
El Dr Arjona Laborda escribe con conocimiento de causa en ‘El declive de la Atención Primaria’
El Dr Enrique Arjona Laborda se considera una especie en extinción, la del médico rural que, «con un palito y un fonendo», recorre carreteras intransitables y aldeas perdidas en busca de los pacientes de la ahora llamada España vaciada, en tiempos, rural y alejada de cualquier atisbo de civilización. Jubilado, aunque sólo en los papeles, acaba de escribir el libro ‘El declive de la Atención Primaria’.

Arjona ha pasado 28 años entre los pueblos de Peñascosa y Salobre
Con más de 850.000 kilómetros de carreteras y caminos a sus espaldas, con nieve, lluvia, hielo, calores infernales y termómetros desplomados, Arjona Laborda se considera un afortunado que ha vivido la verdadera medicina, la cercana, aquella en la que el paciente te trae el café cuando el bar descansa; la que sólo recibe agradecimientos, nunca malas palabras. Sin embargo, considera que se ha convertido en uno de los últimos, que «hay que mimar al médico rural o acabará desapareciendo».
Su libro será un imprescindible para aquellos gerentes sanitarios que quieran dejar los despachos para pisar la arena. Y es que si algo tiene claro es que «no hemos aprendido nada». Han pasado los años con los mismos problemas de siempre, con la falta de medios materiales y humanos, lo que ha llevado a que los médicos españoles, los mejor formados, no quieran una Atención Primaria que, sin incentivo alguno, te destine a decenas e incluso cientos de kilómetros de tu ciudad.
Pocos quedan como Luis Llopis, en Yeste, Antonio González, en San Pedro, Francisco José García, en Nerpio, o Carmen Somoza, la última en vivir en la casa del médico de Ayna. Y es que aunque Enrique Arjona sepa que un médico no se jubila nunca, él dejó Salobre con 66 años, después de ejercer 28 años en la Sierra de Alcaraz, 18 en Peñascosa y 10 en Salobre.
«Irte a una aldea con un palito, un fonendo y un aparato de la tensión no es atractivo»
De Tarazona de La Mancha por parte de padre y de Tobarra por parte de madre, este médico tenía claro lo que era un pueblo. Además, siempre quiso «ayudar a la gente», de ahí que acabara estudiando Medicina en Valencia. «Elegí la carrera más bonita y sacrificada», reconoce ahora sin arrepentirse, presumiendo de que «el amor por mis pacientes ha sido siempre mi santo y seña».
«Irte a una aldea con un palito, un fonendo y un aparato de la tensión no es atractivo», advierte a quien quiera escucharle, al tiempo que insiste en que, si no se toman medidas, la medicina rural será insostenible.