• La memoria todavía es un misterio

    El Autor

    Francisco Martín Ros

    Médico de Atención Primaria

    La memoria no deja de ser un misterio. No en vano está regentada en distintas zonas de nuestro cerebro, como si la naturaleza no se fiara de depositarla toda junta en un solo sitio: corteza prefrontal, lóbulo temporal, ganglios basales e hipocampo fundamentalmente.

    memoria misterio

    Así, de un mismo hecho vivido por varias personas, en no pocas ocasiones, cada una de ellas recordará aspectos diferentes de lo acontecido, incluso contrapuestos, pues lo vivido está definitivamente unido a las distintas sensibilidades, prejuicios y sentimientos de sus protagonistas.

    No disponemos, por tanto, de una memoria colectiva homogénea y fiable como tampoco lo son las distintas memorias individuales

    Sucede, incluso, que de tanto oír una experiencia no recordada por nuestra corta edad, pero sí frecuentemente relatada por nuestros mayores, la incluimos en el armario de nuestra memoria con profusión de detalles, recuerdo vívido y protagonismo propio. A pesar de lo dicho, si de algo nos fiamos, es de nuestra propia memoria, abominando de otros relatos que entren en colisión con nuestra personal y auténtica verdad.

    A menudo, con el paso del tiempo y a base de reflexionar sobre hechos pretéritos de nuestra existencia, vamos remodelando lo recordado, modificando ciertos aspectos de lo vivido o aprendido y enmendando conclusiones que en un principio nos parecían inalterables. Esto es más cierto cuando en la experiencia vivida intervinieron otras personas a las que, en su momento y sólo por un limitado espacio de tiempo, clasificamos con generosidad apasionada o impiedad desmedida. Es precisamente en eso, en la capacidad crítica inherente a la mayoría de nosotros, en lo que radica nuestra diferencia con el resto de seres vivos.

    Es como si la radicalidad fuese inversamente proporcional tanto al tiempo transcurrido como a la capacidad de reflexión

    Esta capacidad crítica y de evaluación no aparece de golpe a una determinada edad, sino que se va incrementando paulatinamente, pues sólo desde la madurez, desde el conocimiento y desde la inexistencia de intereses espurios, se aprende a relativizar y a enfocar las cosas desde otros puntos de vista. Es como si la radicalidad fuese inversamente proporcional tanto al tiempo transcurrido como a la capacidad de reflexión.

    No disponemos, por tanto, de una memoria colectiva homogénea y fiable como tampoco lo son las distintas memorias individuales, siempre parciales y subjetivas desde la óptica de los protagonistas, ya que cada uno recordará sólo parte de lo acontecido, sólo será capaz de identificar el papel de algunos de sus protagonistas, y, en función de sus intereses, solamente albergará recuerdos parciales, precisamente aquellos que más impactasen o que más reforzasen sus premisas previas.

    Si les preguntásemos -puro alarde imaginativo- qué recuerdan de lo sucedido en la batalla de Bailén a un soldado francés y a uno español muy probablemente nos darían versiones diferentes, incluso contradictorias, aunque presumiblemente ambas con tintes dramáticos. Y cada uno contaría su verdad como si fuese la verdad absoluta. ¿A cuál de ellas damos más verosimilitud? ¿Acaso estamos obligados a elegir sólo una de las dos versiones, desestimando la otra?

    Respecto de una misma sucesión de acontecimientos, existen versiones históricas diferentes

    Para colmo, en una fase posterior, los historiadores, también sesgados inevitablemente por sus propias filias y fobias, pondrán algo de su parte para dar un sentido y una explicación a lo acontecido. De hecho, respecto de una misma sucesión de acontecimientos, existen versiones históricas diferentes.

    La conquista de América que se explica en algunos países de nuestro entorno, y que malintencionadamente ha sido abrazada por algunos de los nuestros, en nada se parece a la que de manera repetitiva nos han hecho creer tradicionalmente. En este caso, el sesgo no está en alterar los hechos acontecidos -guerras, saqueos, cadáveres, pero también conocimiento, lengua y cultura-, sino en dar pábulo a solo una parte de ellos y meter en el olvido a la otra, tan trascendente y coyuntural como la primera.

