• La mirada de un paciente

    El Autor

    Juan Manuel Córcoles

    Jefe de Servicio de Cirugía Torácica

    ¿Puede ser una semana horrible y satisfactoria a la vez? Lo cierto es que sí, y en mi caso y en el de otros profesionales sanitarios, más habitual de lo que parece. Trabajar en sanidad implica muchas veces anteponer la necesidad de los demás a las tuyas, pero cuando lo haces por vocación no importa.

    Semana de muchas cirugías y dos casos quirúrgicos en especial que a priori se presentaban muy complejos, uno el miércoles y otro el viernes, todo ello mezclado con multitud de llamadas, urgencias, la consulta a rebosar, y además, una colaboración con cirugía general para una esofaguectomía por un carcinoma.

    El caso complejo del miércoles fue un tumor gigante en hemitórax izquierdo, donde tuvimos que recurrir a los compañeros de cirugía vascular y cardiaca para terminar sin complicaciones mayores la intervención y dejando a la paciente en estado crítico en la UCI.

    Fotografía tomada por Rafael Galán en el quirófano durante una intervención de Córcoles.

    De lunes a jueves solo habíamos podido comer un día a mediodía, el resto de días nos habíamos limitado a desayunar y cenar. Con esa perspectiva llegamos al viernes. Otra vez quirófano y tres pacientes esperando. Una mediastinoscopia sin más problemas; una resección de un nódulo pulmonar que en intraoperatoria resultó benigno y otro caso complejo: carcinoma pulmonar lóbulo superior izquierdo, hiliar con quimioterapia previa.

    En mitad de la pelea, llamada de medicina interna. Con los instrumentos en la mano me ponen el teléfono al oído: varón de 81 años, pluripatológico, que ingresa en muy mal estado. En el TAC torácico, derrame pleural masivo sospechoso de neoplásico, y derrame pericárdico moderado – severo, también tumoral, entre otras cosas. Se lo bajarán primero a UCI a colocarle un drenaje pericárdico con ecografía y nos preguntan si luego podemos valorarlo.

    A las 16:30h acabamos la cirugía. Mi compañero se queda mientras despiertan al paciente y yo me subo corriendo a la planta. Otro día más sin comer, pero lo que manda es la urgencia. Al entrar en la habitación me encuentro a E. (inicial del nombre del paciente) con O2 con reservorio al máximo, incorporado en la cama para poder tirar más de sus musculo respiratorios y sin poder hablar. Los ruidos que emiten sus pulmones son espantosos. El drenaje pericárdico le ha aliviado algo según me refiere la familia, y ya les han dicho que las medidas serán paliativas por los hallazgos de las pruebas.

    Les explico la opción de un drenaje torácico, para sacar todo el líquido pleural y que respire mejor. Los veo indecisos porque no quieren hacerle sufrir, aunque yo se lo recomiendo, porque es poco agresivo y le mejorará. Les dejo unos minutos que se lo piensen y mientras me voy a coger el instrumental necesario para colocárselo en la misma habitación y no tener que trasladarlo a quirófano. Con todo preparado, la familia me dice que sí, que el paciente quiere colocárselo. Le hago el procedimiento con ayuda del enfermero y en 2 minutos evacuamos 1 litro de líquido. Se deja pinzado y se le irán sacado unos 200 cc a la hora hasta su evacuación completa.

    A la mañana siguiente, sábado por la mañana, voy a ver a los pacientes. La luz de la puerta de la habitación de E. está encendida, lo que significa que el enfermero está dentro. La verdad que no se si pensar lo peor pues el paciente estaba muy mal el día anterior. Me encuentro a E. con unas gafas nasales, sin ruidos respiratorios y tan tranquilo. Nos cruzamos la mirada y me sonríe. “Doctor, me ha hecho un hombre nuevo”. Esa mirada de agradecimiento se me quedó grabada. Fue, con los 81 años de E. como si hubiera visto a los Reyes Magos, con la inocencia y la ilusión de un niño y el agradecimiento por dejar que el aire pasara a sus pulmones. Esa mirada me vino a la mente durante varios días seguidos y fue el motivo de escribir esta nota.

    A los pocos días, E., dada la mejoría, se fue a casa sin ningún tipo drenaje y sin necesidad de oxígeno por el momento. Me dijo que tenía una casita en las afueras y que quería estar allí sentado en el porche, viendo el campo. El resto de pacientes, incluidos los dos casos complejos que he resumido también evolucionaron bien y se fueron a casa en perfecto estado.

    Sí, es cierto que esa semana solo comí un día en casa, pero mereció la pena por la mirada de E.