Saludos de un pediatra formado en Albacete y que lleva casi 4 años trabajando en Suecia. Aunando conocimientos, experiencia y opiniones recogidas en mi trayectoria tanto profesional como personal como padre de 3 niños, me atrevo a escribir algunas pautas sobre un tema candente: la alimentación infantil.
Así como en muchos otros ámbitos de la medicina es posible hablar de pautas basadas en evidencia científica, es muy difícil encontrar recomendaciones alimentarias (alimentación = elección voluntaria de lo que comemos; nutrición = proceso involuntario que sucede al comer; dietética: ciencia para comer saludable; dieta: lo que realmente comemos). Por eso todo consejo que se dé estará basado en cultura, tradición, opinión, sentido común y algo de ciencia. Todo ello en evolución y sin blancos ni negros.
Sí hay datos epidemiológicos: en los países occidentales no hay desnutrición infantil. Hay malnutrición (los niños comen incorrectamente) pero no hay déficit de calorías en la dieta infantil. Al contrario, las tasas de obesidad infantil son estremecedoras. Que uno de cada 4-5 niños tengan (y vayan a tener en el futuro) obesidad y sus patologías asociadas da pánico pensándolo fríamente.
Por desgracia quedan reminiscencias culturales de épocas antiguas que hay que superar: “el niño gordito” no es un niño sano, al contrario. En relación con el peso hay un error común en muchos profesionales de la medicina: es cierto que un niño crónicamente enfermo no gana peso adecuadamente. Pero no es cierto la afirmación contraria: muchos niños con curvas de peso fuera de lo normal (la interpretación de la curvas de somatimetría es un capítulo largo y complejo) son niños sanos.
Hablando de niños sanos no hay una forma de introducir la alimentación complementaria que haya mostrado ser la mejor. La gran duda que numerosos estudios no han logrado ponerse de acuerdo aún es si introducir ciertos alimentos antes aumenta el riesgo de alergias o intolerancias (incluida la enfermedad celiaca). En caso de antecedentes familiares claros de alergia puede ser prudente el introducir alimentos de uno en uno para detectar posibles reacciones y quizás aplazar ciertos alimentos hasta después del año. Pero esto no parece necesario en la mayoría de niños sanos.
Hay una serie de recomendaciones y conceptos que me gusta compartir:
- Los niños aprenden de dos maneras principales: con el ejemplo, sobre todo de la familia y escuela, y con el hábito. Hay niños que requieren de 6-8 intentos fallidos para que acaben aceptando ciertos alimentos.
- Comer es un acto social y cuanto antes involucremos a los niños tanto en la preparación (comprar y cocinar) como sobre todo en el hecho de comer juntos, mejor. En cuanto el lactante es capaz de mantenerse sentado sería muy bueno sentarlo a la mesa con padres y hermanos.
- No es necesario que un lactante tome nada más que leche materna durante los primeros 6 meses.
- A comer hay que aprender. Lo mejor es aprender a comer como lo harán de mayores. Un lactante al pecho no necesita beber en biberón. Bien pronto pueden aprender a beber en vaso si se les ofrece con paciencia y repetidas veces. Esto es un mero ejemplo aplicable a muchos ámbitos más. Otros ejemplos: si desde el principio se les da leche natural sin añadirle nada (azúcar, cacao) aprenderán a beberla así. Si se les acostumbra a comer con poca sal no la echaran en falta después. A poco que se piense se encontraran más situaciones similares.
- El desarrollo del niño tiene varias fases naturales, más marcadas en unos que en otros, pero normales en cualquier caso. Antes del año, aproximadamente, son curiosos. Hacia los dos años se vuelven mucho más reacios a lo nuevo.
- Cada alimento aporta calorías, más o menos en función de la cantidad y proporción de proteínas, grasas e hidratos que contiene. Sin embargo la importancia nutricional la aporta los demás componentes: fibra, vitaminas, oligoelementos, etc. Dado el evidente exceso de energía que la mayoría de los niños comen, el objetivo debe ser obviar la ingesta de “calorías vacías”. Un ejemplo son los cereales, ya sean en biberón o en papilla. Contienen exclusivamente hidratos de carbono y aportan por ello tan solo calorías. Por ello sería más recomendable comenzar la alimentación complementaria con frutas y verduras. Y si lo hacen empezando a coordinar su motilidad fina cogiéndolo con las manos y llevándolo solos a la boca, mejor!
- Es importante que los adultos aprendamos a leer las etiquetas de los paquetes que compramos y que enseñemos pronto a los niños. Así nos daremos cuenta enseguida que hay muchísimos productos que contienen esas calorías vacías. De hecho prácticamente todo lo que comemos que viene envasado lleva añadido azúcar, edulcorantes, saborizantes y químicos que nada aportan a la nutrición. Así podríamos dar una regla básica: comer materias primas es mucho más sano que comer productos procesados.
- Se entiende que es la sociedad actual de prisas para todo, se tienda a dar a los niños comida que requiere poco tiempo en elaborarlos. Pero pensado fríamente, no hay nada más rápido que darle a un escolar una manzana para que se lo coma a mordiscos en el recreo. Y eso es infinitamente más sano que productos llenos de calorías vacías: bollería, galletas, pan de molde…
- Lo que beben los niños (y muchos adultos) es un aspecto fundamental y sencillo: se debe beber agua… y poco más! Zumos, refrescos y toda bebida envasada contiene cantidades exageradas de azúcar que además se absorben rapidísimo. Y no nutren nada. La cantidad de fruta que aportan los zumos (incluso los hechos en casa) es menor y con menos fibra que la pieza de fruta comida entera. Los lácteos requiere un capitulo aparte: contienen básicamente proteínas y calcio. Ambos nutrientes los deberíamos ingerir a diario con otros alimentos (vegetales, legumbres, carne y pescado). Por eso no es necesario ni beber leche ni tomar lácteos. Pero puestos a elegir, la leche entera directamente del envase lleva mucho menos añadidos que yogures, flanes, natillas e incluso quesos.
- Finalmente podemos hacer grupos de alimentos que habría que comer cuanto más mejor (fruta, verdura, legumbres, semillas, agua); otros con moderación (pasta, arroz, carne, pescado, leche, queso, huevos) y otros que cuanto menos mejor (dulces, bollería, galletas, pan blanco, zumos, refrescos, lácteos, snacks, salsas).
Vuelvo a insistir en que lo escrito es fundamentalmente opinión, pues evidencia científica hay poca y por ello susceptible de debate.