• De nuevo, en manos de brutos e ignorantes

    El Autor

    Francisco Martín Ros

    Médico de Atención Primaria

    El nacional socialismo de los años cuarenta encarnado por Hitler, el nacional comunismo soviético liderado por Stalin -si cabe más asesino y exterminador que el primero- y reconvertido hoy día en un nacionalismo ruso putinesco, y el más reciente nacional imperialismo norteamericano que nos pretende imponer Trump, tienen todos ellos dos denominadores comunes.

    El nacionalismo es intrínsecamente malvado, se vista como se vista, y nos lleva a la destrucción y a la miseria.

    Por una parte, el desprecio inmisericorde al resto del planeta apuntalado en el concepto de que sólo ellos son merecedores de la gestión y gobernanza del mundo, quedándole al resto la obligación de obedecer y de conformarse con las migajas sobrantes.

    Pero, por otra parte, todos estos nacionalismos han venido liderados por brutos e ignorantes despiadados que han triunfado en sus respectivos territorios con la anuencia y el aplauso de aquellos que se han dejado agasajar y convencer de que son ellos, y no otros, los pueblos elegidos para dominar el mundo.

    Toda esta ralea nacionalista, de distinto pelaje pero de idéntico espíritu dictatorial, sectario y excluyente, es la que nos ha llevado a la más absoluta ruina y degradación en los dos últimos siglos con guerras, hambrunas y millones de muertos.

    El camino del nacionalismo

    No aprendemos.

    Y mientras tanto la meliflua Europa, más dividida que nunca, sigue siendo el objetivo último y principal. Polacos, ucranianos, bálticos, pero también europeos occidentales -ya ha dicho Putin que un misil tarda 15 minutos más en llegar a Madrid que en estallar en Varsovia-, están siendo amenazados por unos y abandonados a su suerte por otros. Y tenemos los europeos también una parte no pequeña de culpa, pues incluso en nuestros propios territorios damos pábulo a otros nacionalismos menores pero de iguales y desastrosas consecuencias.

    Convencernos de que somos superiores, ondeando la bandera victimista, es muy fácil y nos lleva más pronto que tarde a odiar y menospreciar a los que no comparten nuestra supremacía vestida de territorialidad, ideología, lengua, religión o cultura.

    El nacionalismo es intrínsecamente malvado, se vista como se vista, y nos lleva a la destrucción y a la miseria. ¿Es que no hemos tenido hasta ahora pruebas suficientes de ello? Pues, tristemente, parece que no.

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