La cronobiología nutricional hace referencia a las diferencias en el estado hormonal y de respuesta metabólica de nuestro organismo ante la ingesta de comida en los diversos momentos del día.
Hay una respuesta hormonal, más o menos rápida y adaptada, en función de la hora del día a la que comemos. Por ejemplo, si hacemos una curva de glucemia (administrando una cantidad de glucosa y midiendo los valores en la sangre cada 30 minutos durante dos horas) observaremos que, en un mismo individuo, la glucemia se mantiene más tiempo alta (o sea, se retira más lentamente de la sangre) por la noche que por la mañana. Esto se debe a un estado hormonal (niveles altos de la hormona melatonina que dificulta la acción de la hormona insulina) fisiológico adaptado a comer de día y descansar sin comer, por la noche.
La resistencia a la insulina va aumentando en un mismo individuo a lo largo del día, por eso sería más recomendable desayunar y comer más cantidad que merendar y cenar, sobre todo en lo referente a alimentos con hidratos de carbono de absorción rápida. La capacidad del organismo de oxidar (utilizar) hidratos de carbono es mayor por las mañanas que por las noches. Incluso hay publicaciones que respaldan la idea de que los comedores tardíos (comen tarde, cenan tarde) tienen más tendencia a la obesidad que los comedores tempranos (comen pronto, cenan 3 horas antes de irse a dormir). Existe un grupo de investigación en España, liderado por la doctora Garaulet de la Universidad de Murcia, que tiene trabajos científicos de alto nivel muy relevantes en este campo.
Mantener niveles más estables de insulina, repartiendo las tomas de alimento con más frecuencia, puede evitar que «arrasemos» cuando llegamos a la hora de la comida sin haber tomado más que un café rápido desde que nos hemos levantado. Así mismo, la sensación de hambre induce nerviosismo, dificultades de concentración y menor rendimiento escolar o laboral, aunque no está demostrado que afecte a la duración de la vida.
Es muy difícil recomendar un mismo tipo de alimento para todo el mundo a media mañana. Siempre contestaríamos «depende». Por ejemplo: para un niño, un bocadillo de pan integral con queso fresco o embutido bajo en grasa; para un adulto, una pieza de fruta o un yogur no azucarado. Todo esto contando con un desayuno que haya incluido un lácteo, una pieza de fruta y una tostada de aceite de oliva. En fin, las posibilidades, dentro de la alimentación saludable son infinitas, igual que para la merienda.
Una digestión más «pesada», si la cena ha sido muy abundante y tardía es garantía de un sueño de peor calidad y de cansancio y menor rendimiento al día siguiente. El estado hormonal de la noche, en el ser humano, no está diseñado para trabajar en la digestión y el metabolismo de los nutrientes que nos aportan los alimentos. Nuestras hormonas, por la noche nos piden descansar, ellas también lo necesitan.