• Nos aislamos del ruido hacia el río Zarra

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería

    ¡Celebra la naturaleza, honrando lo que la Madre Tierra y el cosmos nos han ofrecido!

    Thich Nhat Hanh, Saborear

    Una tarde de sol espléndido presagiaba una buena etapa. Tras algunos kilómetros, un águila en un majano nos hace volver por si pudiéramos acercarnos a verla. Levanta el vuelo pero tras dos pasadas en círculo vuelve a posarse, ¡está claro que tiene algo! Nos quedamos lo suficientemente cerca para poder fotografiarla cuando levanta nuevamente, y comprobar que está carroñeando de un conejo.

    Proseguimos y tras el desvío hacia Jarafuel, al pasar el Ababolar, entramos a la derecha hasta la Casa del Raspajo, donde iniciamos la marcha a las 4 de la tarde. Entre almendros a punto de brotar,  comentamos el recuerdo de cuando en la escuela nos llevaban a la era a jugar, mientras seguimos hasta el Collado de Alpera, punto de encuentro de cuatro caminos. A la derecha tenemos el pico Atalaya (987m), primer objetivo de la etapa. Seguimos el cortafuego que en línea recta asciende hasta la cumbre dónde está el punto geodésico, que alcanzamos después de chaconear un buen rato emulando al guerrero senderista de las marchas Nerpio-Alcaraz (Angel Chacón), y  tras librar varios escalones rocosos que nos lo han puesto difícil. Un pequeño descanso contemplando está riqueza visual.

    Y un poco de hidratación y una barrita energética de carne de membrillo, antes de desandar  hasta el collado que ahora seguimos recto, dejando a la izquierda el pico de La Sima (931 m). Ahora a la izquierda siguiendo la Vereda del Saltador por el barranco del Perichinto, dejamos atrás una central hidráulica en ruinas, cerca de la Cueva del Valles, y damos con el ¡impresionante barranco de La Hoz!, que recoge las aguas de estas montañas en innumerables valsas, y las lleva entre rocosas paredes verticales hasta el río Zarra. Como no puede ser de otra manera, ante tal espectáculo, ponemos la mesa y nos disponemos a merendar al borde del cantil. Un picapinos anuncia nuestra presencia.

    Apremiados por la información que los ojos nos transmiten, huevos fritos con ajetes, ensalada de lechugas verde, morada y zanahorias, algunas cortaditas de embutidos caseros, pan, agua y vino (tinto joven de uva cencibel del Tomelloso), nos ponemos a comer casi con precipitación. Y al poco me surge la pregunta de si  ¿estoy disfrutando todo lo posible?. Se lo comento a Adel y le propongo el juego de saborear la comida y no pensar en nada más. Nos concentramos y empezamos a comer lentamente; no nos miramos, y poco a poco van llegando las diferentes naturalezas de los alimentos, sus sabores, sus olores, sus colores, sus texturas.

    También algunas imágenes ligadas a ellos… las gallinas picoteando por la aldea de Casa Sola, ese color amarillo intenso de los huevos de gallinas que viven y se alimentan libremente?, mi huerto de donde he cogido los vegetales. Me doy cuenta que el inspirar y el espirar media este proceso de centración en la comida y en las sensaciones que se desatan… al masticar y tragar  lenta y conscientemente…en este momento.

    Y habiéndonos mantenidos así hasta que nos saciamos, siento el placer que una vida vivida atentamente podría ofrecernos, y la facilidad para alejarnos de esta motivación. Y poco a poco volvemos y cuando ya coincidimos y nos miramos, señalamos con los ojos el traguito de vino que nos queda, y tras un suspiro de agradecimiento a los dioses de la montaña, explotamos a reír…de gusto. Y coincidimos en que ha sido un juego divertido y placentero.

    Subimos por la falda del pico de La Mina (937m) siguiendo una senda preciosa, hasta llegar a la Casa del Rincón, que  bien protegida, alberga los primeros almendros en flor que hemos visto, y el croar de un sapo que probablemente busca compañía. Unos cientos de metros más adelante sorprendemos, y nos sorprenden, un rebaño de cabras que estaban podando los brotes de los almendros, y tras observarnos mutuamente continuamos nuestros caminos sin demasiada emergencia. Por el camino de Las Atalayas llegamos a la Casa del Cegato, donde voltearemos nuevamente en el collado de Alpera para ir regresando al punto de partida.

    En el trayecto, observando la puesta del sol, nos llama la atención una nube azulada y densa, que sobresale en un cielo violáceo, y que después comprobaríamos que estaba encima de las chimeneas humeantes de la central nuclear de Cofrentes, y relativamente cerca pudimos contemplar cómo Jarafuel se yergue, sacando pecho, ante estas influencias poco saludables. Ya de noche, observados por unos ojos rojos brillantes a la luz de la linterna, probablemente de un zorro, conocemos por el nene que hemos andado 14,5 km en tres horas y media, y ya de camino en el bar de los  palomeros de Alatoz tomamos un rico pulpo a la gallega con un blanco de Rueda bien plantado.