Os libraré de datos y estadísticas, de las que tenéis muchas y muy variopintas en la red, así como de lugares comunes tipo lacra mundial, epidemia actual, y tantos otros tan repetidos como obvios.
Sólo comentaré unas pocas y sencillas directrices que, practicadas con constancia, son muy eficaces a largo plazo. Recordad que una dieta hipocalórica, además de disminuir la morbilidad, es de lo poco que ha demostrado su relación con una mayor longevidad.
A pie de consulta no he visto a ningún niño desnutrido durante la crisis. Ni uno siquiera, por mucho que así se dijera en los medios, y se espetase como argumento político. Y no son mis pacientes de clase alta precisamente.
Y sí muchos obesos, antes, durante y ahora. Y muy pocos son los padres que consultan por este motivo. Menos aún son los que reconocen que sus hijos comen mucho. La mayoría buscan achacar a alguna enfermedad dicho problema, mientras que el pequeño está en la consulta poniéndose ciego de ganchitos, fritos o zumos en brick. Buscan la culpa en algo ajeno a ellos.
A sensu contrario, consultan muchísimo más por niños normales, a los que consideran escuchimizados, exigiendo estudios analíticos, suplementos dietéticos, aumentadores del apetito, vitaminas,… algo que les haga comer más. ¡Y están en el percentil 50 de peso!
Debe de ser un remedo de cuando en otros tiempos, ya muy lejanos y de auténtica necesidad, estar rellenito era signo de estar sano, de tener posibles, y daba caché.
Como siempre, también en la obesidad, la culpa no es del niño. Como ocurre en la infancia con los accidentes, la falta de respeto a los maestros, el embobamiento con la tele, consola o móvil, el escaso deporte, la nula lectura, la falta de educación,… el “mal comer” es responsabilidad de nosotros, los padres. Achacarlo a terceros, al entorno, a los medios o al colegio, es una excusa tan pueril como falaz.
Por eso, la reeducación en la alimentación debe empezar en nuestra consulta por los padres.
Y nuestra arma, el sentido común, para lograr un niño más sano y menos objeto de burla, de una sociedad que hipócritamente se autodefine tolerante, pero que sigue machacando al distinto, sobre todo en la infancia y adolescencia, cuando menos recursos intelectuales de defensa se tiene. ¡Qué inconscientemente crueles pueden llegar a ser los niños!
Nada de dietas férreas, estrictas, que ni siquiera siguen a medio plazo los adultos.
Nada de dietas milagrosas, disociadas, proteicas, que idolatran a la alcachofa o a la piña.
Sólo lo que tanto nos falta: sentido común y constancia. “Poco plato, poca cama, y mucha suela de zapato”. En nuestro caso cambiando cama por sofá: menos tele y menos consola.
Y sin dogmatizar, sin hacer de la comida un sufrimiento. La comida debe ser un momento tranquilo, agradable y en compañía. Y este “comer con sentido común” lo haremos toda la familia, obesos o no.
Haremos 5 comidas al día, de menor cantidad, y con menos calorías, azúcares y grasas, y sin picar entre horas.
Comeremos de todo, pero más verduras, frutas, legumbres y pescado, que carnes, grasas, azúcares, y harinas, en cualquiera de sus formas, evitando fritos, salsas, bocatas, bollería, …
Comeremos también menos cantidad de lo que “no engorda”, para que con el tiempo se necesite menos volumen para generar la distensión estomacal que nos dé la sensación de saciedad.
Usaremos un plato pequeño, de postre, para que aparente mayor volumen. Las comidas principales las empezaremos por la fruta, la ensalada o las verduras.
La poca grasa que comamos, lo haremos sólo en el desayuno o en la comida del mediodía, y quitando aquella que sea visible. La inactividad nocturna hace que se metabolicen menos y se almacenen más. Por el mismo motivo la cena siempre será muy ligera.
No le daremos al niño comidas alternativas a la del momento con tal de que coma. No se va a morir de inanición.
Nos levantaremos de la mesa siempre con algo de hambre. Nunca nos saciaremos del todo. Nada más comer nos lavaremos los dientes para ayudarnos a no caer en la tentación de comer algo más.
Y en los días especiales comeremos lo que se tercie, sin remordimientos, sin dejes de ortorexia.
Es muy recomendable combinar esta alimentación con la práctica de ejercicio aeróbico diario.
No pretender hacerle un deportista de competición.
Es suficiente con andar deprisa una hora o nadar media. Y lo mejor, acompañarle. No buscamos consumir calorías, que así se consumen pocas, sino mejorar la forma física, y animarse “endorfínicamente”.
Ya veis, sólo sentido común y constancia, y “poco a poco, hila la vieja el copo”.
Un comentario
Pingback: Villarrobledo pone “en movimiento” a los niños con sobrepeso – Diario Sanitario de Albacete