• El médico ante la tesitura de las bajas

    El Autor

    Francisco Martín Ros

    Médico de Atención Primaria

    Nuestras leyes protegen al trabajador cuando éste contrae enfermedad o sufre un accidente. Que un trabajador siga teniendo ingresos, aunque no vaya a trabajar por estar enfermo, es uno de los logros socio-laborales más importantes de nuestra historia reciente. Pero esto tiene un coste económico muy alto, tanto para las empresas como para la Seguridad Social, esa que pagamos entre todos y que es la llave maestra de nuestra jubilación.

    Probablemente la faceta de mi trabajo que menos me satisface es la relacionada con las bajas y altas por enfermedad. Dar una baja, sin estar plenamente convencido de su necesidad, o dar un alta algún tiempo después de lo que hubiera considerado más apropiado, no son circunstancias infrecuentes en nuestro quehacer diario. Por otra parte, aplicar el criterio consensuado, en orden a unos patrones establecidos, sin tener en cuenta las circunstancias del paciente, puede llevarnos a cometer errores que luego lamentaremos. No olvidemos que la ausencia de salud puede ser sentida de manera diferente por cada paciente, siendo también distinta en cada persona la forma de encarar esta carencia. A menudo, y esto es lo más triste, nos movemos en un terreno delicado en el que la exageración, la simulación y el fraude gozan de un protagonismo merecido.

    ¿Cuántas veces hemos sido testigos de conversaciones en las que uno de los interlocutores, al verse afectado por una contrariedad de la índole que fuere, amenaza sin pudor alguno con “pedirse la baja”? ¿Desde cuándo la baja es solución eficaz para vencer un contratiempo planteado por cuestiones que nada tienen que ver con el concepto enfermedad? ¿Acaso la baja es un producto terapéutico o un fin en sí mismo como creen erróneamente algunos? ¿Por qué esa tendencia tan extendida de alargar las bajas de manera innecesaria, como si esa potestad obedeciera casi exclusivamente al criterio del paciente? Y una última pregunta, ¿no es factible establecer unos criterios legales de vigilancia e inspección para sancionar a aquellas personas que simulan, sirviendo ello de disuasión para futuros fraudes?

    Incluso cuando estamos razonablemente convencidos de que nuestro criterio, contrario al del paciente, es el correcto y procedemos en consecuencia, siempre nos queda el sinsabor de la eterna duda, del error impredecible. Creo que la mayoría de mis colegas no tendrán el menor reparo en reconocer que se ven sometidos, en determinados momentos, a presiones de sus pacientes cuando de una baja o de un alta se trata. La condescendencia es una salida muy socorrida, pero injusta. A veces, incluso, a pesar de nuestra más íntima convicción.

    Y es que, como dije al principio, es probablemente la faceta de mi trabajo que menos me satisface.