• El suicidio: una realidad desconocida

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    Blickpixel / Pixabay

    En el mundo se produce un suicidio cada 40 segundos. Anualmente fallecen así más de 800.000 personas; más que por guerras y homicidios de forma conjunta. Tres de cada cuatro suicidios son de hombres. Por cada muerte se estima que hay 20 intentos. Tales son las cifras que la Organización Mundial de la Salud (OMS) presentó en su informe de 2014, Prevención del suicidio. Un imperativo global.

    Cristina Blanco Fernández de Valderrama, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

    suicidio cifras

    A pesar de lo imponente de estas cifras, puede que aún nos resulte un problema lejano. Pero la realidad del suicidio está mucho más cerca de lo que pensamos.

    El suicidio en España

    Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en España se produjeron 3.679 muertes por suicido en 2017, último año con información disponible; 2.718 hombres y 961 mujeres. Entre ellos, 286 jóvenes menores de 30 años, de los cuales 13 tenían menos de 15 años: 7 chicas y 6 chicos.

    La tasa de suicidios en España es de 7,91 personas por 100.000 habitantes, si bien esta cifra varía mucho por edades, pudiendo llegar hasta casi 20 por cada 100.000 en aquellos de más de 80 años. La media no llega a la de la OCDE, que se situaba en 12 por cada 100.000 habitantes en 2015.

    Aun así, en España esta es la principal causa de muerte por factores externos (gráfico 1), muy por encima de cualquier otra, incluidos los accidentes de tráfico, a los que casi duplica. Además, es inquietante que se produzcan tantos accidentes no generados por el tráfico, como caídas y ahogamientos, con resultado de muerte.

    Grafico 1. Número de muertes producidas por causas externas en España. 2017. Fuente: Elaboración propia a partir del INE, Estadística de defunciones según causa de muerte, Author provided

    El número oficial de suicidios es de 10 personas al día por término medio. La cifra es abrumadora por sí misma. Pero si tenemos en cuenta que, para que una muerte violenta sea registrada como suicidio, es necesaria una evidencia clara de la voluntariedad de realizarla, y si añadimos que este es un asunto tabú que en muchas ocasiones se prefiere ocultar, entenderemos que, casi con total seguridad, hay muchos más que los registrados de forma oficial. Estos datos son desconocidos por la gran mayoría de la población. De hecho, el suicidio es un tema del que no se habla; es como si no existiera.

    Estigma y tabú

    El suicidio es una muerte silenciada, oculta; las personas afectadas están estigmatizadas; no es materia de atención, cuidado o aprendizaje. Menos aun cuando la muerte se la produce alguien de forma “voluntaria”, atentando de forma incomprensible contra los principios más básicos de la vida y los más sagrados de las creencias religiosas que aún forman parte de nuestro subconsciente. Este supuesto atentado convierte al suicidio en un hecho incomprensible e indeseable. Ocultamos esa muerte, la silenciamos, la encerramos en el ámbito de lo privado; al fin y al cabo “ellos lo han decidido”. Ni sabemos, ni queremos saber. Pero esto no se debe a factores naturales; es, más bien, una interpretación sociocultural.

    El suicidio ha sido interpretado de formas muy diversas a lo largo de la historia. Se ha considerado un acto honorable (en la antigua Grecia o en el Japón de los samuráis) o el sacrilegio más atroz (en el mundo cristiano a partir del siglo IV con las ideas de San Agustín), pasando por considerarse un acto romántico (la Europa del XVIII) o de patriotismo o heroicidad (como en el caso de los kamikazes o, actualmente, el de los terroristas suicidas). Es, en realidad, un acto individual con sentido social.

    En la actualidad, el suicidio está desprovisto de significación heroica o cívica, pero el miedo a la muerte se mezcla con un poso religioso que impide afrontarlo con normalidad.

    ¿Es una muerte voluntaria? ¿Se puede evitar?

    El suicidio no es voluntario en todos los casos. Sí lo es formalmente, puesto que se trata de darse muerte a uno mismo. Pero requiere de cuatro elementos o fases: un objetivo o fin, un proceso de deliberación que analice las razones en favor y en contra, una decisión y la ejecución del acto.

    En muchos casos el objetivo no es morir, sino dejar de sufrir. Los trabajos de muchos terapeutas e investigadores experimentados así lo confirman, como el caso del padre de la suicidología Edwin Shneidman, o el de la logoterapia, el psiquiatra austriaco Viktor Frankl. Se apunta, pues, a la posibilidad de actuar sobre ese sufrimiento y disminuirlo, evitando el suicidio y posibilitando una vida mejor.

    Por otro lado, es fundamental considerar la causa del sufrimiento que hace insoportable la idea de vivir. En ocasiones es una situación que no va a desaparecer, generando una desesperanza inamovible: enfermedades terminales, graves dolores físicos, años sin movilidad, etc.

