• Olimpiadas, ¿ejemplo para la población pediátrica?

    El Autor

    Miguel Romero

    Especialista en Pediatría y Cardiología Infantil

    La mayoría de los padres, siguiendo la máxima de poeta de Aquino “orandum est ut sit mens sana in corpore sano” (se debe orar que se nos conceda una mente sana en un cuerpo sano), se afanan en que sus hijos complementen sus estudios con algún deporte extraescolar. Así se ocupan en idas y venidas, en esperas, en gastos de inscripciones, equipaciones, campeonatos…  Hasta aquí, todo bien. Perfectamente aconsejable.

    El problema empieza cuando sus hijos, deslumbrados por la figura de “deportista triunfador” que nos venden los medios, terminan creyendo que el triunfo es el fin del deporte. Y con el triunfo, la fama y el dinero, y por ende, la felicidad. Y fuera de aquél, el fracaso. No pocas veces son también espoleados por sus propios padres, que metidos a “hooligans”, les exigen resultados, insultan a adversarios y árbitros, y hasta son capaces de llegar a las manos. Pareciera que les va en ello conseguir un “Mesi” que les arregle la vida. Y si su hijo es listillo y hace desapercibidas trampas, mejor. Un punto más a su favor.  El fin, el éxito, justifica cualquier medio, como ven que hacen los que salen por la tele. Muchos incluso desoyen el consejo de hacerles previamente unas pruebas eficaces de aptitud para el esfuerzo, por los médicos de Medicina Deportiva. Para las zapatillas de marca sí hay pelas, para eso no. Parecen pensar más en el éxito de su retoño que en su salud.

    Y así pasan a ser los ídolos de nuestros hijos, sus ejemplos a seguir, unos “deportistas” que dedican toda su vida a realizar un único ejercicio, repetido hasta la saciedad, una “súper especialidad” del movimiento, como un  salto, un lanzamiento, una carrera concreta… Y para ello modifican sus hábitos de vida, sus horarios, se ejercitan hipertrofiando desarmónicamente su musculatura, sus habilidades. Siguen dietas estrictas, toman nutrientes, sustitutos y cualquier sustancia que, no dando positivo en el anti doping, les mejore sus resultados, aunque sea nociva para su salud. Basan el éxito o fracaso de su vida sólo en éso, en el resultado de un momento, en el aplauso del público, en la coronación como superior. Y a los que si le sacas de su ejercicio monotemático, pueden no saber hacer otra cosa, incluso pueden ser  inútiles en otra disciplina deportiva. En ocasiones no son sino monstruitos, monos de feria, a los que pasado su minuto de gloria, si es que lo han tenido, pueden llegar a ser  inservibles, convertirse en piltrafas humanas.

    rio2016

    Imagen de una de las mascotas de los Juegos Olímpicos.

    ¡Si el barón de Coubertin levantase la cabeza! Ése que cuando decidió instaurar los Juegos Olímpicos de la era moderna, eligió como lema: “Lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien”.

    Poco parece pues aconsejable este tipo de “deporte” para nuestra población pediátrica. Es más bien una hipertrofia localizada, física y de habilidad, para un espectáculo pseudodeportivo. Incluso puede ser perjudicial tanto para su salud física como mental.

    No es ésto, no es ésto“, como diría Ortega con otro motivo.

    Deporte, claro que  sí. Pero no así. No como “primus movens” de la vida, como religión, como espectáculo, como actividad esencialmente competitiva.

    Sí como mejoría y mantenimiento del estado de forma física, mental, como relación social, como entretenimiento, como sana competición. Y así debe ser inculcado por nosotros, los pediatras, como por sus padres, los entrenadores, los medios de comunicación y cuantos tengan relación con el deporte, políticos incluidos.

    Tal vez los decatletas sean lo más parecido a deportistas de verdad y, sin embargo, es una disciplina secundaria que pocos siguen y de los que casi nadie conoce a sus participantes.

    Al final, como todo en la vida, “la virtud está en el término medio”. Y en el deporte, también.