• De Campillo de las Doblas al infinito

    El dentista Manuel Martínez propone Campillo, en Campillo de las Doblas, para disfrutar de la ración de senderismo semanal

    El Autor

    Manuel Martínez

    Dentista licenciado en Cirugía y Medicina

    No hay ruta senderista por la provincia de Albacete que no sorprenda, tanto por sus paisajes como por el encanto de las pedanías, como nos pasó con Campillo de las Doblas. Ahora que tanto se habla de la España vacía, cuesta entender que no regresemos al silencio, a los montes y sembrados para recuperar la paz que nos quitan las ciudades. En esta ruta, sólo nos encontramos con un tractor.

    A 27 kilómetros de Albacete capital

    Partimos de Campillo de las Doblas. Por cierto, normal que a las tres de la tarde sólo nos tropezáramos con un tractor, por la hora y porque según el Instituto Nacional de Estadística (INE) esta población sólo tiene 42 habitantes. Pertenece a Albacete capital y está entre Campillo de la Virgen y Pozohondo, muy cerca de Pozo Cañada, últimamente nuestro destino final por la adicción a la tortilla de patatas de Llanos.

    No es la primera vez que al iniciar la ruta, en poblaciones que parecen desiertas, nos encontramos con gatos que, aunque tienen fama de solitarios, siempre van en familia. Parece que recorremos las calles de una vieja película del oeste. Así, después de parar el coche cerca de un banco para calzarnos las botas y saludar a los felinos, enfilamos el camino atravesando Campillo de las Doblas hasta una original construcción que nos sirve de señal para subir hasta Campillo, que es el objetivo de esta tarde de temperatura primaveral.

    Nos sorprenden cientos de almendros en flor a nuestra izquierda mientras a la derecha, en la lejanía, vemos cómo alguien enfundado en su traje de recolector de miel manipula las colmenas. Damos por hecho, en vista del paisaje, que se tratará de miel de romero.

    La subida hasta el punto geodésico es sencilla y el paisaje, una hoya de esparto y pinos, compensa el esfuerzo. La pena es que la señal del Instituto Geográfico Nacional, a la que tanto nos gusta subirnos, está al otro lado de una valla. Pero la merienda, tumbados entre el esparto, nos quita la decepción. Además, hay mucho que comentar, ya que durante la subida nos ha sorprendido el vuelo de un búho real.

    Bajamos descansados y con luz, pero una de las andarinas tiene el tobillo dolorido, por lo que se retira al banco de la paciencia mientras el resto subimos una pequeña morra situada justo enfrente de nuestra ruta, lo que nos permite descubrir un pino que sólo por verlo de nuevo merece otra visita a Campillo de las Doblas.

    Dos horas y media caminando nos han permitido recorrer 9,5 kilómetros con un desnivel de 330 metros. Sumamos una nueva ruta en una época en la que no hay nada que no florezca. Una vez más, somos tres y echamos de menos al cuarto, al bardo, que se sumará a la ruta de Ontalafia. Las dos andarinas y la brújula nos hemos hecho fijos.

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