• A pie de farmacia hasta los 82 años

    Encarnación Bonilla: “La farmacia ha sido mi refugio”

    La farmacéutica Encarnación Bonilla Delgado, Doña Encarnita, debería aparecer en los diccionarios como ejemplo de mujer trabajadora. Inspectora de Sanidad y boticaria, cumplía los 82 años al pie de la farmacia. Madre de cinco hijos, sobrevivió a una época en la que el verbo conciliar ni se conjugaba. Su farmacia, la de Chinchilla, debía permanecer abierta las 24 horas de los 365 días del año.

    Encarnación Bonilla

    ‘Doña Encarnita’ compró la farmacia de Chinchilla en 1966 por el equivalente a 3.000 euros

    Sacó la oposición de inspectora de Sanidad, que compaginó con la botica y la crianza de sus cinco hijos

    Aquella joven madrileña aterrizó en La Mancha en los años 60, casada con un albaceteño de Villalgordo del Júcar y embarazada de su primer hijo. Había estudiado Farmacia en la Universidad Complutense, en la época en la que te jugabas cada asignatura a un único examen. Y es que, si bien su carrera tiene ahora fama de ser la más difícil de Ciencias de Salud, ella considera que en su época era mucho más complicada.

    Pero si difícil fue convertirse en ‘licenciada’ no lo fue menos ejercer una profesión que, eso sí, cada día se volvía más vocacional. Opositó para inspectora de Sanidad y compró la farmacia de Chinchilla por medio millón de pesetas de entonces, 3.000 euros de ahora. Se instaló encima de la botica y compaginó sus dos trabajos con la crianza de cinco hijos. Tan pronto estaba analizando la masa a las cuatro de la madrugada en una panadería, como preparando una fórmula magistral en la farmacia o lidiando con las lentejas en una olla exprés. De hecho, el artilugio le estalló cuando estaba embarazada y medio pueblo hizo guardia en la puerta de su casa para auxiliarla.

    Lidió con los accidentes, las llamadas nocturnas, las inspecciones y las jornadas de 24 horas en una época en la que hasta los yogures, el cola-cao o la leche Molico se vendían en las farmacias. Pero hoy, a sus 84 años, si Encarnación Bonilla volviese a nacer sería farmacéutica. Le encantaba el tú a tú con los pacientes. Aún recuerda cómo trataba de explicar las pautas de medicación a quienes eran analfabetos, representando la posología con símbolos. Tampoco se olvida de los médicos y los veterinarios que han pasado por Chinchilla, con quienes hacía equipo en sus visitas, ya se tratara de una bodega o de una panadería. Los tres representaban la salud pública en El Villar, La Felipa y Chinchilla de Montearagón.

    Encarnación Bonilla
    Orla de la promoción de Encarnación Bonilla, la segunda, abajo a la derecha. Se licenció en 1961.

    Con 62 años, empezó de cero en Madrid

    En Chinchilla vivió la verdadera farmacia comunitaria. Se convirtió en la confidente de aquellas mujeres a las que les costaba resolver sus dudas con el médico. Aunque venía de la capital, se encariñó con un pueblo que no la olvida. De hecho, hace cuatro años fue la pregonera en las Fiestas de la Virgen de las Nieves.

    Pero, finalmente, en el año 2000, con 62 años, dejó la farmacia de Chinchilla en manos de su hija Lola y regresó a Madrid, ya que conseguía, por méritos, una nueva farmacia. No se lo pensó dos veces y empezó de cero en Rivas después de permanecer en Chinchilla de 1966 hasta el año 2000. No podía dejar de trabajar. La pérdida de uno de sus cinco hijos, en un accidente de tráfico con sólo 24 años, era inasumible. Por eso, hoy insiste: “La farmacia ha sido mi refugio”.

    Encarnación Bonilla
    En la imagen, Encarnita Bonilla, en la farmacia de Chinchilla, con su hija Lola de fondo y el resto de la plantilla.

    “Echo de menos cada día el trato con la gente, esa es la verdadera farmacia”

    Afable, cercana, paciente, ocurrente, incansable, cariñosa y adelantada a su tiempo, a sus 84 años ha tenido que parar. Pero su nieta farmacéutica y dos de sus hijos, también boticarios, aún recurren a ella cuando llega una receta indescifrable.

    La vida la ha dejado sin su marido, que la apoyó cuando pocas mujeres compaginaban la casa y el trabajo, y sin su hijo, al que aún llora, pero le sigue dando alegrías, como sus ocho nietos, entre los que cuenta con una farmacéutica y una futura ginecóloga.

    Encarnación Bonilla ha ejercido una farmacia que siente que se está perdiendo. Conocía el nombre de cada vecino, escuchaba sin mirar el reloj, trabajando de la mano con el médico. Cuando visita a su hija Lola en Chinchilla ve cómo se mantiene la esencia de ese recurso sanitario, tan necesario y cercano, que es la farmacia. Sin embargo, en Madrid, ve que “esto se está convirtiendo en una batalla campal donde sólo se miran los precios”. Para ella, la farmacia, aunque haya sido su medio de vida, es más que un negocio. “Echo de menos cada día el trato con la gente. Esa es la verdadera farmacia”.

    • Encarnación Bonilla fallecía el 21 de julio.

    Comentar

    Su dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos necesarios están marcados *

    *