• La mili de un camillero ‘de primera’

    El Autor

    Francisco Martín Ros

    Médico de Atención Primaria

    Dicen que la extinta “mili” es un saco inagotable de anécdotas, muchas de ellas repetidas hasta la saciedad. Pues bien, la que a continuación paso a relatar aconteció hace 35 años, y tuvo lugar en un cuartel militar de Palma de Mallorca. Se celebraba el día del patrón del acuartelamiento, y aunque allí mi rango oficial era el de camillero de segunda, desempeñaba la labor de médico.

    mili camillero

    Lo que había empezado como una fiesta se tornó en tragedia

    El destacamento lucía sus mejores galas y todos llevábamos uniforme de bonito. La comida fue abundante y estuvo bien regada. Ya en los postres, y con los ánimos más que distendidos, irrumpió en el comedor un oficial con la cara pálida gritando a voces dónde estaba el médico. Me levanté raudo e hice acto de presencia. Se me informó de que un alto mando se encontraba inconsciente en su despacho.

    Subimos corriendo las escaleras y al entrar en la dependencia observé que el paciente estaba sentado en su silla, delante de la mesa, en un estado de gravedad más que evidente. En ese instante, y rodeado de comandantes, capitanes y otros oficiales, pedí a los allí presentes que me ayudaran a dejarlo en el suelo. Comencé entonces las maniobras de reanimación cardiopulmonar solicitando ayuda y dando las pertinentes instrucciones. Como no dieron el fruto deseado lo introdujimos en la parte de atrás de un coche oficial mientras yo no dejaba de realizar dichas maniobras.

    En el traslado hacia el hospital nos sirvió de ayuda una pareja de motoristas de la Guardia Civil que, al percatarse de la situación, nos fue abriendo camino. En urgencias se le practicaron maniobras de RCP avanzada que también se mostraron fallidas.

    Lo que había empezado como una fiesta se tornó en tragedia por el fallecimiento del jefe militar.
    A la mañana siguiente, muy temprano, recibí una llamada telefónica en el botiquín. Un comandante me instó a que me presentara en el despacho del coronel. Hubiera pagado en aquel momento para poder evitar dicha entrevista. No sabía lo que podía pasar por la mente del máximo jefe del cuartel y, lo que era peor, el tono del comandante que me dio la orden no era precisamente tranquilizador.

    “A la orden de usía mi coronel, ¿da usted su permiso?” dije desde la puerta de la estancia con un temblequeo de piernas difícil de disimular.

    El ascenso

    La conversación con el coronel, si se le puede llamar conversación a un monólogo unidireccional, fue breve y escueta. Vino a darme la enhorabuena por mi intervención del día anterior. Recuerdo que me dijo que nunca había visto a un soldado raso dar tantas órdenes a tantos jefes y oficiales juntos, que constituían entre todos una auténtica constelación de estrellas, de seis y de ocho puntas.

    Aunque pude salir aliviado del despacho siempre me quedará la duda de qué consecuencias se hubieran derivado de haber tenido éxito mi actuación de la víspera. Me hubiera sentido plenamente satisfecho por el resultado y, de paso, hubiera estado bien haber terminado el Servicio Militar como camillero de primera.

    Hemeroteca

    Cabrera, la isla del camillero de segunda

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