Todo lo que equivalga a moverse, a evitar el sedentarismo, es positivo, pero la actividad física va más allá del número de pasos diarios
Durante el pasado mes de octubre, un controvertido artículo divulgativo anunciaba el adiós a los 10.000 pasos para una vida saludable. Más allá del desafortunado titular, el cuerpo del artículo concluía que la población general debe alcanzar una horquilla de entre 8.000 y 12.000 pasos diarios para obtener los beneficios de la actividad física.
Cada movimiento cuenta
En el caso particular de los adultos mayores, unos 7.000 pasos diarios parecen ser un estímulo suficiente debido a que generalmente tienen una menor capacidad funcional. Puro principio de proporcionalidad. Aunque un servidor es un convencido del “algo es mejor que nada” y “mejor hecho, que perfecto”, ¿debemos conformarnos con este enfoque reduccionista?
En mi opinión, todo este foco de atención desmedido al número de pasos diarios, resta protagonismo a las recomendaciones de actividad física realmente importantes, las de la Organización Mundial de la Salud. En las mismas, se sintetiza toda la evidencia científica disponible sobre los beneficios de la actividad física en una píldora informativa breve y útil para la población mundial.
Su eslogan reza que cada movimiento cuenta (ej. bailar, montar en bicicleta, tocar un instrumento, realizar tareas domésticas…), lo que nos recuerda que la actividad física es algo más que el número de pasos. La otra cara de la moneda nos insta a minimizar el tiempo sedentario y a reemplazarlo con actividad física, por ligera que sea esta. Si bien estas pautas parecen ser de sentido común, los enfoques reduccionistas tienden a pasarlos por alto.
De la misma manera, centrarnos en el número de pasos deja fuera a un elemento fundamental como es la intensidad de la actividad física. Y es que, algunos beneficios sobre la salud solo se obtienen cuando la intensidad supera un determinado umbral.
Las fibras tipo II
Un claro ejemplo es la pérdida de función física (i.e., habilidad para realizar tareas básicas de la vida diaria) asociada al envejecimiento, que en el grueso de la población se ve acelerada por el sedentarismo y la falta de actividad física. Esta conducta insalubre merma la frecuencia e intensidad de los estímulos necesarios para preservar aquellas fibras musculares más grandes y potentes, denominadas fibras tipo II (también denominadas “fibras rápidas”), cuya pérdida está íntimamente relacionada con el deterioro de la función física.
Desde saltar hasta subir escaleras
Estas fibras tipo II, solo entran en juego cuando la demanda motora es alta, por ejemplo: I) producir mucha fuerza (ej. levantar algo pesado); II) producir fuerza a altas velocidades (ej. lanzar un objeto o coger impulso para saltar); o III) en condiciones de fatiga (ej. percibir agotamiento en las piernas tras subir varios tramos de escaleras o una cuesta muy empinada).
El paseo se queda corto
Por el contrario, el ser humano es altamente eficiente caminando y es por esto por lo que, aunque es una actividad fundamental para el bienestar humano, no supone un estímulo suficiente para preservar estas fibras tipo II. Por lo tanto, para obtener todos los beneficios de la actividad física, debemos incluir en nuestros hábitos actividades que incluyan demandas de alta intensidad como las descritas unas líneas más arriba. Este es solo un ejemplo, pero los beneficios del entrenamiento de alta intensidad son extensibles y ampliamente conocidos para la salud metabólica (ej. diabetes tipo II y dislipidemia) y del sistema cardiovascular (ej. hipertensión).
En conclusión, no debemos ser conformistas cuando se trata de preservar nuestra salud, por lo que debemos velar por practicar, recibir o prescribir una pauta completa de ejercicio físico. Solo así, conseguiremos obtener los beneficios de la verdadera polipíldora.