• Hoya Gonzalo, la Morra Blancar pasada por agua

    El psicólogo Rigoberto López y el dentista Manuel Martínez proponen la Morra Blancar, en Hoya Gonzalo, para alcanzar la ración de ejercicio semanal

    El Autor

    Rigoberto López y Manuel Martínez

    Profesor de Psicología en la Facultad de Enfermería y dentista licenciado en Cirugía y Medicina

    Preparados para el agua. Por la mañana intercambiamos wasaps y nos convencemos que los senderistas no nos amilanamos a la primera de cambio, aunque elegimos una ruta fácil con bastante carril. De camino, gotas en los cristales, el cielo encapotado y agua encima de algunos barbechos.

    Llegamos a La Hoya y nos adentramos. Es al pueblo de Fabi, que me trae recuerdos de familia, vendimia y matanza. También Mingo ejerció muchos años la medicina de familia por aquí. En la marquesina de la plaza nos pertrechamos, nos ponemos hasta las polainas, ¿qué esperamos?. Venimos en petit comité, los tres más asiduos.

    Por la plaza de la Iglesia, subimos hacia la carretera y buscamos el camino que nos lleva a una zona comunal, hay chimeneas, naves y zonas de esparcimiento. Una señora, con su paraguas en mano, camina por esos parajes. Nosotros visitamos la Cueva de La Ramoneta, casas cueva en el cibanto del camino, apartamentos trogloditas en otra época excavados por los más desfavorecidos del pueblo.

    No les quedó mal y estarían mejor si hubieran sido “rehabilitadas” como punto de interés de alguna ruta para visitantes, que hasta viene localizada en el IGN. Desde ahí, campo a través por la zona de El Trullo, con el modo cárdico activado, nos dirigimos hasta la subestación de Morrablancar, donde confluyen las energías de los aerogeneradores, generosamente instalados en estas tierras. Vamos viendo las nubes descargando en las proximidades. Nos preparamos para recibirlas. Inicialmente un calabobos encantador, que facilita el andar, acompañado de los gemidos incansables y cansinos de los molinos que nos sacan algunos comentarios.

    El otro tema del día es el modelo fashion que nuestra editora ha traído, paraguas verde claro, con bordeados amarillo pálido y en forma de hojas de bijao, complementado con chubasquero largo, mochila pequeña rosa, mallas negras y botas moradas. Es día de introspección y es que hoy estamos taoístas sin saberlo.

    Morra Blancar Hoya Gonzalo
    Morra Blancar Hoya Gonzalo

    Camino de Valdeganga

    Por el Camino de Valdeganga, donde algunos charcos parecen lagunas, seguimos en dirección al punto geodésico de la Morra Blancar (1021 m), entre pinos y molinetas. Ahora la lluvia arrecia. Manu complementa el ajuar de la editora con unos pantalones, aunque ya empezamos a hacer aguas en varios puntos de la indumentaria. Desde el mirador de la morra vemos las sierras comunales de Chinchilla, Higueruela y el inconfundible Mont Pichel, pero no nos detenemos porque es la hora del té y hay que buscar un sitio.

    Seguimos el camino que recorre el parque eólico y en una tinada por encima de la Casa de los Rincones lo encontramos. Son los lugares más humildes los más proclives al cobijo, y también los que más agradecimiento suscitan. El té bien calentito, las galletas de chocolate y las frutas escarchadas nos van reponiendo, y viendo que no amaina, continuamos para llegar cuanto antes al coche y quitarnos, en la mediad de lo posible, el atuendo empapado. Y es que como me dice Pascual, maestro acupuntor e iniciado taoísta,

    El agua sabe cómo beneficiar a todas las cosas y no excluye a ninguna” (Tao Te King)

    Cerramos el circulo de la ruta por las Tierras Blancas en la subestación y regresamos a buen ritmo, a veces dejándonos relajadamente correr cuesta abajo, oyendo las risas de nuestra compañera que a pesar de la lluvia no ha dejado de fotografiar y grabar.

    Ahora el chops, chops de las botas llenas de agua es la música hasta La Hoya, que haciendo honor a su nombre solo le ha faltado el fuego para cocernos. Y por si faltara agua, las calles parecen ríos hasta el centro, aunque un buen sistema de colectores se libran de ella poco antes de la Iglesia.

    Nos cambiamos lo que podemos, y vamos a un bar recomendado. Está en penumbra, la madre y el hijo ante una tele inmensa, ella permanece arrebujada, y él nos sale a abrir, ¿esta gente qué querrá?, ¿higadillos?. Sí, y alguna cosa más para entrar en vereda. Nos enteramos que esta mañana Urbano tomó su cafetito, como tantos otros días, y que Samu vive ahí al lado. Probamos el vino del pueblo de la pasada cosecha, y está rico. Consultamos las estadísticas del nene y nos dice que 9,5 km, en algo más de dos horas y un desnivel de 230 m.

    Una etapa interesante, variopinta, pasada por agua hasta en las escondrijás. Pues eso. Una duchita caliente y el pijama. Y hasta la próxima.

    Puede consultar otras rutas en la sección Senderismo

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