• COVID persistente, la condena del personal sanitario

    Se estima que 11.000 sanitarios españoles se enfrentan a las secuelas físicas del coronavirus, al llamado Long COVID o COVID persistente

    Una mañana se levanta con las plantas de los pies y las palmas de las manos negras, otro día son los tobillos hinchados, los hematomas, el dolor y la anemia persistente, cuando no todo a la vez. Y es que la enfermera albaceteña África Martínez Amezcua tiene COVID persistente. Lo dicen los informes de Neurología y Medicina Interna, porque para la Seguridad Social se trata de una enfermedad común.

    COVID persistente sanitarios

    La enfermera África Martínez Amezcua se enfrenta desde hace 20 meses a las secuelas de un COVID que pasó como un simple catarro

    Se jugaron la vida trabajando sin protección y hoy, cuando de los aplausos no queda ni el eco, miles de trabajadores del contexto sanitario se enfrentan al COVID persistente. Se contagiaron y ahora afrontan una pandemia que no acaba de irse con secuelas para las que nadie tiene respuesta ni explicación.

    Es el caso de la enfermera África Martínez Amezcua, que recuerda la primera ola del coronavirus como una auténtica pesadilla. Ella trabajaba en un servicio de atención domiciliaria llamado ESAD, prestando cuidados paliativos a pacientes crónicos no oncológicos. Pero el 13 de marzo la reclutaron, sospecha que ya contagiada, para Salud Laboral. Y es que el personal sanitario estaba cayendo en un efecto dominó imparable. Todo era confusión hasta que el 28 de marzo fallecía uno de sus compañeros, el médico Santos Julián González. El día 29, todos daban positivo.

    De aquella época, África recuerda que en Salud Laboral no paraban de llorar. Los liberados sindicales acudieron para apoyarlos. Todo era confuso. Pero había que trabajar, así que diez días después de dar positivo, esta enfermera se reincorporaba a su puesto de trabajo. Había pasado el coronavirus con síntomas catarrales, sin fiebre. Todo el mundo la felicitaba. Entre muertes, ingresos e intubados, se daba por hecho que quien lo pasaba, lo había superado. “Estaba muy contenta”, recuerda 20 meses después.

    Así, con el dolor por la pérdida de su compañero, pero afortunada por haber superado este nuevo y desconocido virus, África regresó al trabajo. Primero empezó a notar disnea. Se fatigaba por todo. No podía moverse y hablar por teléfono. Después, se le empezaron a hinchar los tobillos. Luego llegaron las taquicardias. Y las manchas, los moratones, la anemia persistente, los ganglios inflamados, las pesadillas, el insomnio, la pérdida de memoria, el dolor, los problemas renales y un sinfín de síntomas que han cambiado su vida. De hecho, África, que hasta marzo de 2020 sólo se quejaba de una hernia discal, toma ahora una veintena de pastillas para tratar una sintomatología que, en lugar de mejorar, suma patología.

    Estudio del neurólogo Tomás Segura

    Con 51 años, ha estado un año de baja por disnea, ya que el COVID persistente no existía en el sistema. Ahora, trabaja como enfermera de vigilancia epidemiológica, como rastreadora, porque ha necesitado una adaptación de su puesto de trabajo. Mientras tanto, convive con un sistema inmunológico desquiciado y con la esperanza de que el estudio en el que participa, el del neurólogo albaceteño Tomás Segura, dé con la cura.

    Y es que unos síntomas mejoran, otros empeoran, los hay que desaparecen y están los que surgen nuevos, pero desde hace 20 meses África se siente enferma. Su temperatura está por debajo de 35 grados. Tiene sensaciones raras en las manos, la cabeza y los pies. Le duele todo el cuerpo y ha llegado a levantarse con un pie equino, literalmente, colgando.

    Para colmo, la primera dosis de la vacuna de Pfizer le provocó una reacción alérgica. Y si su nivel de anticuerpos llegó a 60.000, hoy está en 11.000.

    Prudencia e investigación ante un COVID que puede evolucionar a ‘persistente’

    Esta enfermera pide prudencia e investigación frente a una enfermedad nueva que nadie sabe a ciencia cierta hacia dónde va. En su caso, ser una mujer sana que pasó el coronavirus prácticamente asintomática no le ha impedido, como le ha pasado a miles de sanitarios, enfrentarse al COVID persistente.

    En este contexto, personal sanitario que sufre cuadros de COVID persistente se ha asociado para denunciar la falta de apoyo de la Administración pública. Pese a contraer la enfermedad ejerciendo su labor, sin mascarillas ni EPIS en los primeros momentos, se cataloga su dolencia como enfermedad común y no como enfermedad profesional. 

    ➡️ Aquí puede consultar la información publicada sobre COVID persistente

    • Entre el 10 y el 20% de quienes han sufrido COVID-19 podrían continuar con sintomatología semanas después de la infección, tal y como apuntan diversos estudios internacionales. A este complejo de síntomas que perduran en el tiempo más de 4 o incluso 12 semanas se le conoce como COVID persistente y se estima que podría afectar a más de medio millón de personas en España.

    ¿Tiene COVID persistente? ¿Necesita ayuda? En Castilla-La Mancha hay una asociación que aglutina a más de 3.000 afectados.

    📩 covidpersistentecastillalm@gmail.com

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