• El juego de la oca

    La escritora Rosa Villada reflexiona sobre el juego de la oca al que nos tiene sometidos el contexto de la pandemia.

    El Autor

    Rosa Villada

    Escritora y periodista www.rosavillada.es

    Seguro que todos hemos jugado alguna vez al juego de la oca. Lo que muchos no sabrán es que se considera un juego iniciático, cuyo tablero, en forma de espiral, representa un camino de vida con una rica simbología. Su origen es incierto y se remonta a la Edad Media, o incluso al tiempo de los egipcios. 

    Cuando recorres el Camino de Santiago, por ejemplo, muchos lugares de la ruta jacobea se asemejan a las casillas de este legendario juego. Se me ha ocurrido que, en estos tiempos de pandemia, nuestras vivencias bien podrían encajar en el juego de la oca.

    No voy a entretenerme en lo que representan las propias ocas, ni en la numerología, ni en la rica simbología de todo el tablero. Voy a ir a lo que puede representar para nosotros, en estos momentos raros y extraños que estamos viviendo, desde que empezó el primer confinamiento, hace ya más de seis meses. 

    Somos fichas, de distintos colores, que empezamos entonces a jugar. Durante todo el tiempo que duró el confinamiento y la falsa desescalada, descarrilada diría yo, los dados y los puentes, nos pueden haber dado la sensación de que avanzábamos. Pero no ha sido así cuando nos hemos tenido que adentrar en los laberintos que nos ha puesto la vida por delante.

    La posada

    La posada podría semejarse a los meses que hemos permanecido confinados en casa, y que muchos han aprovechado para hacer de todo, múltiples actividades, excepto lo que tenían que hacer. Pero no fue igual para todo el mundo. Algunos acabaron en la cárcel. Un lugar de dolor y de privación de libertad, que bien podríamos comparar con los hospitales.

    El pozo de la inseguridad

    Otros cayeron, y aún no han salido, en un pozo de inseguridad, en el que perdieron los trabajos, la alegría, y solo han podido sobrevivir gracias a las ayudas de personas similares a ellos, que no han sido tan desafortunadas. 

    Y luego está la muerte, claro, la pérdida de nuestro mayor bien, que es la vida. En esa casilla sucumbieron miles y miles de seres humanos, que no tuvieron más remedio que abandonar el juego. Y que no serán los únicos en dejar este mundo. Seguro que se les unen otras muchas personas.
    Quedamos los que hemos ido superando esta carrera de obstáculos. Pero no canten victoria todavía. Había que alcanzar la casilla 63, donde está la meta, pero de forma exacta. No puedes pasarte. Si lo haces, el juego te penaliza volviendo a la casilla de salida.

    Y así nos encontramos ahora, seis meses después, volviendo a la casilla de salida. ¿Acaso no hemos jugado bien nuestras opciones? Mientras tanto, los que controlan el juego –o eso creen ellos- se han situado en un Olimpo lejano, mirando desde arriba las penurias de los jugadores. Y desde allí, cada vez más alejados de ellos, se dedican a alimentar la ficción más mediocre, la propaganda, con relatos mal contados y nada creíbles.

    No me contéis más cuentos

    Por eso quiero despedirme con palabras de León Felipe: «No me contéis más cuentos: los ha contado el viejo patriarca, los han contado el coro y la nodriza, los ha dicho un idiota con estrépito y furia… ¡Cuentos!… ¡Cuentos!… ¡Cuentos!

    »He visto que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan en cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos y que el miedo del hombre, ha inventado todos los cuentos… Pero yo no quiero cuentos. No me contéis más cuentos». 

    Alucino al ver cómo nos adormecen con tantos cuentos. ¡Qué crédulos somos!

    ¡Despierta!

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