    Lo cierto es que leer, confrontar y analizar las distintas memorias individuales nos puede dar una visión más aproximada de lo acontecido, pero nunca exhaustiva, aunque provengan de sus auténticos protagonistas. Siempre serán memorias parciales y, por ende, sesgadas e incompletas en alguna medida. Recordemos aquí lo que dijo Jardiel Poncela: <<Historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió>>.

    La historia es siempre una fantasía sin base científica” Pío Baroja

    Por su parte, Pío Baroja dijo atinadamente que <<la historia es siempre una fantasía sin base científica, y cuando se pretende levantar un tinglado invulnerable y colocar sobre él una consecuencia, se corre el peligro de que un dato cambie y se venga abajo toda la armazón histórica>>.

    Por todo ello entiendo que, en principio, no existe la memoria histórica como un axioma dogmático e irrefutable, mucho menos en lo que se refiere a determinados hechos puntuales pasados si se describen como hechos aislados no influenciados por su entorno.

    La pasión en la descripción de unos hechos suele tener como resultado una historia en blanco y negro, sin matices de grises. No tener en cuenta que lo transcrito puede venir de “distintas memorias” o de “distintas sensibilidades”, todas ellas respetables y todas ellas asumidas por sus dueños como la verdad auténtica, disminuye la capacidad crítica del lector, sumiendo a éste en un universo fragmentado y tendencioso. Esto es más cierto cuando se omiten intencionadamente, por unos y por otros, aspectos fundamentales de lo histórico, con la pretensión de empequeñecer el enfoque de la cuestión e ignorar la inestabilidad que en nuestros planteamientos prefijados provocan tan inoportunos matices.

    Ahondar en la comprensión de versiones distintas a la asimilada como propia exige de un esfuerzo de generosidad poco frecuente

    Ahondar en la comprensión de versiones distintas a la asimilada como propia exige de un esfuerzo de generosidad poco frecuente en nuestra sociedad que está maniqueamente dividida entre los que tenemos razón y los que, precisamente por no abrazar nuestra tesis, no la tienen.

    Y lo que es peor, lo que causa mayor desánimo, es que cuanto más indocumentados estamos, más fogosos y virulentos somos en nuestras aseveraciones. Tendemos equivocadamente a huir de la duda porque creemos que nos convierte en débiles. Ya lo decía el crítico francés Alphonse Karr: <<consideramos la incertidumbre como el peor de todos los males hasta que la realidad nos demuestra justo lo contrario>>.

    Aprender no es buscar premisas que afiancen nuestra tesis, sino someterla a comparación

    Avanzar no es olvidar, sino aprender. Aprender no es buscar premisas que afiancen nuestra tesis, sino someterla a comparación con otras distintas buscando un enriquecimiento mutuo. No somos rehenes de nuestro pasado sino dueños de nuestro futuro, por lo que empeñarnos en buscar entre nosotros responsables de una historia pasada es un fraude malintencionado que nubla nuestro porvenir y que solo se justifica desde las más oscuras y abyectas intenciones.

    Podemos dedicar tiempo a revisar la historia hasta acomodarla a nuestras premisas, a buscar culpables de nuestra miseria siempre en prados ajenos, y a adjudicar las más atroces responsabilidades a quienes, en otros tiempos y bajo circunstancias radicalmente distintas, obraron de una forma que hoy somos incapaces de entender y proclives a condenar. Podemos sembrar nuestro entorno de resentimiento y de odio porque siempre tendremos una parte de razón, incluso, quien sabe, si la mayor parte.

    Lo primero que deberíamos hacer es juzgar a los de nuestra cuerda con la misma severidad con la que descalificamos a nuestros detractores

    Pero si pretendemos formar parte del más elevado, aunque ficticio, Tribunal de la Historia lo primero que deberíamos hacer es juzgar a los de nuestra cuerda con la misma severidad con la que descalificamos a nuestros detractores. Sólo entonces, equivocados o no, podremos al menos presumir de haber sido honestos en nuestra valoración.   

    Pinche aquí si quiere leer otros artículos de Martín Ros

    Comentar

    Su dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos necesarios están marcados *

    *