
Escribía hace unos meses Javier Marías lo mucho que echa de menos en el panorama literario actual encontrar autores que inventen historias apasionantes y con un estilo ambicioso, que más que procurar dar lástima lo que pretendan sea demostrar las ambigüedades y complejidades de la vida y las personas.
Básicamente comparto su opinión, y por eso no renuncio a leer al menos una novela clásica cada mes, porque en general es en estas imperecederas obras literarias donde mejor se refleja la grandeza y la miseria de la vida y la naturaleza íntima y compleja del ser humano.
La narrativa contemporánea –la buena- puede resultar ingeniosa, misteriosa o cosmopolita, pero no deja de estar excesivamente impregnada de los clichés de nuestro tiempo
La narrativa contemporánea –la buena- puede resultar ingeniosa, misteriosa o cosmopolita, pero no deja de estar excesivamente impregnada de los clichés de nuestro tiempo, que parecen empujar a sus autores a intentar en cada momento sorprender al lector con giros impensables de la trama o truculencias desagradables del personaje, sin perder nunca de vista, eso sí, la impoluta corrección política del protagonista.
Como en mi caso la vorágine diaria del trabajo y la necesidad imperiosa de leer extenuantes reflexiones científicas tan atractivas como pueden ustedes imaginar (por poner dos ejemplos recientes, artículos que glosan la combinación genética que es capaz de producir un mayor porcentaje de ictus hemorrágicos o la aparición de una nueva familia finlandesa cuyos componentes manifiestan atrofia lingual) me impide dedicarme a lo que sin duda es mi auténtica vocación, leer novelas, persigo con ahínco encontrar de vez en cuando alguna actual que se salga de la norma.
Cayó en mis manos un voluminoso ejemplar que se vanagloriaba de incluir toda la obra literaria breve de Joseph Conrad
Así, y por recomendación de mi madre, devoradora incansable de libros e incondicional de cuantos clubes de lectura tenga esta ciudad, probé con una de éxito (mejor libro del año 2018, según Babelia), prosa además escrita por un poeta, lo que como “Confieso que he vivido”, “El país de la canela” y tantos otros ejemplos han mostrado, suele ser garantía de novela bien escrita. Fue un fracaso. Cansado antes de la centena de leer las desgracias y miserias del protagonista contadas en primera persona, decidí desintoxicarme sin demora y mientras reflexionaba cómo hacerlo cayó en mis manos un voluminoso ejemplar que se vanagloriaba de incluir toda la obra literaria breve de Joseph Conrad.
Uno, como cualquiera, había leído ya en el pasado Lord Jim, La Línea de Sombra, Los Duelistas o El Corazón de las Tinieblas, así que decidí que una inmersión conradiana podía fácilmente lograr el objetivo buscado. Y tanto que lo hizo. El libro contenía decenas de relatos cortos, algunos de ellos auténticas novelas breves.
Y aunque todos merecen recomendación, voy a permitirme destacar uno para animar a los habituales de estas columnas: Juventud. Un homenaje imperecedero al mar, al esfuerzo y la paciencia de los marinos, a los códigos únicos de esa gente y a la época gloriosa que vio adueñarse de los océanos a los grandes veleros.

Voy a permitirme destacar uno para animar a los habituales de estas columnas: Juventud
Y es un homenaje también a la juventud hecho desde la madurez, un homenaje del que es, a aquel que fue, al tributo que los años pagan a la inocencia y la esperanza. Y a qué negarlo, devoré todo el compendio, repitiendo la lectura ya conocida de muchos, quizá la mayoría, de los relatos que lo poblaban.
Narrativa breve, pero no menos estimable: creo que fue Juan Benet quien dijo que Lord Jim era un cuento y Juventud una gran novela. En cualquier caso, leer o releer la obra de Conrad me ha permitido volver a interesarme en la figura de este escritor, que quiero ahora compartir en estas líneas.
Ya a los 15 años estaba enrolado en la marina mercante francesa
Joseph Conrad nació polaco en el siglo XIX, y como tal, casi apátrida. Y desde luego muy alejado del mar y sus leyendas. Problemática de índole política y familiar le obligó a abandonar bien pronto su país, y ya a los 15 años estaba enrolado en la marina mercante francesa.
Los franceses de aquella época, muy parecidos a los actuales, no permitían ascender hasta posiciones de mando a marinos extranjeros, así que el joven Conrad pronto probó suerte en la Marina Imperial Británica, y tras unos pocos años navegando bajo bandera australiana ya había conseguido mando en nave y con ella, recorrer los Mares del Sur y también los que circundaban la metrópoli. Lo maravilloso de Conrad es que el inglés era su tercer idioma (después del polaco y el francés) y sin embargo nadie cuestionaría su presencia en una lista que mencionara los 5 mejores autores en lengua inglesa de la historia de la narrativa.
Un genio sin duda. Su literatura, introspectiva, es de lenguaje sencillo y casi siempre en el escenario del mar y los veleros, pero bajo este marco general logra siempre enfrentar al lector con las contradicciones del personaje, sus ambiciones, su problemática, las imitaciones que los elementos o la sociedad ponen ante él y el modo en que este las supera o se hunde en el fracaso.
Conrad escribió en total trece novelas, dos libros de memorias y una buena cantidad de relatos. Son estos los que quiero hoy recomendarles.
Imprescindibles
Además de Juventud, son imprescindibles Los Duelistas, La Línea de Sombra, Tifón, El Cómplice Secreto, El Colono de Malata y El Corazón de las Tinieblas (este último, como Juventud, una gran novela breve, que inspiró, entre otros méritos, la película Apocalypse Now). No se los pierdan. Quizá les sean necesarios para superar las semanas de obviedades y mediocridad que se nos vienen encima.
Aquí puede consultar información sobre el neurólogo Tomás Segura
Quiero aprovechar este espacio para agradecer al Doctor Segura sus amenos e interesantes artículos, sobre todo aquellos que hacen referencia a hechos históricos que de una u otra manera están relacionados con la medicina y con la grandeza del hombre. Artículos como el dedicado al Síndrome de Guillain Barré, el de Sorolla y el ictus, el de la batalla de Dunkerque o la glosa sobre Andrés de Urdaneta además de contribuir a difundir pequeños pero grandiosos episodios de la historia, nos proporcionan a los lectores momentos de lectura apasionantes. No me cabe duda de que en la figura del Doctor Segura se aúnan su amor por la medicina y su inquietud humanística.
Doctor,
que Juventud es una novela y Lord Jim un cuento se lo dijo Juan Benet a Juan Manuel Alesson, uno de los varios traductores de Youth, una tarde en Murcia. ¿Podría decirme dónde ha encontrado usted esa referencia?
Muchas gracias por su amabilidad