    En otras ocasiones es transitoria, algo que puede cambiar con el tiempo o con el manejo de las emociones (acoso escolar, ruina económica, etc.). Así, el derecho a la eutanasia o al suicidio asistido no debe ser confundido ni confrontado con la necesidad de prevenir el suicidio en ocasiones de desesperanza transitoria.

    También hay que tener en cuenta cómo se lleva a cabo la decisión. Es posible que una persona medite profunda y libremente, llegando a la conclusión de que la vida no merece la pena ser vivida. En este caso estaríamos ante un suicidio filosófico o existencial. Pero no todos los suicidios ocurren bajo esta circunstancia. De hecho, en la mayoría de los casos se toma una decisión tan radical e irreversible con las capacidades intelectuales y/o emocionales seriamente dañadas y/o mermadas, o de forma impulsiva en un momento de crisis.

    Por tanto, hay un amplio abanico de casos en los que se puede y se debe actuar. El suicidio no se puede evitar siempre, pero sí se puede prevenir (tomar medidas por adelantado para evitar daño, riesgo o peligro).

    Prevención

    El suicidio es un problema de salud pública de enorme magnitud que aún no ha sido abordado como se merece por parte de las autoridades sanitarias, haciendo oídos sordos a las recomendaciones que la OMS realiza desde hace décadas. Ya en 1969 se redactó un informe, Prevención del suicidio, en el que se indicaba que se podía prevenir e instaba a los gobiernos a que implementasen medidas activas para ello. En 2014 se consideraba un “imperativo global”, instando a las autoridades a reducir la tasa de suicidios de sus países en un 10% para el año 2020 .

    Sin embargo, en España, en 2019, aún no existe un plan nacional para la prevención del suicidio. Sí existen iniciativas autonómicas (Comunidad Valenciana, Galicia , La Rioja, Navarra, en el País Vasco está en proceso) o de carácter local o sectorial (en Cataluña, Madrid, Asturias, País Vasco, entre otros…). En general nos encontramos con un conjunto fragmentado y descoordinado de acciones públicas con escaso desarrollo real.

    Sin embargo, en los últimos años la sociedad civil está liderando iniciativas interesantes, especialmente por parte de las personas que han sufrido la muerte de un ser querido de esa forma y que, en suicidología, son denominadas “supervivientes”.

    En 2012 nació en Barcelona la primera asociación de supervivientes, Después del Suicidio. Asociación de Supervivientes (DSAS). Su objetivo principal era “generar un espacio para el acompañamiento y el soporte en el duelo de los supervivientes de la muerte por suicidio”, pero también pretendía visibilizar el problema, contribuir a su conocimiento y trabajar en favor de su prevención.

    En estos años ya son muchas las asociaciones nacidas con estas mismas finalidades: FAeDS en Madrid, Besarkada Abrazo en Navarra, Biziraun en el País Vasco, APSAS en Girona o A tu Lado en Huelva, entre otras. Todas ellas parten de las propias familias, sin apenas recursos pero con la convicción de que los supervivientes necesitan un espacio emocionalmente seguro en el que poder hablar de lo innombrable.

    El Teléfono de la Esperanza también ha dado un paso hacia la atención especializada, creando en 2017 el Teléfono contra el Suicidio. En esta línea, la asociación La Barandilla puso en marcha su propio Teléfono contra el Suicidio a principios de 2018.

    En otro orden de cosas, se están creando organizaciones orientadas a la agrupación de profesionales y al conocimiento y difusión del problema del suicidio; así surgió AIPIS, (Asociación para la Investigación, prevención e intervención en suicidio), la Fundación Salud Mental España, la Sociedad Española de Suicidología, o Aidatu (Asociación Vasca de Suicidología), entre otras.

    El suicidio merece atención pública, global y estructurada, de igual forma que los accidentes de tráfico

    Todo ello está configurando un importante tejido social en torno al suicidio con diferentes ramificaciones, objetivos y actividades. Formado por el voluntariado y la iniciativa privada, se busca visibilizar y normalizar su tratamiento como un problema sociosanitario de primer orden, ofrecer apoyo a las personas que han sufrido tan traumática pérdida, pero también instar a las autoridades a que tomen medidas institucionales globales para su prevención.

    El suicidio merece atención pública, global y estructurada, de igual forma que los accidentes de tráfico (en clara disminución gracias a la implementación de programas de seguridad vial), la violencia machista (a la que se dedican numerosos recursos y campañas para cambiar la mentalidad y evitar los asesinatos), o cualquier otro asunto de salud pública. Porque 10 muertes diarias, y las consecuencias sobre los supervivientes, lo merecen.

    Cristina Blanco Fernández de Valderrama, Profesora Titular de Sociología, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

    Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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