
El psicólogo Rigoberto López y el dentista Manuel Martínez proponen El Jardín para llegar a la laguna Ojos de Villaverde y cambiar el sedentarismo por el senderismo
Desde Albacete, por la carretera de Jaén, llegamos a El Jardín. Después de la panadería, por el camino de la izquierda, nos acercamos hasta el río y aparcamos en la plaza de España. Nos calzamos y cogemos las mochilas pertrechadas para la ruta y nos acercamos hasta el puente para ver el buen caudal que trae el río del Cubillo, después de recoger las aguas del arroyo del Arquillo. El “hombre pescador” nos muestra por dónde suelen encontrarse las truchas.
Cerro Gordo
Iniciamos la ruta, ponemos en marcha nuestros aparatos, cruzamos la carretera y empezamos a subir por una repentina cuesta a la parte alta de El Jardín. De vez en cuando, una ojeada al valle lleno de choperas y huertos que contrasta con el rojo de los tejados y el blanco de las casas, una zona muy bonita.
En las antiguas eras seguimos por la Cuesta de Las Carretas hasta el Camino del Remanso; a nuestra derecha, sembrados y barbechos y a la izquierda monte bajo. Cuando dejamos las tierras de labor continuamos por medio del monte, hasta llegar al punto más alto, (Cerro Gordo, 1023 m). Empezamos a ver algunas sabinas diseminadas aunque pronto serán las señas de identidad de estas tierras junto con las carrascas. Este sabinar es uno de los más importantes de la provincia, algunos de los ejemplares, muy antiguos y con formas caprichosas, aunque también parecen afectados por la sequía o alguna plaga.
Esta ruta circular pretende pasar por la Laguna de Ojos de Villaverde, cárstica, alimentada por el Arrollo de Pontezuelas y manantiales subterráneos (“ojuelos”) y volver al Jardín por la Vía Verde. Desde lo alto de estas montañas sabemos de una vista extraordinaria de la Laguna y su entorno.
Ahora vamos viendo la Almenara, las cuerdas del Roble y Cabrón. En sendas planicies, a nuestra derecha El Ballestero y a nuestra izquierda el Robledo, poblaciones muy relacionadas con este paraje. Y en busca de nuestro primer objetivo nos encontramos con una casa singular construida con piedra y con ventanales acristalados que deben hacer la delicia de sus moradores por las vistas de la laguna y las puestas de sol. Es momento de contemplación, compartir algún presente y tomar nuestro típico té.
Una laguna que sólo se ve desde arriba
Estamos absortos en los meandros de la Laguna, muy circunscritos al centro de la misma y totalmente rodeada por carrizales que debe hacer muy difícil, sino imposible, acercarse a su corazón. Nadando a sus anchas, algunas aves, previsiblemente patos, y un par de parejas de aguiluchos laguneros planeando por encima de los carrizales; después, por el camino a adyacente, veremos garzas y otras aves que no identificamos, animadas por una orquesta de ranas y bastantes mosquitos.
Frente a las Casas de Villaverde, cruzamos, primero la Carretera General y después el Río del Cubillo, y llegamos a la Vía Verde donde un lagarto ocelado se retira con rapidez. A nuestra izquierda, zona de vega o anegada de pastizales, y a nuestra derecha, monte con pinos y carrascas y ocasionales cortados de piedra.
Descansadero
Numerosos trinos de pájaros nos animan. De cuando en cuando, construcciones de la antigua vía férrea que nunca se utilizaron y están semiderruidas y cada poco un túnel, llegaremos a pasar por cuatro hasta el Descansadero del Jardín, alguno detecta nuestra presencia y se ilumina, además de refrescarnos y ofrecernos su acústica para nuestros ensayos de coral. También nos obsequian con momentos de oscuridad total que nos produce temor y recogimiento, aunque finalmente terminamos encontrando la luz.
Una de la andarinas se resiente de una pasada lesión y decidimos su retirada para venir a recogerla, apenas quedan dos kilómetros para finalizar la ruta, la otra andarina la acompaña. Y 30 minutos después estamos en un bar de carretera celebrando la ruta, comiendo habas y ensalada de lechuga autóctonas, gracias a las habilidades para el trueque de una de las andarinas y probando las morcillas y chorizos de la zona.
Han sido 14 kilómetros, en casi 4 horas, de una ruta con poca dificultad, y mucho encanto. Un paseo de despedida hasta el próximo curso. Una gozada de tener estos amigos a los que les gusta el campo tanto como a mí.
