• Regresamos con el Pico del Buitre

    El psicólogo Rigoberto López y el dentista Manuel Martínez proponen el Pico del Buitre para alcanzar la ración de ejercicio semanal

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia y Manuel Martínez Vergara

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería y dentista licenciado en Cirugía y Medicina

    Por la carretera de Hellín a Elche de la Sierra, tras las Casas de la Matanza, km 249, aparcamos en la entrada de un camino, vallado, como otros a su alrededor. Los restos de una zorra guardan el coche. Tomamos decisiones de qué ropa nos llevamos. La tarde esta calurosa, pero en lo alto hará fresco y aire. Y puede que regresemos oscurecido.

    Iniciamos un camino paralelo a La Rambla de Los Algarrobos, entre almendros en flor y un agradable olor a miel. Zumban las abejas. Al fondo un pico que parece inexpugnable, protegido por lugartenientes, montañas, arroyos y valles. Hemos partido de cotas de algo más de 600 m. Abandonamos la ruta prevista que discurría por camino hasta el Cortijo de la Lobera, desde donde acometeríamos la subida, por un impulso que nos lleva a meternos en líos y empezamos a subir por la ladera de La Buitrera, cotas de casi 800 m, y volveremos a descender para cruzar ramblas que nutren la de Los Algarrobos.

    Es un tramo difícil por lo cerrado del monte. Frente a nosotros, un poco a la izquierda, el pico del Buitre. Sobre el un par de aviones juguetean con sus humos haciendo cabriolas y círculos. Observamos y decidimos por donde subir hasta la cuerda que nos lleve a su guarida. Una buena hidratación y un poco de chocolate nos dan ánimos. Ya sabemos que no nos lo va a poner fácil. Pero la fragancia del campo nos da alas, entre pinos y monte bajo casi cerrado con espino, matarrubia, enebros, enormes romeros en flor, jara, ajedrea y tomillo vamos acortando distancias metro a metro.

    De vez en cuando las cabezas de fraile nos dan una nota de color morado. Hoy será la prueba de fuego para la tercera andarina, a la que sigue faltándole bastones y un pantalón más consistente.

    De vez en cuando sus grititos delatan pequeños sufrimientos. Pero tampoco los más expertos se libran de ser tatuados. Dudamos, sin decirlo, si el buitre permitirá que lo visitemos. Pero la máquina todo terreno va tirando y buscando pequeños claros o haciendo trocha. A nuestra derecha unos bancales aterrazados verdean por lo sembrado para la caza. Ocasionalmente un potente aleteo identifica a las perdices emparejadas, únicos animales que veremos en la zona, aunque hay muestras de que abundan las cabras.

    La cuerda

    Hemos puesto el rumbo fijo hacia un collado que parece más accesible, sobre los 900 m. La subida es decidida pero lenta, está muy cerrado. Alguna pone garra, en sentido literal, pero no pierde comba. Tras los últimos escollos llegamos a la cuerda. Un sentimiento oceánico borra de nuestras cabezas las dificultades recientemente experimentadas.

    Padrastro, Albarda y Almenara…

    Cadenas montañosas superpuestas, picos, valles, aldeas, pueblos y el pantano del Cenajo serpenteando a nuestros pies sacan nuestras exclamaciones de júbilo. Hoy hay un color especial. Casi paralizados, más bien extasiados, recorremos en círculo nombrando lo que reconocemos, fijándonos en lo que nos gustara conocer y mostrándonos cualquier descubrimiento. Padrastro, Albarda y Almenara hacen de abanderados. Y cuando podemos seguimos andando por una cuerda muy exigente, con acantilados peligrosos que nos desembarcan para volver a subir un poco más adelante y así hasta el pico del Buitre, 964 m.

    El punto geodésico

    Desde lejos vemos en lo alto del punto geodésico un ave blanca. Y al acercarnos comprobamos su especie, un ave María, una estatuilla de la Virgen que alguien ha fijado como señora de estas sierras. Es la hora del té y algunas otras delicias. La nueva andarina nos hace confidencias, ha realizado un gran esfuerzo, pero está siendo ampliamente recompensada. Un sentimiento de autoestima la invade. Nosotros la entendemos y compartimos la dicha, tantas veces experimentada durante estos años, y somos conscientes de que la última montaña nos espera no muy tarde. ¡Pero seguiremos ahí, si no subiendo, llaneando!

    El bar de Juan, en Tobarra

    Y a sabiendas de lo auténtico del momento y lo difícil de la bajada, si podremos encontrar nueva ruta de descenso o hay que volver para atrás, nos ponemos en marcha. De la avanzadilla de la exploración resulta una gatera por donde aventurarnos. Y un itinerario que seguir. Con mucho mimo, culo en tierra de vez en cuando y zigzagueando, vamos descendiendo metro a metro hasta el arroyo. Ahora continuamos paralelo a él, hasta dar con una senda, ahora si, que da gusto andar y nos aproxima al destino, reencontrando el camino por el que iniciamos la andanza. Para celebrarlo vamos a Tobarra, al bar de Juan, y nos recreamos entre tapas y cerveza sobre lo acontecido.

    Y confirmamos a María Dolores como andarina para acometer cualquier empresa. Y agradecida, no sé si crédula, paga la invitación. Han sido aproximadamente 7 km, en 3,40 horas y con un desnivel de 401 m. Una ruta de las que te consagran o retiran. Un placer.

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