• Carcelén nos da las coordenadas

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería

    Llegamos a Carcelén y aparcamos junto a la acequia por la calle del Águila. Nos calzamos las botas y tiramos calle Arriba, llegamos al depósito del agua y seguimos el camino de La Muela de Carcelén, primer objetivo de la etapa.

    Unas cabras que están descortezando las oliveras emprenden veloz carrera. Seguimos el PR por una bonita senda hasta la Cueva de los Collados, y tras visitarla continuamos hasta Peña Negra (1.125 m), desde donde gozamos de unas estupendas vistas del pueblo y del entorno. Solo afean las molinetas, sus aspavientos y quejidos, que seguro nutren las arcas del municipio pero tal vez hubieran podido situarse con más discreción y no haber restado protagonismo a los extraordinarios farallones que rodean el pueblo.

    Continuamos bajando por el barranco de La Umbría desde donde empezamos la subida por el Reguero de los Poyos, emparedados de piedra para contener el arrastre de las aguas. Tres caleras, una en buen estado, recuerdan esta actividad en la zona. A media subida, poco después del abrevadero, giramos hacia el corral de Fuente la Rosa, y siguiendo desde el alto por el camino de las molinetas nos dirigimos hasta el barranco de Fuente Mayor, que alcanzamos tras un poco de campo a través. Mi rodilla derecha me va susurrando, ¡sé que estás ahí, te siento, te reconozco! Y le hago caso y le doy un respiro.

    Es la hora de la merienda, algunos quesos, uno de los cuales huele a pies pero..¡tan rico!, embutidos caseros, vino de la zona de Almansa (garnacha y….), y unos trozos de sandía aún fresquita, son los manjares de la tarde. Retomamos, y al poco rato, tras contemplar una procesión de nazarenos en un huerto,  iniciamos la subida de la Muela del General. Visitamos la Cueva de los Bolos, que aún gotea, y cogemos unos pequeños cuarzos como recuerdo de la etapa y ¡presente para mis hijas! Por el alto, entre chaparros y carrascas genuinos, nos vamos acercando a la Piedra del Medio Día, desde donde contemplamos otra visión del pueblo, el Castillo del Conde de Casal, la ermita del Cristo de las Heras y La Misericordia y, como no,  descubrimos los restos de tres hogueras, desde donde parten los mozos en sus fiestas de agosto.

    Comparto con Manuel historias que Vicentita me contaba de cuando fue reina de las fiestas, como el preciado galardón que el mozo de los montones obtenía, ¡bailar con la reina! Por el recorrido campan a sus anchas un rebaño de cabras. Otra vez nos escurrimos, ahora por el Barranco del Molino, hasta  las oliveras que un paisano está labrando. Impregnados por el olor a tierra revuelta que nos anima a restregarnos, vamos regresando a nuestro destino. El nene nos dirá que hemos andado 18 km en 4,30 horas, ¡nuestros pies lo confirman! Aún nos queda tiempo para visitar el bar de Matías, reponer líquidos y probar sus boquerones en vinagre. Y enjaretando la etapa tenemos la suerte de contar con Juan Francisco y otros miembros de la corporación, que nos  clarifican algunas de las informaciones aquí contadas. De vuelta en el coche, nuestro Querido Núñez, todavía infiltrado, nos manda fotos muy coloridas del mercado de La Boquería, tal vez espoleado por las que le hemos mandado de esta extraordinaria ruta.