taos pulo (con la mano aprieta el culo). Tonce va bobo y dise ¡ay Tito Pulo, ota tade te aseuuuuro! (amenazante con el dedo). Y dise Tito Pulo, ¡yo lo que quería era lidio, ota tade yo dedo (con cachondeito)”. (Homenaje a Emilio el de Judas, a quien le hicimos contarla un sinfín de veces cuando tenía 2 años y lengua de trapo. El no se acuerda, pero tanto nos reímos con ella que nos la aprendimos y ya se la saben varias generaciones de picanos).

    Y en la siguiente historia, preparada durante toda la semana, Marta nos contó sin contar, que era una noche muy, muy oscura. En un lugar donde había un castillo, vivía un vampiro. De pronto saco un cuchillo y….untó mantequilla en un bocadillo. La historia tiene miga!. Y esperaremos hasta la próxima para el desenlace.

    Dicen que por aquí se ve una culebra impresionante, que ya se ha comido a algunos agricultores, ovejas, y hasta ratones. Si tienes la suerte alguna vez de encontrarte con ella, acuérdate de que también es de aquí, no te acerques mucho, y sigue tu camino. Y no lo cuentes a nadie, bueno solo a algún buen amigo.

    El Guijarral ya iba haciendo estragos en las posaderas, y reanudamos la marcha, ahora por las oliveras de Ricardo, viendo las luces cercanas de Balazote, y giramos a la derecha por el camino que nos lleva hasta los almendros de Quintanilla, que toman el fresco con las oliveras de Germán, para abrirnos a los llanos, sembrados de rastrojos, atochas gigantes y de luciernagas que serpentean por el camino, que podrían hacer creer al más pintado, que estaba pasando la Santa Compaña. Nuevamente cruzamos la carretera, ahora por el helipuerto, y después de las eras, entramos al pueblo por donde La Rosita Gálvez, y después de la casa de la Abilia, encajonados, llegamos al bar de La Adela para dar cuenta del chocolate y las fritillas que nos ha preparado, en tanto Juanina regruñe y nos saca mesas y sillas para acomodarnos, ya que habíamos superado la previsión. Las mejores orejas escuchan a la María de la Encarnacion o como se llame la nueva, que hace tres horas que salimos. Solo falta sacarle a José Ángel la frase de la despedida, ¡Qué bien nos lo hemos pasado! A lo que todos respondemos, ¡Qué viva la concejal de Cultura! Y cada mochuelo a su olivo.