• ‘El Molinero’ nos transporta

    El psicólogo Rigoberto López y el dentista Manuel Martínez proponen El Molinero, en Casas de Lázaro, para alcanzar la ración de ejercicio semanal

    El Autor

    Rigoberto López y Manuel Martínez

    Profesor de Psicología en la Facultad de Enfermería y dentista licenciado en Cirugía y Medicina

    Desde San Pedro hasta Casas de Lázaro. La Quéjola y la luz del Pardal surgen en la conversación. Aparcados y pertrechados bajamos hasta el río Casas de Lázaro que fluye con vigor y seduce a los caminantes. Ponemos en marcha el GPS, son las 16 horas de una tarde un poco nubosa. Las higueras junto al Puente del Caño nutren a los senderistas. Arriba el Descansadero. Iniciamos el recorrido por el camino entre pinos en la Cañada de los Mayos. A la izquierda, la Rambla de los Magos y la valla de Peñablanquilla.

    Salimos de pinos y continuamos por terrenos baldíos y de monte bajo, que en otras épocas eran labrados hasta en sitios inverosímiles, como atestiguan los majanos y montones de piedras. Proliferan el romero y plantas bajas tipo tomillo. También aliagas, cojines de monja, jara, y cardos. Y árboles secos o casi, almendros y alguna olivera. De cuando en cuando algún pino con poderío. Los líquenes han colonizado las piedras que adquieren genuina coloración gris oscuro y verdoso.

    Un caminante estrena audífonos, de momento no hay muchos cambios sonoros, el ruido de la fricción del pantalón, el repiqueteo de los bastones en las chinas del suelo y el crujir de ramas secas. Algún otro le gasta bromas hablando muy bajo o entrecortado. Los compañeros notan que habla más bajo. Se toca con frecuencia los oídos para asegurar que siguen ahí. Todo un aprendizaje.

    En un momento el camino se bifurca, un ramal hacia el Cucharal, y el otro asciende recto y luego zigzaguea en dirección a Oriñuela, finca pública en el término de San Pedro, donde se encuentra el Pico Molinero, nuestro objetivo más alto del día. Ya lo subimos Manu, Juanjo y yo en 2015, viniendo de la Piedra de Mitras. Dejamos el camino para seguir campo a través. Somos cuatro los senderistas del día, los quehaceres han impedido a la quinta estar aquí y se queja a distancia, aunque está presente, y tal vez se ha librado de la quema, por hoy.

    Tras cruzar Los Barrancos, primer monte, estamos en la base del Molinero y los acometemos por su cara sur. El sherpa responde al anhelo de la cuadrilla de darse caña. Llegados al punto geodésico (1183), la foto de rigor y la contemplación. Llanos, valles, sierras y picos van siendo desmenuzados. Aldeas y pueblos se diseminan por la zona, El Cucharal, Peñarrubia, Casas de Lázaro, La Quéjola, San Pedro, Balazote, Barrax y hasta Albacete. La Peña del Cabrón, La Isabela, una Morra frente al Cucharal, próximo objetivo, La cuerda de la Almenara.

    Ciervos desde El Molinero

    Tomamos el té y las típicas frutas. Abajo en Peñablanquilla los ciervos pastan, aunque para nosotros son puntitos móviles. Decidimos la nueva ruta de descenso.

    El trío sigue la cuerda para bajar al camino y volver a subir el nuevo monte por el que seguiremos hasta el río. Yo me ladero un poco siguiendo un rastro olfativo, huelo a muerto. Finalmente doy con los restos de un ciervo, que ha debido ser devorado muy recientemente. Nos vamos dando voces para saber por dónde andamos, y nos juntamos en el camino, para seguir campo a través hasta el Cucharal. Pasamos por una fila de colmenas, en alguna de la cuales hay un montón de abejas muertas en la puerta. La mitad de las colmenas tienen una piedra encima que indica que están vivas, en las que algunas abejas entran y salen.

    En ocasiones, la mirada y sonrisa de la andarina delata su contento ante la presencia de su pareja, quién como un chiquillo con botas nuevas, va descubriendo el placer del senderismo. Habla poco, es muy observador, sonríe con frecuencia y es duro.

    Ahora es el río el protagonista. Todo el valle se torna ascendente yse tiñe de colores, amarillos de los chopos, nogales e higueras, verdes de las exuberantes hierbas, pinceladas de colores de las variadas plantas de la zona, algunas de las cuales se pegan como lapas para repoblar a nuestra costa nuevos rincones.

    Llegamos al puente del Cucharal

    Con cierta dificultad porque la antigua senda está invadida, vamos acercándonos al río para ver sus rincones y sorprendernos, una vez más, con las pozas y el discurrir del agua. Llegamos al puente del Cucharal, donde una colonia de puros me recuerda los jarrones con los que mi madre adornaba el salón de casa. Desde aquí, seguimos hasta el Batán de Mazos. Comentamos que sería una buena zona para alejarse del mundanal ruido o montar un motelito.

    Molinero

    Salen al encuentro un paisano mayor y su nieta. Me hablan de mi hija y mis consuegros, que también están por aquí. Buen sitio para que mi futuro nieto corretee de vez en cuando.

    Cruzamos nuevamente el río para, después del molino, subir por la senda por la que cruzaremos la Merera (1028) y el Vallejo de las Caleras, que dejan abajo a la izquierda el Batán. Un sinfín de puntitos blancos o amarillos iluminan las aldeas, pueblos y hasta la lejanía. De cuando en cuando tintinean luces rojas por el horizonte, y así hasta llegar al Puente del Caño casi a oscuras. Muy pronto los días serán más cortos, y tendremos que afinar para terminar las etapas con luz.

    No vemos la luz del Pardal, por lo que, buscando, llegamos a Santa Ana, quien hoy nos reconforta. Han sido 10,8 higadillos, en 4 horas y un desnivel de 560 caldos.

    Molinero

    Puede consultar otras rutas en la sección Senderismo

    Comentar

    Su dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos necesarios están marcados *

    *