• Me han devuelto la vida a tiempo

    El Autor

    Federico Pozuelo Vidal

    Paciente

    Empiezo a escribir estas líneas justo el día en que se cumplen dos años y medio de mi nueva vida.

    Aquel día de noviembre de 2014, alrededor de las 9 de la mañana, comenzaba en uno de los quirófanos del Complejo Hospitalario Universitario de Albacete mi trasplante de riñón, tras unas horas previas de nervios y, por qué no decirlo, de una mezcla entre  ilusión y miedo ante la decisión tomada. Fue un SÍ a la vida, a esa segunda oportunidad que alguien desconocido y anónimo me ofrecía al decidir que tras su muerte un trocito de sí mismo pudiera servir para que otro proyecto vital tuviera mejor futuro… o simplemente futuro.

    La Medicina y la Cirugía han evolucionando enormemente en las últimas décadas en el mundo, y también en España. Pero además de eso, en los trasplantes se da, no sé si en igual o mayor medida que en otras actuaciones médicas, un factor humano diferencial: sin donantes no hay trasplantes.

    En España tenemos el privilegio además de ser líderes mundiales por nuestro índice de donaciones, hecho que se produce por una serie de razones: entre ellas, el excelente funcionamiento del engranaje de la ONT, al cual contribuyen decisivamente los profesionales sanitarios y la generosidad de los españoles. Un motivo por el que poder sentirse orgullosos de nuestro país.

    Lo que es obvio -al menos para quienes hemos pasado por ello y para los que están alrededor- es que un trasplante no sólo te alarga la vida sino que te la cambia… o quizás sea más preciso decir que te la devuelve a tiempo.

    Desde el punto de vista médico, el post-trasplante también tiene “lo suyo”. Y aquí hay que volver a la mejora científica: los inmunosupresores, esas medicinas que acompañan de por vida y que son las responsables de evitar el rechazo… y de algunos de los efectos secundarios “negativos” de los primeros meses después del “día T” hasta que tu médico da con la dosis adecuada, y te olvidas de esos efectos. Farmacología que también ha mejorado y mejora en favor de la calidad de vida.

    Y decía que te la devuelve porque es entonces cuando te das aún más cuenta de que los meses-años desde que la necesidad del trasplante se manifiesta hasta que éste llega, lo que haces es sobrevivir casi más que vivir. Porque entre las estrictas limitaciones de dieta o de fuerzas físicas y el tiempo dedicado a la diálisis que se dan durante la enfermedad, la llegada del “alien” (así llamo cariñosamente a mi nuevo órgano) es volver a tener la posibilidad de comer, beber, disponer de tu tiempo de forma convencional… o sea, vivir. Y afecta también al entorno más próximo del paciente, claro. Porque  todos los que verdaderamente están ahí cerca durante los malos ratos saben que “te apagas como una vela” lentamente (uno mismo también lo sabe en el fondo, aunque intenta pensarlo lo menos posible en esos tiempos) y al verte renacer se alegran tanto o más que el protagonista. Y te ayudan a valorarlo y disfrutarlo cada día. Eso también es recuperarla juntos.

    Por ello, todos tenemos la capacidad de difundir el mensaje en favor de la donación de órganos y tejidos. Y de ser los protagonistas de ese acto de generosidad que supone la donación porque, además de que nadie está exento de necesitarlo en el futuro, donar órganos es dar una oportunidad de vida a alguien… y eso es impagable.

    Por todo lo vivido, y lo que queda por vivir, disfrutar, sentir…  es inevitable acudir a la letra de aquella  canción que dice “Gracias a la vida…”