• Pico Colorado, la ruta de los sentidos

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería

    “Está el silencio de las duras caminatas por paredes montañosas y senderos pedregosos…

    Silencio que nada desborda”.

    Gross, “Silencios”

    A las tres en punto la llamada perdida me avisa de que vienen a por mí. Necesito un cafetito que haga de cortafuego de la siesta. Regresamos a la zona de Ayora. Nos proponemos subir al Pico Colorado (1.123 m). La etapa se presenta exigente, de 12 km, la mayoría por senda pero con mucho desnivel. Nos desviamos por la carretera de La Hunde, y al llegar al Puente de La Zorra, aparcamos.

    Partimos de 970 m. Nos calzamos las botas y Adel pone en marcha al nene (GPS). El sol es generoso y presagia una buena tarde. Iniciamos el camino paralelo a la Rambla Espadilla, y tras pisar nieve helada y subir algunas cuestas premonitorias, giramos a la izquierda buscando la senda que el nene marca pero que no se muestra,  por lo que fiándonos vamos subiendo entre pinos, matarrubia, enebros y algunas sabinas.

    El brezo y el romero con sus primeras flores nos alegran la vista, y el tomillo el olfato. Las aliagas, iniciando su floración pero menos amables, hacen de contrapunto. Solo se oye el leve crujido de las ramas. Y vamos avanzando, a veces, con la mirada baja, tranquilizándonos, contemplando el mascullar de nuestra mente.

    Cruzamos un collado en la cima del Barranco de los Madroños, donde una colonia de ellos sobrevive en un anfiteatro, mimados y protegidos, aunque parece que también las cabras lo saben, y los han ido disfrazando como romanos laureados, con sus hojas en lo alto y el tallo pelado. Ahora sí, descubrimos un tramo de senda que no perderemos hasta culminar Pico Colorado, cuyas extraordinarias vistas nos enmudecen, y justo ahí avistamos una manada de cabras  que ramonean tranquilamente en el camino, hasta que el sonido entrante de un wasap las pone en guardia y sin dilación, en fila india, inician la carrera monte abajo hasta desaparecer en apenas unos segundos.

    Proseguimos por toda la cuerda, siguiendo un cortafuegos limpio y rocoso, buscando el nuevo objetivo, Puntal del Cuerno (1.108 m), y disfrutando con las vistas a ambos lados, valles, montañas, neveros, masas forestales… Como si de sabuesos se tratara, detectamos olores, cagarrutas, huellas de pezuñas y, casi de morros, nos topamos con unas cuantas cabras que a la carrera van escapando en nuestra dirección hasta que, sorprendidas, saltan al precipicio prefiriendo suicidarse a cruzarse con nosotros. Boquiabiertos nos asomamos al borde y  aún las vemos dando gráciles saltos por medio de la ladera. ¡Una pareja de águilas pueden dar fe de que es cierto!.

    Aún volveríamos a encontrar dos nuevas manadas de cabras que ahora parecían guiarnos al próximo puntal. Ya en él nos detenemos unos minutos para asegurarnos de que el esfuerzo había valido la pena, ¡y no tuvimos ninguna duda!

    Arropándonos un poco más, y aplazando la merienda, nos descolgamos por un ventano y nos echamos monte abajo por la Hoya del Agua, buscando nuevamente la Rambla de la Espadilla, que situábamos por el nene varios cientos de metros más abajo, y tras encontrarla nos reconfortamos con una macedonia de frutas y un trago de un joven vino tinto de Cenizate, y les dejamos a nuestras amigas unas cáscaras de mandarinas en agradecimiento.

    Tres km más adelante, con toboganes y neveros, reencontramos nuestro coche que pacientemente nos había esperado para devolvernos a casa, sólo deteniéndose un poco en el bar del Zapa para probar su rico queso curado. Habían pasado tres horas y pico de marcha y recorrido 11,5 km. de ¡una magnífica tarde!