• “Nos pesa el desánimo”

    El Autor

    Juan Solera Albero

    Médico de Atención Primaria, coordinador del Centro de Salud Zona VII

    Los médicos de Atención Primaria llevamos demasiados años sufriendo por la falta de solidaridad de las instituciones (hospital-centrismo). Nos pesa el desánimo que con gran preocupación sentimos por la falta de horizonte. Lo paradójico es que cada vez somos más  pobres, hacen contratos basura a profesionales con salarios de mínimos (todo son complementos), pero la economía se recupera.

    Cualquier celebración, festividad, aniversario o fiesta (de lo que sea), es motivo de alegría, excusa para levantar  la copa o estrenar  un traje. Pero, si hablamos del día  mundial  de la Atención Primaria, que todos los años celebramos por todo lo alto, debemos de hacer  algo de  historia. Así, cuando el Parlamento Británico, hacia el año 1815, hace una resolución sobre la Medicina General, por la que se permitía a los  boticarios diagnosticar y tratar las enfermedades, se fundamentó en la escasez de médicos  formados en las Universidades, dado  que  estos se dedicaban a servir a la aristocracia y a los acaudalados.

    Se plantearon las necesidades de la población, que eran atendidas por los boticarios y los barberos. Fue a partir de esta  fecha (1815), cuando se exigieron algunos requisitos, especialmente educativos, adquiriendo el derecho a ejercer la medicina, la obstetricia y la cirugía, dándonos así al concepto de Médico General del siglo XIX.

    Conocer la  comunidad, ser líder, estudiar de forma constante, ser investigador y epidemiólogo práctico, son funciones  que se le atribuyen al Médico General. Todo esto  y además ganarse la confianza, casi convertirse en consejero en los diversos problemas que surgían en el seno del grupo familiar, hacen y permiten la continuidad en la atención a la salud.

    En 1910, un importante informe (Flexner) marcó el detrimento de lo general para desarrollar las especialidades médicas y con ello se perdió la relación médico-paciente

    Según H. Vuori: “Un país puede proclamar que posee una Atención Primaria en el sentido más profundo del término sólo si su  sistema sanitario es justo e igualitario y si  promueve la autorresponsabilidad en el cuidado de la salud y la solidaridad internacional y asume un concepto amplio de la salud”.

    No  tengo duda que la existencia de la Atención Primaria se debe a la presión de atender imperiosas necesidades sociales. Atención integral al ser  humano, dentro de un  contexto familiar y sus interrelaciones con  el  medio  ambiente. En definitiva, humanizar la  medicina.

    La OMS insta a los ciudadanos a considerar el  acceso a la sanidad como una expresión de justicia, independientemente de las diferencias económicas y sociales. Los  médicos de Atención Primaria no renunciaremos nunca  a que se garantice la cobertura universal a todos los ciudadanos. No se puede negar, a nadie, el acceso a intervenciones que salven vidas o promueven la salud por motivos injustos.

    La  Atención Primaria no se puede queda  atrás, los retos más inmediato  como el impacto del  envejecimiento demográfico  y  el auge de las  enfermedades no transmisibles, que ya han superado a las enfermedades infecciosas como principales causas  de mortalidad en el mundo. No podemos olvidar la epidemia de obesidad en todos los grupos de edad. Necesitamos otra conferencia de Alma Ata (1978) que renueva el impulso hacia la  Atención Primaria. Nuevas estrategias sanitarias que  nos sitúen como la base para  alcanzar un nivel adecuado de  salud  para toda la  población.

    Considerar la equidad y la ética nos hace más justos e igualitarios y desde Atención Primaria no podemos mirar hacia otro lado en el cuidado de la salud y la solidaridad, ya que harán que  el desarrollo de la Medicina de Familia sea más grande.

    De cara al próximo año, utilicemos el Día Mundial del 12 de abril para plantearnos el resto del año un nuevo enfoque y abordaje desde  diferentes prismas y no exclusivamente desde un punto de  vista científico, dado que la salud está condicionada por factores biológicos, psicológicos, familiares, sociales, educativos, económicos y medioambientales (Gadamer, 1996).