• Esclerosis, compañera inseparable

    El Autor

    Antonio M. Ñúnez-Polo Abad

    Abogado

    Sara escuchó el diagnóstico con aparente entereza. Esclerosis múltiple. Hacía un tiempo que notaba algunos síntomas mosqueantes. Dolores musculares, fuertes jaquecas o un par de caídas al suelo sin justificación aparente. A sus 30 años, el panorama que se le presentaba con ese diagnóstico era inquietante. Una enfermedad degenerativa de los nervios, que afecta al cerebro y al sistema nervioso central, y contra la que no se conoce todavía cura ni tratamiento. Un progresivo deterioro de las funciones neurológicas haría que en más o menos años, dependiendo del grado y etiología de la enfermedad,  estuviese postrada, impedida e inválida.

    En un primer momento, Sara recibió la noticia con un shock, no reaccionó ante lo que se le venía encima. Posteriormente, entró en fase de negación, eso a ella no le podía ocurrir, era una mujer joven y sana, tenía que pedir una segunda opinión. Su familia y sus amigos le mostraron su apoyo incondicional, como no podía ser de otra manera. Su novio, con el que convivía desde hace tres años, también.

    Una vez contrastado el diagnóstico con una segunda opinión médica, Sara empezó a sentir miedo. El miedo se puede sentir a lo desconocido, a la ruina, al vacío, al desamor. Pero Sara sentía el miedo por antonomasia, el miedo puro, el miedo auténtico. El miedo a la muerte. El miedo la atenazaba, la paralizaba, no le dejaba dormir ni despertar. El miedo era su pesadilla.

    Poco a poco, ese miedo fue sustituido por una enorme ansiedad, un agobio persistente, tantas cosas por hacer, tanto por vivir, y cada vez con más dificultades para hacerlas. Hasta hacer la cama por la mañana se había convertido en un deporte aventura, en la ascensión del K-2 en pleno invierno.

    Después de la ansiedad hizo acto de presencia la tristeza. El panorama que se le presentaba a Sara era negro, negro, pero que muy negro. Intentaba seguir con su puesto de trabajo, en la administración de una pequeña empresa, y cada vez le resultaba más complicado conducir su coche, visitar clientes o archivar documentos. Sus jefes y compañeros le apoyaban incondicionalmente, pero Sara sabía que tarde o temprano estaba abocada a un procedimiento de solicitud de invalidez ante el tribunal médico.

    Ansias de vivir

    Ansias de vivir.

    La tristeza la acompañaba en todo momento, a todas horas, la tristeza era realmente su única compañera, tanto que ya no le permitía ni levantarse por la mañana ni dormir por la noche. Las veinticuatro horas del día eran tristes y con las persianas echadas. No podía salir ni arreglarse, no podía ni llamar a su familia ni a sus amigos ni a su novio. No hablaba. Sólo estaba triste. Y triste dio la bienvenida a su nueva compañera, la depresión.

    Depresión reactiva, le diagnosticó el psiquiatra. Medicación a todas horas, pastillas, pastillas y más pastillas. Y Sara cada vez más dolorida, cada vez más triste, más ausente y somnolienta. Cada vez que cerraba los ojos, soñaba con una silla ruedas postmoderna, accionada con una app de su sistema incorporado y conectado a la red. La silla de ruedas era su pesadilla.

    Fue entonces cuando su novio le dijo que quería cortar con ella. Según él, porque si mantenían la relación lo único que haría sería hacerle daño, no podía dedicarle todo el tiempo que Sara necesitaba. Según ella, porque estaba hasta las narices de aguantar a una mujer enferma y depresiva. Obviamente, Sara tenía razón.

    Transcurrido un tiempo, Sara fue saliendo del túnel, poco a poco, sin prisas, sin precipitaciones, con muchos altibajos, pero fue saliendo. Comenzó intercambiando experiencias con otras personas en su situación; internet, a veces, se nos muestra como un avance de la humanidad. Supo que en España hay 47.000 personas afectadas de esclerosis múltiple y se diagnostican 1.800 casos cada año. En Europa, los afectados ascienden a 700.000.

    El psicólogo le enseñó los significados de las palabras proactividad, empoderamiento y resiliencia. Gran cinéfila, caló muy hondo en ella Ansias de vivir, la espléndida peli de Andrei Konchalovsky protagonizada por Julie Andrews que narra la historia de una violinista que, en el cénit de su éxito, se ha de enfrentar a la esclerosis múltiple y ve como su vida cambia por completo.

    Sara lo había conseguido. Apoyada por su familia y por sus amigos, los de verdad, los que quedaron después de su depresión, había aceptado su situación y no era una aceptación resignada, era una aceptación de su enfermedad al tiempo que peleaba con ella, no contra ella sino con ella.

    La esclerosis múltiple era ya su compañera inseparable, siempre estaba con ella, de día, de noche, en casa, en la calle, en la piscina (la natación era su bálsamo diario), reía y lloraba con ella, con ella escuchaba música, con ella iba al cine o al teatro, con ella salía de copas y soportaba las resacas. La esclerosis múltiple era ya una parte más de Sara.

    Sara empezaba, de nuevo, a ser feliz.