• Danone, el imperio que nació en una farmacia

    Zapatos, potitos, jabones, cosmética, biberones y otros muchos productos surten hoy las estanterías de las farmacias. Es un fenómeno en expansión que, sin embargo, ya daba sus primeros pasos a principios del siglo XIX, cuando tuvo como uno de sus precursores al protagonista de nuestra historia. Quién lo podía imaginar. Uno de los colosos mundiales del sector de la alimentación y el mayor fabricante de yogures, Danone, empezó su exitoso periplo comercial vendiendo sus productos en farmacias, resaltando sus bondades para la salud y buscando y atrayendo la atención y opinión de médicos.

    “Yogur para niños. Tratamiento de enfermedades estomacales”, “Yogur Danone. Rico reconstituyente (de venta en farmacias)”, “Danone es el postre de las digestiones felices” o  “Danone, poderoso alimento, reconstituyente del estómago e intestinos” fueron algunos de los reclamos que utilizó un comerciante judío, Daniel Carasso, con raíces de sefardíes procedentes de Aragón, para cautivar, primero en Lausana (Suiza) en 1914 y luego en Barcelona en 1919, a médicos, farmacéuticos y público en general en su afán por introducir el yogur en la dieta y, de paso, luchar contra las diarreas de niños y adultos, muy habituales a principios del pasado siglo por la deficiente alimentación. Suyo fue el primer yogur a base de leche fermentada, recuperando la tradición de los pastores búlgaros y empapándose de los descubrimientos del Nobel de Medicina, el ruso Ilya Metchnikoff, del Instituto Pasteur de París, sobre los efectos del ácido láctico fermentado en la salud.

    Pero para el éxito del yogur y, por ende, del imperio Danone, fue crucial el apoyo de los facultativos, del que hay muchos ejemplos. Para el primer yogur, de nombre Maya Santé, logró que los médicos de Lausana alabasen sus cualidades terapéuticas  “no suficientemente reconocidas en nuestros días, pese a haber sido investigadas extensamente hace años en el Instituto Pasteur de París”. También en esa localidad suiza los farmacéuticos sometieron a prueba muestras envasadas en tarros de cristal y pusieron el requisito de contar en sus establecimientos con una instalación para preservar un producto de muy corta caducidad, entonces de apenas tres o cuatro días. En Barcelona contó con el apoyo del bacteriólogo Jaime Ferrán; logró el respaldo oficial del colegio de médicos, que un día visitó el laboratorio que montó en su casa; vendió sus yogures en farmacias, clínicas y consultas particulares de médicos; y en el membrete de sus cartas estampó la silueta de un microscopio para resaltar el enfoque de ser un producto inspirado en métodos científicos.

    danone

    La búsqueda de la opinión médica y la vinculación del producto con sus virtudes para la salud fue una constante allá donde se extendió el imperio del yogur. En París, donde su hijo Daniel (de cuyo nombre en judío, Danon, fue la inspiración de la marca) constituyó en 1929 el embrión del imperio, la Societé Parisienne du Yogurt Danone, entregaba vales gratuitos a visitadores médicos para canjear por yogures en queserías y lecherías. En Nueva York, a donde huyeron de los nazis en plena Segunda Guerra Mundial, Daniel también atrajo el interés de los médicos hasta el punto de contar como socio con un médico amigo personal del presidente Roosevelt.

    Queda, por tanto, para el recuerdo el vital respaldo que dio el sector médico para que esta aventura cuajase y pusiese las bases de lo que es hoy un gigante de la alimentación. Recuerdo un refrán chino que decían que “todos los grandes caminos comienzan con un paso”. En esta historia, parte de ese paso lo dieron médicos y farmacéuticos.

    Firma: Juan Javier Andrés, periodista (@HispaniaJuan)