• Víctima de los algoritmos de la edad

    Crónicas de un crónico I

    El Autor

    Miguel Ángel Molina

    Paciente

    Como cada mañana, abro la página web del diario digital que acostumbro a leer. Entre los artículos de política nacional salta un primer anuncio, un recuadro que resalta en cifras luminosas mi edad, a la que se achaca la culpa de una presbicia que, de manera paulatina, he visto —o no he visto— ir creciendo desde que cumplí los 45 años. Cada vez tengo que estirar más el brazo para poder leer la letra pequeña de un libro, la carta de un bar o las condiciones del contrato de telefonía.

    Internet lo sabe todo…

    Un poco más abajo, al arrastrar con el dedo la pantalla del móvil, aparece otro banner publicitario. En este se dibuja una cabeza de hombre desde un plano cenital, cuya espesura capilar va cambiando desde lo desértico a lo frondoso. Ya no hace falta ir a Turquía, basta con presentarse en Madrid en una clínica de la que es copropietario un famoso futbolista. Identifico mi coronilla en uno de los dibujos, uno de los más próximos a la imagen de partida, en la que la frente se prolonga hasta el cogote.

    A estas alturas, en el apartado de noticias internacionales, sospecho que la cámara del ordenador, por mucho que la tenga cegada con un trozo de esparadrapo, me vigila. No solo Internet conoce mi edad, sino también mi aspecto. Asumo que me he expuesto en las redes con múltiples fotos, al igual que no dudo en aceptar las cookies de cualquier web en cuanto emerge la ventanita en la pantalla.

    Que los algoritmos me recuerden continuamente mi galopante tránsito por la edad adulta me lo he ganado a pulso —o a base de pulsar, que viene siendo lo mismo—, pero es en el bloque de deportes cuando siento un profundo desasosiego. Aquí la publicidad hace un tiempo que ha tomado un cariz más que preocupante. No va al grano, utiliza circunloquios o eufemismos para no nombrar lo que pretende sanar, enmendar o reparar. El anuncio habla con extremo cuidado de “salud masculina”.

    En este punto, después haber sido acusado por enésima vez de indolente por no corregir mi visión o mi alopecia, hay que andar con mucho tiento para no lastimar la autoestima de un cliente en potencia como lo pueda ser yo. Aunque, para no andarme por las ramas como los publicistas en cuestión, tendría que calificarme como un cliente en “impotencia”, que es de lo que de verdad quieren hablar y no se atreven a nombrar.

    crónicas de un crónico 1

    ¿Acomplejado? ¿Acabado?

    Todavía no he llegado a la sección del cultura del diario digital y ya han hecho de mí un hombre acomplejado, por no decir acabado. Me planteo seriamente si acudir a mi médico de atención primaria para que me derive a los distintos especialistas que parezco necesitar. Aunque, tal y como están las listas de espera, cuando quieran atenderme lo que quizás me aconseje la publicidad de la web serán audífonos, bragueros y andadores.

    No se crean que voy a dejarlo pasar. No, nada de eso. Por lo pronto, ya he ido a la óptica a que me gradúen y dentro de una semana estrenaré mis primeras gafas progresivas. Por algún sitio hay que empezar.

    📍Tengo un máster en dolor

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