• Kellogg, del sanatorio al desayuno universal

    El Autor

    Juan Javier Andrés

    Periodista económico

    En ocasiones la Historia entrecruza medicina y economía en los intrincados caminos del destino, y nos depara descubrimientos que pasan a la posteridad. Lo que muchos no imaginarán es que los protagonistas de nuestra historia, los cereales, hoy convertidos en criticado desayuno universal, se descubrieron en un sanatorio, casi por casualidad, y sus primeros años de desarrollo comercial a principios del siglo XX dieron para mucho.

    Las peculiaridades de un doctor demasiado avanzado para su época, una guerra comercial, la intromisión de un paciente, el enfrentamiento entre dos hermanos, la presencia de los adventistas, e incluso una resolución judicial que vino a magnificar esa titánica y eterna lucha entre salud y negocios.

    Imagen: Wikipedia.

    “No busco el negocio. Busco la reforma”. Así de tajante se mostraba un obstinado médico estadounidense, el doctor John Harvey Kellogg (1852-1943), vegetariano a ultranza, férreo defensor de la vida saludable hace un siglo, prolífico autor (escribió más de cincuenta libros) e incluso cirujano, con más de 22.000 operaciones a sus espaldas hasta que dejó de ejercer a la edad de 88 años. Una descomunal fuerza de la naturaleza que consagró su vida a tratar de modificar los hábitos de alimentación de una sociedad que, a caballo entre dos siglos, padecía habitualmente de indigestión y daba, sin quererlo, sus primeros pasos hacia la comida procesada.

    Su centro de operaciones fue un sanatorio situado en la entonces desconocida localidad estadounidense de Battle Creek (Michigan), hoy sede de la multinacional Kellogg y considerada la ciudad del cereal. Aquel centro, en sus orígenes perteneciente a los adventistas, era todo un oasis de vida y alimentación saludable, en el que Kellogg instauró la alimentación vegetariana y el ejercicio físico continuado, prohibió el alcohol y el tabaco, experimentó la hidroterapia e innovó con alimentos para luchar contra uno de sus empeños personales, la masturbación. Precisamente fue con un experimento enfocado en esta sorprendente lucha en 1898 cuando él y su hermano, Will Keith, crearon los primeros copos de cereales gracias a la dichosa casualidad de que se olvidaron el trigo cocido dentro del horno y lo volvieron a tostar.

    Los primeros cereales no tenían azúcar

    Aquellos originarios cereales, que no tenían azúcar, pronto se convirtieron en las delicias de los pacientes del sanatorio hasta el punto de que tuvieron que crear una compañía de cereales, Sanitas Food Company, y patentar su invento para fabricar en serio. Pero el éxito siempre atrae enemigos inesperados y compañeros de viaje no buscados. Uno de sus pacientes, Charles William Post, mostró tal interés en este alimento que acabó construyendo su propio imperio de cereales, y varias decenas de compañías se instalaron en Battle Creek a la estela de este éxito.

    Semejante presión del mercado ahondó en las diferencias entre los hermanos a la hora de gestionar semejante tesoro (el médico no quería azúcar en los cereales) y provocaron, primero, que cada uno tomase su camino con su propia compañía y, después, prendieron la mecha de una guerra comercial que acabó en los tribunales. Los Kellogg’s que hoy conocemos, fundados por Will Keith, son los vencedores de aquella disputa, tienen el azúcar como uno de sus ingredientes indispensables y hace mucho tiempo que abandonaron aquellos principios de alimentación saludable que propugnaba hace un siglo el doctor Kellogg.