
El nacional socialismo de los años cuarenta encarnado por Hitler, el nacional comunismo soviético liderado por Stalin -si cabe más asesino y exterminador que el primero- y reconvertido hoy día en un nacionalismo ruso putinesco, y el más reciente nacional imperialismo norteamericano que nos pretende imponer Trump, tienen todos ellos dos denominadores comunes.
Por una parte, el desprecio inmisericorde al resto del planeta apuntalado en el concepto de que sólo ellos son merecedores de la gestión y gobernanza del mundo, quedándole al resto la obligación de obedecer y de conformarse con las migajas sobrantes.
Pero, por otra parte, todos estos nacionalismos han venido liderados por brutos e ignorantes despiadados que han triunfado en sus respectivos territorios con la anuencia y el aplauso de aquellos que se han dejado agasajar y convencer de que son ellos, y no otros, los pueblos elegidos para dominar el mundo.
Toda esta ralea nacionalista, de distinto pelaje pero de idéntico espíritu dictatorial, sectario y excluyente, es la que nos ha llevado a la más absoluta ruina y degradación en los dos últimos siglos con guerras, hambrunas y millones de muertos.
El camino del nacionalismo
No aprendemos.
Y mientras tanto la meliflua Europa, más dividida que nunca, sigue siendo el objetivo último y principal. Polacos, ucranianos, bálticos, pero también europeos occidentales -ya ha dicho Putin que un misil tarda 15 minutos más en llegar a Madrid que en estallar en Varsovia-, están siendo amenazados por unos y abandonados a su suerte por otros. Y tenemos los europeos también una parte no pequeña de culpa, pues incluso en nuestros propios territorios damos pábulo a otros nacionalismos menores pero de iguales y desastrosas consecuencias.
Convencernos de que somos superiores, ondeando la bandera victimista, es muy fácil y nos lleva más pronto que tarde a odiar y menospreciar a los que no comparten nuestra supremacía vestida de territorialidad, ideología, lengua, religión o cultura.
El nacionalismo es intrínsecamente malvado, se vista como se vista, y nos lleva a la destrucción y a la miseria. ¿Es que no hemos tenido hasta ahora pruebas suficientes de ello? Pues, tristemente, parece que no.