• El fusil de Johnny siempre está cargado

    El Autor

    Antonio M. Ñúñez-Polo Abad

    Abogado

    Es raro salir a la calle y no toparnos con una cuestación para que aportemos un donativo para asociaciones que se dedican a la investigación y tratamiento de enfermedades varias e incluso de asistencia a sus familiares. Cáncer, alzhéimer, esclerosis múltiple, enfermedades mentales, párkinson o cualesquiera otras dolencias graves que provocan duros padecimientos a quienes las sufren y a sus familiares más cercanos. Echamos una moneda en la hucha de plástico –yo creo que es el mismo modelo de hucha para todas estas iniciativas– y nos colocan una pegatina en la solapa que nos identifica como ciudadanos solidarios al tiempo que constituye una magnífica medida preventiva para que no vuelvan a solicitar nuestra colaboración esa misma mañana.

    Confieso que, no sé si movido tanto por mi solidaridad como por las rutinas diarias de las pequeñas cosas, siempre colaboro con todas estas cuestaciones y lo cierto es que, una vez deposito la moneda en la hucha y me imponen la pegatina, noto una suerte de satisfacción del deber ciudadano cumplido. Luego siempre me da por pensar en las personas que padecen esas enfermedades, por lo general terribles, y en sus familiares, entregados veinticuatro horas al día los trescientos sesenta y cinco días del año al cuidado de su ser querido doliente.

    A veces reflexiono, desde la cómoda poltrona que me proporciona una moderada buena salud, qué enfermedad o padecimiento sería más insoportable. En muchas, en muchísimas ocasiones, la buena o mala salud es cuestión de azar y cualquiera, en un momento dado, podemos contraer cualquiera de las enfermedades en cuyas cuestaciones colaboramos o incluso ser víctima del más desafortunado y terrible traumatismo. Entonces, inevitablemente, me viene a la cabeza el terrible sufrimiento del protagonista de la descarnada película de Dalton Trumbo “Johnny cogió su fusil”. El protagonista, interpretado por Timothy Bottons, es víctima de la explosión de una bomba en la Primera Guerra Mundial y, a resultas de ella, pierde sus brazos, sus piernas, la lengua, los dientes, la vista, el oído, el olfato y el gusto. Durante años, postrado en la cama de un hospital, es plenamente consciente de su situación y finalmente comunica en morse, mediante movimientos de su cabeza, con su enfermera y con los militares que le custodian pidiendo, o mejor suplicando, que le exhiban en público en una urna de cristal o, en su defecto, que lo maten.johnny

    Sí, ya sé que Trumbo dirigió esta peli en 1971 como un alegato pacifista o, mejor dicho antibelicista, en plena protesta ciudadana por los desastres americanos en la guerra de Vietnam, pero a mí lo que me sobrecoge es la situación de Johnny durante todo el metraje. Un trozo de carne postrado en una cama pero sin parar de pensar. Resulta angustioso que el grueso de la trama consista precisamente en los pensamientos de Johnny expresados a modo de narración. Día tras día, mes tras mes, año tras año, en esa terrible situación, sin ni siquiera poder comunicar con nadie su permanente tortura, su vida transcurre entre el sufrimiento, la resignación y sobre todo la impotencia. Una existencia angustiosamente kafkiana.

    Creo que no somos conscientes de la importancia de la salud hasta que, por la razón que sea, se deteriora. Pero es que cuando enfermamos hemos de ser conscientes de que siempre, siempre, hay personas que están en peor situación que nosotros, personas que conviven en situaciones límite de sufrimiento, resignación e impotencia, en situaciones de angustia kafkiana. Quizá sea eso la vida, adaptarse al deterioro, saber sufrir. En cualquier caso, seguiré colaborando en todas las cuestaciones aunque sea para engordar mi ego solidario. El fusil de Johnny siempre está cargado.