
Si el Dr Gregorio Marañón regresara al siglo XXI se encontraría con que la mayoría de sus reflexiones están de plena actualidad. «Toda la historia del progreso humano se puede reducir a la lucha de la ciencia contra la superstición».
Gregorio Marañón, aquel eminente médico, que también humanista, nace un 19 de mayo de 1887 y fallece, de un ictus, en 1960. Cada uno de sus 73 años de vida estará marcado por una máxima: «Vivir no es sólo existir, sino existir y crear, saber gozar y sufrir, y no dormir sin soñar. Descansar, es empezar a morir».

Galdós y Menéndez Pelayo
Los rasgos que caracterizan su infancia son el ambiente excepcional que le rodea, a pesar de la temprana muerte de su madre y una cultivada esfera en su casa. Desde su niñez desfilan por su casa importantes personalidades, amigos de su padre, un reconocido abogado de la Ilustración y que, con distintas ideas políticas, como Galdós, muy progresista o Marcelino Méndez Pelayo, conservador, colaborarían sin saberlo en forjar al futuro científico.
Y es que, ése es precisamente el ambiente adecuado que encuentra para que aquel niño desarrolle una conciencia liberal, rasgo que va a caracterizar toda su vida. Comprometido con la ciencia y, a pesar de que las expectativas familiares parecían conducirle al estudio del Derecho, comienza sus estudios en la Facultad de Medicina de San Carlos en 1902. Pronto desarrolla esa vocación que tenía latente con verdadera pasión y entrega.
Desea llegar a ser un médico a la altura de aquellos llamados médicos científicos en la Europa de su época. Marañón recordaría aquella etapa como el verdadero comienzo de una generación precursora y prometedora. Admira a Ramón y Cajal, un ejemplo para él de investigador básico y al que mantendrá siempre como referente intelectual y moral.
Así, Marañón, estudiante excepcional, sabe ponerse al lado de aquellos profesores que tienen más interés por su disciplina, por la ciencia y aprende cómo hacer clínica lo que le permite acabar con una importante formación médica. De hecho, uno de los primeros hitos del joven estudiante y, para asombro de sus profesores, es el percatarse de una epidemia de tifus.
Premio Martínez-Molina
Durante estos años consolida una amistad fraternal con Teófilo Hernando. Ambos hablaban el mismo idioma, tenían sentimientos parecidos y un paso importante fue la redacción del libro Hernando-Marañón, volumen que cambiaría el punto de mira de la patología médica.
Se hizo con el Premio Martínez-Molina en 1909, galardón que había quedado desierto durante años tras haber sido otorgado por última vez a su admirado Cajal. Este premio supone un punto de inflexión en su ya brillante carrera y conlleva su nombramiento como académico. Otro dato que habla de la precocidad de un jovencísimo Marañón junto a médicos ya consagrados compartiendo ideas y avances de sus trabajos de investigación.
Dolores Moya, su apoyo
Se casa con Dolores Moya, hija del director de El Liberal y otros cuantos periódicos de gran influencia en España. Ella se convierte en un eje vertebrador de su biografía. Comparten modos de vida, la pasión por la música, intereses políticos… una manera de identificarse los dos. En definitiva, imposibles de explicar el uno sin el otro.
Volviendo a su sobresaliente carrera, Marañón hace lo posible por conectar con esos médicos, esos sabios europeos, e intentar introducir en España lo mejor que ve en ellos. Sus trabajos científicos y experimentales se centran desde entonces en la lucha contra las enfermedades infecciosas, las epidemias en el Madrid de principios de siglo son frecuentes, y la endocrinología, de la que es pionero en nuestro país. En esta última materia se centra en las que llamará sustancias internas, secreciones que, descubre, permiten explicar el funcionamiento biológico de los seres vivos y sus cualidades psíquicas.
A lo largo de su obra se perfilará un mismo concepto de la naturaleza humana que Freud, buscando expandirla hasta el extremo.
El viaje a la miseria de las Hurdes
En el verano de 1922 protagoniza un viaje a las Hurdes junto al rey Alfonso XIII, una expedición a una de las zonas más marginales de la España de la época y descubre un estado colectivo plagado de enfermedad, miseria y dolor. Este viaje es uno de los puntos de inflexión que marcará su vida otorgándole su compromiso social como intelectual y como persona. Es por esa época cuando amplía su campo de sus inquietudes publicando artículos sobre cuestiones sociales y políticas y se convierte en uno de los mayores defensores de los valores liberales no solamente a nivel político, sino ético. Enarbola, pues, la bandera del liberalismo como el respeto y tolerancia hacia las ideas de los demás, la comprensión como pauta de actuación; en definitiva, una actitud hacia la vida.
En ese contexto, la interrupción del sistema político de la Restauración por la dictadura de Primo de Rivera determina su implicación en la vida política española. Desde su defensa del liberalismo ético, encabeza los primeros manifiestos que denunciaban la situación política y solicitaban el regreso de los exiliados.
«Toledo, luz de mi vida«
Recordaba Gregorio Marañón que Galdós le hablaba de Toledo en su infancia. Era el comienzo de su atracción hacia la ciudad. Recibe ahí sus primeras lecciones de amor a Toledo.
Y ese amor le lleva a adquirir el Cigarral de Los Dolores que se convertiría en un lugar de enorme trascendencia en su vida, donde escribe una parte sustancial de su obra literaria. Pasión descrita y reflejada en sus escritos en los fines de semana de retirada. El médico, el artista de la expresión y el creador conviven en su prosa dirigida a la imperial Toledo.

La bondad sobre la inteligencia
Como ejemplo de su extraordinario sentido estético escribía que “El silencio de los conventos toledanos es un remanso del ruido del tiempo, del ruido de la historia. Por lo tanto, un silencio universal. Algo como el eco de las cosas que alguien dice y no se acaban de oír”.
Gregorio Marañón fue un acontecimiento. No solamente una personalidad singular, sino que tiene una significación social que va mucho más allá del gran médico y excelente intelectual y escritor que fue. Sobre todo, el pueblo sencillo lloró su muerte a lágrima viva. Una de las lecciones más importantes que había aprendido era la prevalencia de la bondad sobre la inteligencia. Pero quizá lo que él mismo pretendió que se recordase es el resumen de su sentimiento en la frase: Toledo, luz de mi vida.