El psicólogo Rigoberto López y el dentista Manuel Martínez proponen la Sierra de la Raja y la Laguna de Alboraj para alcanzar la ración de ejercicio semanal
Desde Tobarra tomamos el desvío hacia Sierra. Junto a la parada del bus aparcamos y nos calzamos para la ocasión. Hoy casi hacemos pleno, solo falta el infiltrado que sigue con su rodilla dolorida. Una de las andarinas va de estrena, terminará diciendo que ha andado como por una alfombra. Solo le ha costado cambiar de calzado casi dos años.
Iniciamos la ruta de la Sierra de la Raja por el extremo sur este, campo a través. La mole es consistente, pura piedra, y esto nos ayuda a subir, cada paso medio metro. El abundante esparto facilita el agarre, aunque tampoco dudamos de ponernos a gatear para no perder comba.
Esta actividad es más potente que el lexatin para soltar el diafragma y profundizar la respiración. Debiera ser una indicación frecuente para quitar tensiones y calmar la ansiedad. Incluso personas deprimidas se podrían beneficiar de esta masiva oxigenación. Y la autoestima repunta ante el esfuerzo y la recompensa de estas extraordinarias vistas del Castellar, la Sierra del Almez y hasta el pequeño cementerio que nos humaniza.
Ya en la cuerda, todos los picos entre 730 y 750 m, comprendemos el motivo por el que se llama La Raja, abundando muchas de ellas en las alturas. Ampliamos las vistas a las sierras del Madroño, Tomillo, Conejeros, Tobarra, Albatana, y aldeas cercanas como Cordovilla, Aljubé, las dos Mora, Los Mardos, etc. Tras cruzar la puntiaguda cuerda de punta a punta e ir viendo el Castellar desde todos los ángulos, pasamos por un lugar con abundantes restos del bronce y tomamos un descanso para compartir pequeñas delicias y el té. Así como el bienestar momentáneo que experimentamos.
La tarde está un poco nublada y fresquita, de las que facilitan la andada. Abajo un paraje extraño, como un prado seco, posiblemente donde antes hubiera aguas superficiales, y algunas pequeñas estructuras que nos llaman la atención y hacia las que nos dirigimos.
Ahora en la bajada vemos la boca de la Cueva de Sierra, que con sus 30 m cuadrados nos espera para una nueva excursión, en tanto son las posaderas las que cobran fuerza, y en un periquete estamos andando entre abundantes matas secas, otras verdes muy pequeñas, algunas flores y abundantes líquenes u hongos que amarillean. Creemos que estamos en un saladar, El Desagüe, paraje árido y blanquecino, tal vez por contener sal o yeso, francamente peculiar, con abundantes hundimientos del terreno como pequeñas torcas, rodeados de carrizo, que termina comunicando en un extremo con algo parecido a un horno con ventanas.
Visitamos varias de ellas, cada vez en mejor estado. Nos proponemos indagar qué son, y tras infructuosas gestiones daremos con un lugareño de Cordovilla que nos dice que son hornos de yeso, que conocía a gente que los habían utilizado hace unas décadas.
Y seguimos en busca del próximo objetivo, la Laguna de Alboraj, Zona de Especial Protección (ZEP), la deseada, que lleva tres rutas esperándonos. Tras cruzar la 304, giramos a la izquierda y bordeando un pinar llegamos a una zona de humedales, plagado de carrizos. Una de las senderistas, frustrada, nos recuerda cuando venía aquí de excursión y había agua. Las grajetas en desbandada nos cantan desde la altura. Y seguimos andando, ahora entre pinos, hasta que de pronto hacemos el descubrimiento del día, aquí está la laguna de Alboraj.
Bajamos hasta la orilla del agua, a una especie de embarcadero y, ante repetidas muestras de júbilo de nuestra amiga, nos quedamos un rato contemplativos, en tanto que las garcetas blancas van llegando, está cerca la puesta del sol, y tras sucesivos vuelos de reconocimiento se van posando en árboles al otro lado de la laguna.
Un pez gordo salta en busca de su comida rompiendo nuestro momento de flow, y alguien nos recuerda los numerosos ahogados que esta laguna se cobró y que su abuelo se bañaba atado a una cuerda para no atascarse en el fango. Con el croar de ranas, vamos despidiéndonos de tan singular espacio, pequeño y coqueto, y tal vez cuando pegue el sol más adelante vengamos por lo menos a merendar en sus aledaños y quién sabe si a refrescarnos plácidamente en sus aguas.
Seguimos la ruta por el camino entre pinos hasta la carretera, y buscando la casa de Don Santos, entre caminos, oliveras, almendros, los primeros en flor del año con un dulce olor a miel, y bancales de habas, cruzamos Las Almenas hasta las casas de la cuesta de la Bodega, proseguimos por la Casa de La Raja, la Casa de la Cuesta y llegamos a Sierra hasta dar con nuestro banco, para descansar de las botas e irnos al siguiente objetivo, el Bar de Juan en Tobarra, donde festejar que los dioses nos han tratado bien.
Michirones, zarajos, boquerones, curas con tomate, bravas y como no, panchitos fritos que con un par de cervecitas muy frescas nos damos por cenadas.
Han sido 8,5 km, con 250 de desnivel. Jornada de reflexión y disfrute. Las acompañantes parecen dispuestas también para la próxima. Un placer.