Decía Marco Tulio Cicerón que no saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como mantenerse niños toda la vida. Es curioso comprobar cómo en esta época donde el conocimiento información fluye de manera incesante por tantos cauces, la sociedad parece haber perdido interés acerca de lo que aconteció en el pasado.
Quizá no sea una casualidad: demasiada información puede llegar a saturar y es inevitable prestar mayor atención a lo que sucede delante de nuestros ojos que a aquello que contemplaron nuestros antepasados. El cerebro es selectivo y el humano está lleno de imaginación. Posiblemente sea esta una de las cualidades que más nos diferencia del resto de animales que pueblan la naturaleza y tal vez ocupar nuestro tiempo en lo que ya pasó hace más difícil ejercitar la fantasía.
Demos esta explicación compasiva al porqué las sociedades modernas, especialmente la española, piensan más en el presente y el futuro que sobre aquello ya pasado; y es que hay otras que nos dejarían malparados, otras que aluden a ignorancia, educación equivocada y falta de interés; o quizá a infantilismo, como decía Cicerón. Pero ya que mencionamos Cerebro e Historia, hago aquí una declaración de intenciones: trataré en esta columna que amablemente pone a mi disposición Diario Sanitario de mezclar curiosidades neurológicas con enseñanzas de la historia. Pero advierto desde el principio que haré ambas cosas con imaginación, porque quizá de este modo entretenga más y porque sin duda así me será a mí más divertido.
Hoy empezaré contando una historia en la que aparece un manchego en situación protagonista. En este caso Juan García Jofre de Loaísa, nacido en Ciudad Real en 1490, y allá por el año 1525 Comendador de la Orden de Malta, fraile al fin y al cabo. Nuestro paisano ha pasado a la historia por haber comandado una de las expediciones más desafortunadas -y mira que las hubo entonces- de la maravillosa época de los descubrimientos.
Llegada de vuelta a España la aventura de Magallanes, guiada hasta el retorno por el marino de Guetaria Juan Sebastián Elcano, el emperador Carlos I decidió que era hora de poner coto al monopolio portugués sobre el comercio de las especias, motivo por el que organizó una gran expedición en el año 1525, que al mando de Jofre tenía como objetivo tomar las islas Molucas, entonces conocidas como Islas de las Especias, y establecer allí una base permanente española que quedaría bajo el mando del propio Loaísa.
Alcanzar las islas Molucas no era tarea fácil, porque para evitar el conflicto con Portugal las naves españolas deberían navegar hacia el oeste, es decir, atravesar primero el Atlántico, después sobrepasar América y por último navegar todo el Pacífico hasta llegar a las Molucas (consultar mapa de derrota). Sin duda una proeza solo al alcance de hombres como nuestros compatriotas de la época. Para facilitar las cosas el rey puso como piloto mayor y segundo al mando en la expedición de Jofre al mismísimo Juan Sebastián Elcano.
De qué raza debían estar hechos aquellos hombres, qué impulso por saber, qué sentido del deber y necesidad de ennoblecer su nombre (y no parece que el mero ánimo de lucro haya podido motivar hazañas como las de estos marinos) no tendrían aquellos españoles del XVI que alguien como Elcano aceptó volver al mar para lanzarse a una nueva aventura, muy similar a la que había terminado sólo 3 años antes y que ha legado su nombre a la posteridad. No olvidemos que Elcano era uno de los 18 únicos supervivientes de la expedición de Magallanes, que había hecho ese viaje tan solo hacía unos pocos años y sabía por tanto los riesgos que debería afrontar.
Inconcebible
Por mucho que nos sorprenda, junto a él se embarcaron varios de los escasos veteranos supervivientes de la aventura de circunnavegación. Visto con los ojos de nuestra época es inconcebible que hubiera hombres tan valientes capaces de poner en juego su vida una y otra vez de esa manera, pero probablemente no sea posible juzgar con buen criterio hechos que ocurrieron hace 500 años: ni entonces eran suyas las comodidades de la vida normal que ahora disfrutamos ni tampoco podemos entender hoy los objetivos trascendentes que tenían aquellos compatriotas nuestros del 1500.
El caso es que la expedición de García Jofre de Loaísa se ha hecho famosa, como ya he comentado antes, primero por su fracaso -durante el viaje murió el Comendador y también el mismísimo Elcano, que parecía indestructible- sino también por haber descubierto el paso definitivo de un océano al otro.
Recordemos que en la expedición de Magallanes la travesía de uno a otro océano se hizo a través de un canal (llamado desde entonces Paso de Magallanes), sin llegar a circunnavegar por completo América del Sur. Sin embargo, durante la expedición de Loaísa una de las naves que la componían, la nao San Lesmes, mandada por Francisco de Hoces, no logró tomar el Estrecho de Magallanes, fue empujada hacia el Sur por los vientos y tuvo que contornear por completo la costa de la Tierra de Fuego hasta llegar a la increíble latitud 55º sur. Esta nave pudo reunirse luego con el resto de la flota y contar que había encontrado un nuevo paso hacia el Pacífico, al sur de la Tierra de Fuego.
Errores
Por motivos que ya a nadie debiera llamar la atención (visto lo visto en la historiografía universal) la circunnavegación del Cabo de Hornos ha pasado a la posteridad como un logro del pirata Francis Drake, quien efectivamente la utilizó, pero muy posteriormente, en el año 1578, y el paso se denomina hoy en la mayoría de los mapas de navegación como Pasaje de Drake, cuando en realidad debería ser llamado Paso de Hoces. Pero son estas inexactitudes intencionadas lo que, entre otras cosas, nos motiva a escribir estas pequeñas columnas.
Termino aquí hoy diciendo que de la gran expedición de Jofre y Elcano tan sólo una única nave alcanzó finalmente las Molucas. Los marinos españoles, exhaustos, lograron pese a todo establecerse en la isla de Tidore, y desde allí enfrentaron conflictos sin fin con los portugueses, viviendo en permanente riesgo de ser derrotados por sus superiores medios en aquella lejana zona del mundo y ser muertos o puestos en cautividad. Uno de esos esforzados supervivientes, que se distinguió por su ardor guerrero y su inteligencia estratégica en las batallas que acontecieron durante 11 largos años allá en el Pacífico, será el motivo de mi siguiente columna histórica. Sin duda se la merece quien es uno de los grandes héroes olvidados de nuestro pasado.